Este año jubilar será clausurado el seis de enero del año próximo, y mientras tanto tenemos la gran oportunidad de recibir la Gracia que nos amnistía de nuestros pecados y sus consecuencias. En la bula dada para este año santo, quedan de nuevo aclaradas las gracias disponibles fruto de la Divina Misericordia. Un año jubilar da contenido al Año de Gracia dispuesto por el SEÑOR al inicio de su misión, cuando en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, proclama el texto del profeta Isaías: “el ESPÍRITU del SEÑOR está sobre MÍ, porque me ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, y a los ciegos la vista; para dar la libertad a los oprimidos; y proclamar el Año de Gracia del SEÑOR” (Cf. Lc 4,15-19). El acento en este caso lo ponemos en la “proclamación del Año de Gracia del SEÑOR”, porque el HIJO de DIOS tiene su morada puesta en medio de nosotros” (Cf. Jn 1,1). En la antigüedad el año jubilar pretendía devolver la propiedad de sus tierras al que las había perdido por cualquier circunstancia o recibir la libertad en caso de vivir en régimen de esclavitud. De forma especial, DIOS quiere empezar de nuevo la obra con cada uno de sus hijos sea cual sea la suerte vivida hasta ese momento. El peso de los infortunios, fracasos personales o grandes pecados, llenan de oscuridad y pesimismo el ánimo más templado. Pese a todo, DIOS está diciendo al hombre: “YO estoy dispuesto a comenzar contigo una etapa nueva, en la que el pasado queda redimido” (Cf. Jr 18,1ss). El Mensaje de JESÚS gira alrededor del Amor incondicional que DIOS dispone para el hombre. El año jubilar es una manifestación clara de este Amor que pide ser bien recibido para comenzar de nuevo una vida como hijos de DIOS. El documento pontificio mencionado tiene en cuenta las tres virtudes teologales y de forma especial la Esperanza, que es tan necesaria para avanzar en esta vida seguros del Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS (Cf. Rm 8,31-39). Vivimos una admirable y misteriosa Comunión de los Santos como rezamos en el Credo, y una de las vertientes de esta comunión nos relaciona con los hermanos que pueden estar en la antesala del cielo, el Purgatorio, al que alude el documento pontificio, en sintonía con toda la doctrina de la Iglesia. Es una perspectiva especialmente solidaria recibir una indulgencia plenaria por una persona fallecida que esté todavía en el Purgatorio y por esta gracia recibida pueda verse liberada de las penas purificadoras de ese estado, en el que se ve privada de la unión plena con DIOS. Este intercambio de gracias es un verdadero acto de Caridad, con el que podemos participar. Tres números dedica el Catecismo de la Iglesia Católica para referirse al Purgatorio (Cf. CIC n.1030-32), y en ellos nos recuerda que los que permanecen temporalmente en ese estado tienen la certeza de su salvación, pero todavía viven sin estar en la contemplación de DIOS y la compañía de los Santos y los Ángeles. JESÚS dice que hay un pecado que no se perdona ni en esta vida ni en la otra, y se refiere al pecado contra el ESPÍRITU SANTO (Cf. Mc 3,28-29). Teniendo en cuenta lo anterior, se puede pensar que se dan otros pecados leves que pueden ser perdonados en la otra vida; pero ese estado imperfecto impide por sí mismo la entrada en el Cielo, aunque no dispone tampoco la condenación eterna. Por tanto, de lo anterior cabe deducir el estado intermedio del Purgatorio, en el que tras una purificación la persona pueda alcanzar la beatitud a la que en realidad aspira desde un principio. El pecado contra el ESPÍRITU SANTO es el rechazo frontal o radical del AMOR de DIOS, pues el ESPÍRITU SANTO es AMOR. En atención al ejercicio de la libertad personal este destino eterno de condenación no se puede borrar del horizonte personal, si la libertad otorgada es real: la persona tiene que tener capacidad al final de su vida de aceptar a DIOS o rechazarlo. Esta alternativa sin retorno en uno y otro sentido carga de responsabilidad, y en cierto sentido dramatismo, a la propia existencia. En esta vida nos jugamos la eternidad. El Purgatorio es un don muy especial de la Divina Misericordia que condesciende con la fragilidad e imperfección humana. Las personas que están en el Purgatorio saben que están salvadas, y en cierta medida depende de nosotros el que aceleren su proceso de purificación para llegar a la bienaventuranza de los Santos y los Ángeles.
Oración y jubileo
Mediante la oración invocamos el Nombre de DIOS, en alabanza, acción de gracias o adoración. La oración así entendida nace de la Caridad y retorna a ella con el fruto de la paz y la alegría. El jubileo es el resultado de haber recibido el borrado de las penas merecidas por nuestros pecados, al haber realizado los ejercicios religiosos prescritos por la autoridad eclesiástica. La indulgencia plenaria recibida al ganar el jubileo es el cumplimiento de la promesa del SEÑOR: “lo que atéis en la tierra, quedará atado en el Cielo; y lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el Cielo” (Cf. Mt 16,19; 18,18). Tenemos lugares propios designados para ganar el jubileo; y, entonces, el jubileo se vive como peregrinación a un lugar sagrado, en el que participaremos en la Santa Misa y nos acercaremos al Sacramento de la Confesión. De no hacerlo en esos momentos, se permite realizar la Confesión dentro de los siete días posteriores. Se pide también una oración por el Papa. Cada veinticinco años celebramos el Año Jubilar, y en éste conmemoramos mil setecientos años del Concilio de Nicea (325 d.C), en el que se empezó a definir el Credo Nicenoconstantinopolitano, que rezamos en nuestras misas junto con el Credo Apostólico con una fórmula más breve. Relacionado con el jubileo está el júbilo, que designa la alegría religiosa en grado muy alto. Llamamos jubilados a los que llegan al término de su vida laboral y comienzan una nueva etapa en la que se considera que ya han resuelto sus responsabilidades profesionales. Algo así sucede con el Año Jubilar, que cierra una etapa anterior para iniciar una nueva como un nuevo nacimiento. La alegría espiritual brota del corazón creyente, porque han quedado pagadas las deudas, que el SEÑOR saldó con los méritos infinitos de su Cruz y Resurrección. No fue magia lo que se produjo, sino el rescate de nuestras vidas por el precio pagado por la “sangre de nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (Cf. Hb 10,29; Ap 12,11). Resulta siempre misterioso indagar cómo se resuelve la cuenta pendiente de nuestros pecados, en los que se distinguen dos vertientes: la culpa y la pena. La culpa puede ser resuelta desde el momento en el que con un corazón sincero pedimos perdón a DIOS y de forma especial a través del Sacramento de la Confesión. Pero el pecado, especialmente el mortal, deja consecuencias, y estas son las que deben ser reparadas. A modo de ejemplo: alguien ha levantado una calumnia hacia una persona con repercusión pública, la persona que la difundió tiene que devolver la fama a esa persona también públicamente. Zaqueo (Cf. Lc 19,1ss) recibe a JESÚS en su casa, y cumple con las normas de la hospitalidad, pero da un paso más a la hora de reparar sus pecados: “devolveré cuatro veces más a todos aquellos a los que he defraudado”. JESÚS le dice: “hoy ha entrado la Salvación en tu casa”. JESÚS perdona inicialmente a Zaqueo al que había pedido comer con él, y con esa acción JESÚS daba a entender el don de su perdón, pero Zaqueo sabía que habría de reparar el daño originado a distintas personas, repartiendo la mitad de su riqueza y compensando a los que había perjudicado cuatro veces la cantidad defraudada. La pena por el daño ocasionado quedó resuelta. Zaqueo fue afortunado por dos cosas: haber sido perdonado por JESÚS de un modo tan especial y reparar la pena de sus extorsiones. Pero puede haber faltas o pecados cuyas consecuencias se nos escapan y no es posible compensarlas directamente. Para ese tipo de penas, el SEÑOR tiene recursos que a nosotros se nos escapan, que podrían entrar en las purificaciones pasivas. Pero el SEÑOR en su Misericordia infinita quiso dejar en la penumbra: “ni éste pecó ni sus padres; éste está así, para que se cumpla en él la Gloria de DIOS” (Cf. Jn 9,2-3). La indulgencia plenaria del jubileo viene a resolver el conjunto de daños ocultos ya a nuestra razón, por los que habríamos de permanecer retenidos en el Purgatorio en proceso de purificación, pues en el Cielo no entra la más mínima imperfección.
Moisés habla con DIOS
En la Cuaresma la Fe se percibe más recia y adopta tonos más graves. Moisés es el hombre elegido por DIOS para conducir al Pueblo de Israel al monoteísmo yavista: tenemos un solo DIOS, un solo SEÑOR, y este es YAHVEH. Moisés estará cuarenta años con el Pueblo elegido por el desierto para conducirlo a la Tierra Prometida, pero el objetivo principal es dejar impreso en el corazón de cada israelita que YAHVEH es el único SEÑOR, y cada componente del Pueblo elegido tiene que desterrar cualquier tipo de ídolo. El SEÑOR elige a Moisés con una trayectoria azarosa: adoptado por la hija del faraón y educado en la corte. Crecido bajo aquella tutela tuvo que huir al verse descubierto de dar muerte a un egipcio que apaleaba a un hebreo. En esa etapa de la vida se encuentra con Jetro, sacerdote de Madián, que le da por esposa a Séfora, su hija mayor. Moisés llevaba una vida apacible guardando los rebaños de su suegro Jetro, pero DIOS interviene de nuevo para provocar un giro inesperado en su vida. Moisés sustituirá las ovejas de su suegro por ejercer el liderazgo al frente del Pueblo elegido por encargo del SEÑOR. El tiempo en Egipto del Pueblo elegido, cuatrocientos treinta años, se estaba acabando y se iniciaba el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham sobre la posesión de la Tierra Prometida, que “mana leche y miel”. Cuatrocientos años cierran una época y después de un tiempo de transición se entra en otra con características propias. El DIOS de Abraham, Isaac y Jacob, va a revelarse y habla con Moisés, que se siente profundamente conmovido, transformado e inapelablemente enviado. A Moisés le esperan cuarenta años verdaderamente titánicos al frente del Pueblo elegido, que se hace acreedor sobradamente de ser un pueblo de dura cerviz.
De pastor a profeta
“Moisés era pastor del rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto y llegó hasta la montaña del Horeb, el monte de DIOS” (Cf. Ex 3,1). Como el rey David o el profeta Amós, Moisés también estaba dedicado al oficio de pastor de ovejas cuando fue llamado por DIOS. Los madianitas eran descendientes de Madián, uno de los hijos que tuvo Abraham con su segunda esposa Quetura (Cf. Gen 25,1). Moisés pone tierra por medio después de dar muerte a un capataz egipcio, que estaba hostigando a un hebreo. Probablemente confundido entre los distintos grupos nómadas del desierto llega al amplio territorio de Madián, que por el noroeste se extiende al norte del golfo de Akaba. No tenemos precisión sobre los lugares geográficos mencionados en la Biblia y su localización, pero se puede establecer alguna hipótesis, teniendo en cuenta que Moisés llega a donde está Jetro, que es sacerdote de Madián y poseedor de un buen número de rebaños; por lo que podría estar en el oasis de Wadi Feiram, el Farán bíblico, a unos setenta kilómetros del Monte Sinaí. Transhumando, Moisés llevó las ovejas de su suegro por el desierto hasta el Monte Sinaí. No es secundario este dato, pues con mucho realismo describe el modo que DIOS tiene de proceder. Moisés es transformado de príncipe en la corte del Faraón en pastor de rebaños ajenos, los de su suegro; y de pastor será tomado por YAHVEH para ir delante del Pueblo elegido y hacerlo entrar en la Tierra Prometida. Moisés se siente atraído por la Montaña de DIOS, el Horeb y va con las ovejas hasta ese punto, en el que poco tiempo después llegará con sus hermanos hebreos libres ya de la esclavitud egipcia.
Aparición
“El Ángel de YAHVEH se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero la zarza no se consumía” (v.2). La carta a los Hebreos dice que DIOS hace a los Ángeles, unos fuego y a otros viento (Cf. Hb 1,7). El viento sugiere la condición de mensajero o enviado, que de suyo significa el término “malak”. El Ángel como mensajero o enviado cumple su misión transmitiendo un aviso de DIOS para los hombres. El fuego tiene un carácter transformador. El Ángel del SEÑOR que adopta la acción del fuego va a entrar en la vida de su protegido para realizar cambios importantes, y en el caso de Moisés así va a suceder. La zarza simboliza lo que no cuenta. El Ángel del SEÑOR no busca el mejor árbol o la forma física más perfecta. La zarza es una alegoría del Pueblo elegido y del propio Moisés. El Ángel del YAHVEH toma visibilidad en una zarza que arde y no se quema. Por una parte, el Ángel del SEÑOR entra en el mundo físico pero no lo altera en su propio comportamiento. El fenómeno cargado de significado queda fuera por el momento de la experiencia y proceso personal, pero atrae lo suficiente para que Moisés se acerque a examinarlo.
La zarza ardiendo es una señal
“Dijo Moisés: voy a acercarme para ver este extraño caso, porque no se consume la zarza” (v.3). El Ángel de YAHVEH actúa con Moisés de forma gradual. Las cosas no siempre son así, pero en este caso la manifestación de DIOS llega de forma gradual. La manifestación del Ángel de YAHVEH se hace notar y espera la respuesta de Moisés movido simplemente por la curiosidad. Moisés no se siente movido por una moción interior de júbilo o sobrecogimiento por la contemplación perteneciente al plano espiritual, sino que en un principio sólo aprecia un fenómeno físico muy extraño: la zarza arde y no se consume. Los primeros pasos de la llamada de DIOS van a estar en el plano de las acciones cotidianas.
La voz del SEÑOR
“Cuando vio YAHVEH que Moisés se acercaba para mirar, lo llamó de en medio de la zarza, diciendo: Moisés, Moisés. Él respondió: Heme aquí” (v.4). La zarza y la llama de fuego ardiente constituyen para Moisés una manifestación primero enigmática y luego misteriosa. La voz de DIOS se hace audible a través de aquella señal. Moisés escucha su nombre y lo que estaba sucediendo era algo más que un fenómeno físico. DIOS llama a Moisés y éste se muestra totalmente presente: “aquí estoy”. La respuesta de Moisés es como la de alguien que hubiera dado muchos rodeos en su vida, parando a mirar en muchos caminos y encrucijadas, y por fin sintiera que había llegado al punto donde verdaderamente era esperado y él estaba buscando. Aquel fenómeno dejaba de ser extraño para convertirse en íntimo. Los lugares sagrados siguen teniendo ese carácter y en ocasiones llegamos y nos encontramos como si fuera nuestro lugar natural desde siempre, aunque en realidad sea la primera vez que estamos allí. La voz que llama a Moisés es la PALABRA que le dio el ser, y la misma que continúa el proceso de transformación para disponerlo a la misión.
Descálzate
“Le dijo YAHVEH: no te acerques aquí, quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en el que estás es tierra sagrada” (v.5). YAHVEH hace pedagogía, pues hemos de aprender a comportarnos y presentarnos ante DIOS. No es posible ponerse delante de DIOS a nuestra manera, sino de acuerdo con la forma dada por la Divina Voluntad. No todos los tiempos y espacios son iguales, de tal manera que las formas de comportamiento tampoco son las mismas. A poco que lo consideremos aparece con claridad. DIOS delimita espacios sagrados cuando se aproxima y se adapta a nuestros modos de entender las cosas y vivir. Un ejemplo: el SEÑOR resucitado está en todas partes, pero mantiene una forma muy especial de estar en la EUCRISTÍA. La experiencia de encuentro con el SEÑOR en la adoración delante de un sagrario tiene características propias y dan al templo una impronta de espacio sagrado. El espacio sagrado hace presente o acerca la santidad de DIOS. El tiempo se ha vuelto Salvación: “ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de Salvación” (Cf. 2Cor 6,2). DIOS pide purificación para entrar en su Presencia. Recibimos la santidad de DIOS en el reconocimiento de llevar pegado el barro del camino en las sandalias o en los pies. Sabemos bien que tal cosa está significando el pecado que se pega como una lapa, y sin embargo urge dejarlo a un lado. Le dice el SEÑOR a Isaías: “venid y litigaremos, aunque vuestros pecados sean rojos como la grana blanquearán como la nieve” (Cf. Is 1,18). Moisés entra humildemente en la Presencia del SEÑOR después de haber recibido la indicación de descalzarse, pero el mismo SEÑOR acepta el litigio, o pelea, de aquel que se pueda sentir defraudado por los motivos que estos sean.
El DIOS de los padres
“YO SOY el DIOS de tu padre: el DIOS de Abraham, el DIOS de Isaac y el DIOS de Jacob; y Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a DIOS” (v.6). Es muy probable que Moisés hubiera sido puesto en antecedentes sobre YAHVEH por su suegro Jetro. Ahora Moisés se encuentra recibiendo una revelación muy especial pues DIOS le da a entender que está en la línea de los grandes patriarcas que vivieron varios siglos antes. DIOS es uno, trascendente y al mismo tiempo cercano, que conoce a los necesitados. El patriarca Abraham es quien da inicio a la línea familiar que sigue por Isaac y Jacob, que reúne setenta personas y se multiplicarán exponencialmente en Egipto durante cuatrocientos treinta años. La disposición de aquellos setenta por el mandato dado en el principio: “creced y multiplicaos” se han convertido en el Pueblo elegido para poseer la tierra de Canán, de forma que los cultos aberrantes de aquellas gentes vayan desapareciendo. Después de diez generaciones en Egipto los descendientes de los patriarcas van a recibir lo prometido en la Alianza establecida. DIOS no se olvidó de lo que había dicho a los patriarcas. Para el tiempo de aquellos fueron dadas todas las promesas.
El clamor del Pueblo elegido
“Bien vista tengo la aflicción de mi Pueblo en Egipto. He escuchado su clamor en medio de sus opresores, pues ya conozco sus sufrimientos” (v.7). Los hebreos volvieron el corazón hacia el DIOS de sus padres en vista de la opresión egipcia. Cuando se les entreguen las diez Palabras, el primer mandamiento va a ser muy detallado en la exclusión de todo tipo de ídolo, culto o práctica religiosa que no vayan en exclusiva a YAHVEH. La opresión generalizada provocó un clamor unánime dirigido al DIOS de los padres. Parece que los hebreos estaban siendo utilizados como mano de obra esclava en la construcción de las pirámides y otras edificaciones, aunque el objetivo último era exterminar a los hebreos para evitar una insurrección interna o la alianza con otra potencia extranjera para vencer a los egipcios. Ante estos cálculos, las medidas contra los hebreos fueron extremas. La trascendencia de DIOS no le impide recoger cada movimiento singular en el corazón de los hombres, de modo que todo está en su Presencia. Necesidades, sufrimientos y desvalimiento, no pasan inadvertidos para el SEÑOR que espera el momento conveniente para manifestarse.
Liberación
“He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de las fereceos”. Aunque el término se ha utilizado con grandes cargas ideológicas, lo cierto es que el SEÑOR puso en marcha a través de Moisés un verdadero proceso de liberación. El Pueblo que estaba oprimido, camino de la extinción, fue sacado de aquel pozo de forma milagrosa por la acción directa de DIOS. Tras la liberación de las garras de los egipcios, vendría la recta final hacia la Tierra Prometida. Esta tierra iba a adquirir una fecundidad especial desde el momento en el que el SEÑOR estaba al lado del Pueblo elegido en todos. Cuando DIOS se hace presente y el hombre permanece en comunión con ÉL, la tierra entonces se vuelve favorable. La tierra viene a ser el cumplimiento de las promesas dadas por el SEÑOR.
El Nombre de DIOS
“Moisés objeta: si voy a los israelitas y les digo, el DIOS de vuestros padres me ha enviado a vosotros, cuando me pregunten cuál es su Nombre, ¿qué les responderé?”(v.13). Por otra parte el conocimiento del Nombre daba autenticidad al envío y a la misión encomendada. Moisés no quiere presentarse ante los suyos pareciendo que lo hace por propia iniciativa. Moisés no es un líder social o político, sino un enviado de DIOS, pues de otra forma él no movería un solo dedo para dirigirse al Faraón o a los israelitas oprimidos y humillados. El SEÑOR le dice a Moisés: “YO SOY el que SOY; así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros” (v.14). Mucho se insiste para no confundirnos a la hora de reconocer esta designación como si fuera una propuesta esencialista. Se quiere evitar por todos los medios la impresión de lejanía, o pensar que DIOS está en una trascendencia inasequible para nosotros, que al mismo tiempo se desentiende de los pobres humanos sometidos a innumerables avatares. Esta revelación del Sinaí es una de esas páginas fundamentales de toda la Escritura. El término YAHVEH viene a decir DIOS es la EXISTENCIA en la que nosotros vivimos, nos movemos y existimos. DIOS nos es íntimo y al mismo tiempo nos sobrepasa absolutamente. En DIOS somos vistos y pensados en todo momento, de tal forma que hasta el último pelo de nuestra cabeza está contado (Cf. Mt 10,30). Entonces YAHVEH reveló con claridad sobre la misma identidad del Nombre que se le estaba revelando y la identidad del DIOS de los padres. Los israelitas en su cautiverio habían rezado bien cuando se acordaron del DIOS de sus santos patriarcas.
JESÚS es el CRISTO
Los nueve versículos del Evangelio proclamado en este domingo insisten sobre la conversión, pero el giro a realizar ha de estar orientado hacia JESUCRISTO. La esterilidad espiritual de los distintos grupos enfrentados a JESÚS proviene de su rechazo, pues su actuación o mesianismo no parece ajustarse a sus previsiones o intereses particulares y de grupo. Los episodios anteriores en el evangelio de san Lucas señalan el malestar de los fariseos y autoridades religiosas hacia JESÚS, que no se alinea en sus postulados. JESÚS pretende liberar al Judaísmo de sus estrechas formas de cumplimiento ritual y ofrecer el Mensaje de Amor universal a todos los hombres, sin diferencia de lengua, raza o nacionalidad. JESÚS nace bajo la Ley, cumple con lo esencial, y libera a todos los que están bajo la Ley, porque su revelación es muy superior (Cf. Gal 4,4). El Nuevo Testamento y en especial san Pablo, insiste en la Salvación de todos los hombres por la acción de la Gracia, que proviene de la Fe en JESUCRISTO. La conversión cristiana se queda en los primeros pasos, si sólo se centra el esfuerzo en el perfeccionamiento moral o ético. Para los tiempos que corren lo anterior ya es mucho, pero lo verdaderamente válido es la justificación que viene por la Fe: “por la Fe del corazón viene la justificación, y por la proclamación de los labios viene la Salvación” (Cf. Rm 10,10). El corazón tiene que ser justificado o ajustado por la Gracia de la Resurrección, y nuestros labios han de proclamar el testimonio de que JESÚS es el SEÑOR. Al mismo tiempo que JESÚS predicaba el Reino de DIOS se mantenía en toda la región de los judíos una tensión que al poder romano no le gustaba. La “pax romana” no cuajaba entre los judíos, pues se añoraba la teocracia propia e inspirada por el Judaísmo. Aunque los zelotas constituyen un grupo revolucionario, que aparece organizado cuando comienza la guerra en el año sesenta y cinco, sin embargo en tiempos de JESÚS se mantenía latente un grupo de violentos contrarios a Roma y por aquellos años fue conocido Judas el Galileo, que había liderado un grupo de celosos por la causa judía. Este grupo tampoco se adhirió a la vía propuesta por JESÚS, que excluía la violencia armada para proclamar y extender el Reino de DIOS. JESÚS en ningún momento descalificó a la policía del templo o al ejército con su ejercicio básico en la defensa del más débil. Dos casos ilustran lo anterior: la curación del siervo del centurión y el elogio de la Fe de este último (Cf. Lc 7,1ss); y la conversión del centurión Cornelio y toda su casa relatada en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 10,1ss).
JESÚS está en Jerusalén
“En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos…” (Cf. Lc 133,1ss). También san Lucas pone en evidencia que en Jerusalén, JESÚS encuentra una oposición frontal. Así la transición al capítulo trece que iniciamos, tenemos que verla como una continuación de los primeros versículos del capítulo doce: “habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primero a sus discípulos, guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Cf. Lc 12,1). Todo el capítulo doce es un compendio de máximas y enseñanzas dirigidas a los discípulos y seguidores, a los que constituyen “el pequeño rebaño y el SEÑOR ha decidido concederle el Reino” (Cf. Lc 12,30). Mientras estaba hablando JESÚS con verdadera necesidad para instruir a los discípulos, llegan unos con últimas noticias. Aquellos que llegaban con las últimas noticias no traían precisamente el Evangelio -Buena Noticia-, aunque tampoco se puede calificar de antievangelio, lo que iban a contar. Pese a todo, JESÚS aprovechará y dará una enseñanza al auditorio que aún le quedaba.
Pilato y los galileos
“Pilato mezcló la sangre de los galileos con la de sus sacrificios” (v.1b). Pilato estuvo como procurador unos diez años en aquella región, entre los años veintiséis y treinta y seis (d.C.). Filón de Alejandría, pensador judío que vivió en Alejandría entre los años veinte (a.C.), y cuarenta (d.C.) califica muy duramente a Pilato por su crueldad. Es posible que Filón hubiera tenido en cuenta este episodio que ahora le relatan a JESÚS. Pilato estaba encargado de mantener el orden en un ambiente de gran tensión, que se podía descontrolar con ocasión de las grandes fiestas. Pareciera que aquellos galileos quisieran emular a Judas Macabeo y sus seguidores, que en el siglo segundo (a.C.) se levantaron contra las intenciones de Antíoco IV Epifanes de desacralizar la vida religiosa del Templo y de los judíos. Ahora un grupo de galileos se reúnen en el Templo para ofrecer sacrificios al SEÑOR y las autoridades religiosas, los sacerdotes saduceos, no los defienden ni son capaces de controlar la situación. La pasividad de los dirigentes religiosos es total y Pilato puede hacer ostentación de su despotismo. En el contexto que nos presenta, este suceso resulta un anuncio del destino de JESÚS.
Cruce de factores causales
“Les dice JESÚS: ¿pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro, y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (v.2-3). Los judíos estaban familiarizados con la “Ley del Talión”, que procuraba la aplicación penas idénticas a los daños infringidos. Por tanto, aquellos galileos estaban recibiendo una respuesta ajustada a sus desmanes, probablemente robos y asesinatos. Sin embargo JESÚS rompe el esquema lineal o causal de la Ley del Talión a la hora de interpretar los hechos, pues asegura que ante el PADRE había otros muchos galileos, que no eran menos merecedores de una pena similar, y sin embargo, de momento, nada les había ocurrido. JESÚS hace de nuevo una advertencia a no juzgar los hechos sólo por la apariencia. En los escritos antiguos se trató algo del dolor y el fracaso del justo, cosa que debe ser tenida en cuenta. Por otra parte, a los que obran mal se les puede permitir por un tiempo. JESÚS propone la clave de esta cuestión espinosa: la conversión del corazón. Los círculos viciosos en los que puede caer la actuación y la vida de las personas, encuentra su remedio en la conversión. La sentencia de JESÚS no es tranquilizadora: “si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. El espectáculo es terrorífico: en el Templo, el lugar más sagrado, los hombres mueren y mezclan su sangre con la de los animales. Dice el Salmo: “el hombre rico e inconsciente es como un animal que perece” (Cf. Slm 48,11-13). El hombre inconsciente es el mismo caso que el pensador griego calificaría de idiota, una persona así calificada es la que se mira a sí misma de manera exclusiva y se desentiende de las verdaderas responsabilidades que lo relacionan con la comunidad. Sólo la conversión vence el egoísmo. El no convertido es como un agujero negro que todo lo absorbe y no aporta nada, pues considera que el mundo existe para él y sus caprichos. El necio, idiota o no convertido vive para su eterna infantilidad malsana. La gravedad de las palabras de JESÚS en este versículo no dejan lugar a la duda: la conversión del corazón a semejanza del Corazón de CRISTO es la recuperación de la dignidad personal como hijo de DIOS. De lo contrario el hombre vive a merced del Pilato de turno que no le importa degradar la vida de sus semejantes.
Un accidente
“Aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre Siloé, matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro, y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (v.4-5). Parece que la torre de Siloé era un punto de vigilancia cerca de la canalización de agua que surtía a la piscina de Siloé -enviado-, destinada a las abluciones de purificación para participar en el Templo, y también surtía de agua potable a la ciudad. Se piensa que las filtraciones de agua reblandecieron la cimentación y dio lugar al derrumbe de la torre. No se tiene más noticia sobre el suceso que lo recogido en este caso por el evangelio de san Lucas. JESÚS sigue argumentando a los que lo escuchan para que dejen de pensar con categorías religiosas inconvenientes. Un accidente puede originar un gran daño, pero no se puede relacionar directamente con una acción determinada por la Voluntad Divina. “DIOS hace salir el sol sobre malos y buenos, y hace caer la lluvia a justos e injustos” (Cf. Mt 5,45). De la misma forma no se pueden ligar las desgracias sobrevenidas a castigos de DIOS por la mala conducta, pues encontramos numerosos casos en los que un proceder malo proporciona beneficios materiales inmediatos. No deja de desconcertarnos el sufrimiento del hombre justo, y el éxito del malvado; pues mantenemos ese fondo primario por el que nos gustaría la aplicación inmediata de la recompensa o la reprobación. Las cosas no son así, y la experiencia lo corrobora. Con los dos casos valorados por JESÚS en estos primeros versículos se desprende que JESÚS concede un margen de autonomía para las acciones humanas, que pueden aparecer contrarias a la Voluntad Divina. Estamos en el tiempo en el que la persona toma las decisiones con su cadena de consecuencias. Los distintos órdenes de cosas en los que se mueve la actividad personal mantienen su autonomía y la Voluntad Divina no sanciona de modo inmediato cada acción humana. DIOS ofrece el Plan más conveniente que el hombre debe seguir, y parece que lo hace en igualdad de condiciones con otras ofertas ante las que se puede elegir. DIOS podría imponer su Voluntad pero no lo hace, y lo que pone a nuestro alcance es una propuesta de Vida Eterna, que tiene su preámbulo en este mundo con un estilo de vida enmarcado en el discipulado de JESÚS. De ahí que en estos dos casos propuestos, como en otros lugares, la expresión venga en modo condicional: “si no os convertís”. Hay caminos que terminan en barrancos y desfiladeros, que representan el fracaso existencial. JESÚS propone su Evangelio o Camino como la verdadera y única alternativa para dignificar al hombre como hijo de DIOS y garantizar la Vida Eterna con todos los Ángeles y Santos. Si alguien menosprecia esto último como pueril es que todavía no sabe que se va a morir.
La parábola de la higuera
JESÚS expone la parábola: “un hombre tenía plantada una higuera en su viña…” (v.6a). Además de proporcionar una fruta de gran valor, la higuera ofrece una buena sombra en días de calor. La viña representa con frecuencia en la Biblia al propio Pueblo elegido y la higuera aparece en el Génesis, ofreciendo un elemental vestido (Cf. Gen 3,7). El libro del Apocalipsis sigue aprovechando el simbolismo de la higuera (Cf. Ap 6,13). En este caso, JESÚS recurre también a la frondosidad de la Higuera con hojas llamativas pero sin fruto alguno. Se vuelve, entonces, la higuera un símbolo de la fachada y apariencia que esconde la nada interior. “El hombre que plantó la viña y la higuera vino a buscar fruto y no lo encontró” (v.6). Esta parte de la parábola da a entender la acción creadora de DIOS: el mundo es la obra de DIOS y dispone en él muchos recursos y oportunidades para que el hombre se desarrolle y ofrezca frutos en orden al bien común. La parábola sugiere otra aplicación: “hace tres años que vengo a buscar fruto y no lo encuentro, corta la higuera, ¿para qué va a cansar la tierra? (v.7). Después de tres años de misión y proclamación del Evangelio del Reino de DIOS, el PADRE podía decidir que era tiempo para ver si aquella tierra daba frutos de acuerdo con lo sembrado o plantado en ese terreno. Pero pasan los años y el fruto no aparece en la forma prevista. Si el Pueblo de Israel -ahora la higuera- no está dando fruto conveniente después de tres años, no se puede hacer otra cosa mejor que dejar de malgastar esfuerzos. El viñador o guarda de la viña le dice al dueño: “déjala por este año todavía, y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da la cortas” (v.9). Suena en esta parte de la parábola la voz del HIJO que le dice al PADRE: hagamos el último intento y agotemos todos los medios para que esta higuera produzca fruto, aunque sea con gran coste. La higuera todavía no ha sido cortada y echada al fuego, porque el ESPÍRITU SANTO sigue dando Vida con sus dones y renovando con las aguas del Bautismo a la humanidad. JESÚS como encargado de la viña y la higuera ha comprometido su Cruz y Resurrección con el éxito de una humanidad a la altura del precio de la Redención. Estamos en el tiempo de “la paciencia de DIOS” (Cf. 2Pe 3,15-16). El viñador no garantiza el fruto al dueño, aunque él se compromete a realizar todo lo necesario para que así sea, y deja la cosa en simple posibilidad: “cabaré y echaré abono por si da fruto en adelante” (v.9). No está garantizado el fruto a pesar de todo el interés y esfuerzo. Esta es la obra de la Redención hecha por JESUCRISTO en favor de todos los hombres. ¿Falta algo por parte de JESÚS para que dispongamos de todos los medios de Gracia para la Salvación?.
San Pablo, primera carta a los Corintios 10,1-6,10-12
San Pablo se presenta como judío, ciudadano romano, discípulo de Gamaliel y oriundo de Tarso de Cilicia (Cf. Hch 22,3ss). El Apóstol presenta la combinación precisa para analizar y realizar las síntesis necesarias entre lo recogido en las antiguas Escrituras y la absoluta novedad del Evangelio. San Pablo respeta la Ley de Moisés en la que fue formado en otro tiempo, pero reconoce que ya no tiene vigencia pues no es capaz de procurar la Salvación. Llegado el tiempo presente, la Salvación es dada por la Fe en JESUCRISTO que se nos da por Gracia. Los hechos sucedidos tienen un valor que ha de ser reconocido. Es necesario volver la mirada a las acciones de DIOS que tienen lugar en la vida de los hombres para obtener conocimiento de la condición humana y la intervención de la Divina Providencia. San Pablo advierte de lo que no se puede hacer: “no murmuréis como algunos de ellos que murmuraron contra DIOS y terminaron a manos del exterminador” (v.10). A pesar de todos los beneficios recibido, de los signos y prodigios, sin embargo las protestas y murmuraciones de muchos no cesaban, por lo que desencadenaban desgracias a su alrededor. Algunos echaban de menos el alimento en medio de la opresión. Viéndose libres de la opresión el alimento no les sabía a nada. Este profundo desajuste entraña muchos males. Al revelarse en los tiempos presentes el Plan de DIOS en toda su hondura, lo anterior se convierte en figura de lo presente: “todo esto sucedió en figura, y fue escrito para los que habríamos de llegar a la plenitud de los tiempos” (v.11). El verdadero paso del Mar Rojo se da cuando una persona se bautiza en el Nombre de la TRINIDAD. El verdadero pan del Cielo, únicamente lo puede dar JESUCRISTO en su Presencia Eucarística. El verdadero perdón de los pecados, sólo se obtiene en el perdón directamente dado por DIOS a través del Sacramento de la Reconciliación. El verdadero Templo está donde el ESPÍRITU SANTO nos mueve a adorar. Otras realidades fueron prefiguradas en la antigüedad y son vividas ahora por la acción de la Gracia. Tan gran valor tiene todo lo dado en JESUCRISTO, que san Pablo llama a la prudencia y a evitar orgullos y divagaciones: “el que crea estar en pie mire no caiga” (v. 12). San Pablo vive considerando la inminencia de la Segunda Venida del SEÑOR, y en el encuentro con ÉL, “dichoso el que pueda permanecer de pie ante su Presencia” (Cf. Lc 21,36).
Otro es el que bautiza
“No quiero que ignoréis hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar” (v.1-2). Moisés fue el elegido de DIOS para conducir al Pueblo hasta la Tierra Prometida. En el camino, Moisés tenía que forjar una verdadera identidad como Pueblo de DIOS en el conjunto de aquellas gentes. El Pueblo en todo aquel tránsito vivió profundas experiencias relacionadas con el Misterio de DIOS -nube-, y padeció también profundas crisis de crecimiento -mar-. De forma especial es el libro del Éxodo el que indica que la nube guía al Pueblo por el día y la columna de fuego en la noche (Cf. Ex13,17-22). El paso del Mar Rojo ha quedado como icono bíblico para significar el cambio de vida al pasar por las aguas del Bautismo.
Comida y bebida espiritual
“Todos comieron de la misma comida espiritual, y todos bebieron de la misma bebida espiritual” (v.3-4). El maná (Cf. Ex 16,4ss), y el agua que mana de la roca (Cf. Ex 17,6). El maná no era verdadero pan, pero anunciaba el “verdadero PAN del Cielo” (Cf. Jn 6,32-34). El agua de la roca san Pablo la considera en el orden espiritual como anticipo del agua del ESPÍRITU SANTO (Cf. Jn 7,37). El SEÑOR realiza estos prodigios previendo los tiempos mesiánicos, o plenitud de los tiempos, en los que nos son dadas estas realidades espirituales, sin metáforas o eufemismos. Es verdad que el ESPÍRITU SANTO viene a nuestros corazones; también es verdad que JESUCRISTO baja del Cielo y transforma el pan ácimo en una realidad totalmente distinta, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Nada más grande sucede a cada instante en este mundo que la irrupción del SEÑOR en la EUCARISTÍA, aunque los medios de comunicación no lo cuenten, ni lo sepan.
Lo que está por venir
“La mayoría de aquellos no fueron del agrado de DIOS, y sus cuerpos quedaron en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura, para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron” (v.5-6). Estos dos versículos recuerdan las protestas frecuentes y en ocasiones muy agrias con las que muchos provocaban la desconfianza y el desánimo de otros. Es muy perjudicial negar lo bueno que se ha visto y vivido. Si se niega lo vivido se cierra los ojos ante la evidencia subjetiva más intensa. Al poner en tela de juicio la liberación milagrosa de la esclavitud egipcia o la manifestación del SEÑOR en el Sinaí a la vista de todos hablando con Moisés (Cf. Ex 19, 16-19), esa actitud producía un mal extremo y muchos quedaron en el desierto. De forma similar podemos pensar para los que viven de la Gracia intensamente y a renglón seguido se cierran a ella: “¿Han sido en vano tantas experiencias dadas por el ESPÍRITU del SEÑOR? (Cf. Gal 3,4). Todos los días en este mundo podemos estar en el permanente Año de Gracia -Año jubilar- declarado por JESÚS en la sinagoga de Nazaret (Cf. Lc 4,19).