El 19 de marzo de 1937, fiesta de San José, Pío XI firma la encíclica Divini Redemptoris, condenando sin miramiento alguno el comunismo ateo.
Empieza así:
1. La promesa de un Redentor Divino ilumina la primera página de la historia de la humanidad; por esto la confiada esperanza de un futuro mejor suavizó el dolor del paraíso perdido (Cf. Gén 3,23) y acompañó al género humano en su atribulado camino hasta que, en la plenitud de los tiempos (Gál 4,4), el Salvador del mundo, apareciendo en la tierra, colmó la expectación e inauguró una nueva civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que el hombre había hasta entonces alcanzado trabajosamente en algunas naciones privilegiadas.
2. Pero la lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado original y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.
3. Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, venerables hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana.
Hoy, en 2020, el comunismo sigue siendo una amenaza y allí donde ha alcanzado el poder, pisotea los derechos humanos de manera inmisericorde. Si hay alguien que desprecia los derecho humanos y la dignidad de la persona es el Partido Comunista Chino, que persigue de manera cruel, despiadada e inmisericorde a los católicos fieles a Roma y a todas las demás minorías religiosas. Campos de concentración, desapariciones, asesinatos… El Partido es la única instancia de legitimidad moral y política y nadie se puede apartar de los dictados del gobierno comunista sin sufrir la persecución.
Valiente está siendo la actitud del Cardenal Zen, que lleva años alertando, advirtiendo que no se puede negociar ni pactar con los comunistas. No hace mucho que estuvo en Roma esperando que el Santo Padre le recibiera en audiencia pero sin ningún resultado al parecer. Eso sí. Por lo visto, el tratado secreto entre China y la Santa Sede se va a volver a firmar para prorrogar su validez.
El comunismo ha provocado en el mundo más de cien millones de muertos en los últimos cien años: Rusia, China, Cuba, Camboya, Vietnam, Corea del Norte… Ahora también Venezuela… Allí donde alcanzan el poder ya no lo sueltan y harán cualquier cosa con tal de perpetuarse en el poder. Y cualquier cosa es cualquier cosa: cuando se firmó esta encíclica (1937), España había sufrido y estaba sufriendo la mayor persecución religiosa de la historia. Miles de católicos murieron por no apostatar de su fe. Se quemaron iglesias y conventos, se torturó a curas y obispos; se violó a monjas… Todas las atrocidades de las que fueron capaces se pueden leer en las actas de beatificación y canonización de tantos mártires españoles en la década de los años 30 del siglo pasado. Así lo recoge y lo denuncia Pío XI en 1937 en esta misma Encíclica:
20. También en las regiones en que, como en nuestra queridísima España, el azote comunista no ha tenido tiempo todavía para hacer sentir todos los efectos de sus teorías, se ha desencadenado, sin embargo, como para desquitarse, con una violencia más furibunda. No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias, todos los conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin reparar en el valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga buen juicio, ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad pública, puede dejar de temblar si piensa que lo que hoy sucede en España tal vez podrá repetirse mañana en otras naciones civilizadas.
Esta es nuestra memoria histórica. El comunismo fue y sigue siendo un peligro. Invocando una sociedad sin clases, donde por fin reinará la justicia social y todos seremos felices, los totalitarismos comunistas acaban imponiendo un infierno de persecución, de muerte y de intolerancia hacia todos los que se atrevan a discrepar de sus postulados.
4. Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar, y no calló. No calló esta Sede Apostólica, que sabe que es misión propia suya la defensa de la verdad, de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo rechaza y combate. Desde que algunos grupos de intelectuales pretendieron liberar la civilización humana de todo vínculo moral y religioso, nuestros predecesores llamaron abierta y explícitamente la atención del mundo sobre las consecuencias de esta descristianización de la sociedad humana. Y por lo que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: «[A esto tiende] la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana». Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la encíclica Quod Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte», y con clara visión indicaba que los movimientos ateos entre las masas populares, en plena época del tecnicismo, tenían su origen en aquella filosofía que desde hacía ya varios siglos trataba ele separar la ciencia y la vida de la fe y de la Iglesia.
No calló contra el comunismo Pío IX. No calló León XIII. No calló Pío XI. Y no se puede callar hoy. Pero se calla. Y cuando no se calla, se dicen estupideces y mentiras: como cuando cierto prelado, de cuyo nombre no quiero acordarme, indicó que en China era donde mejor se aplicaba la doctrina social de la Iglesia. Hay que elevar la voz contra el comunismo. No se puede calla. No es decente callar.
Sigamos con la Encíclica de Pío XI:
8. El comunismo de hoy, de un modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Un seudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y tu entusiasmo contagiosos.
Un pseudo-ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad aderezado por un misticismo falso: he ahí una definición certera del comunismo. Es todo mentira. Es una doctrina engañosa que atrae y engatusa ofreciendo una falsa redención puramente inmanente. Para ellos, no hay vida eterna, no hay más Salvador que Lenin, Xi Jinping o el Coletas. Ellos acabarán con todos los males que nos afligen y nos traerán la felicidad comunista a esta tierra, a este mundo.
9. […] Esta doctrina (el comunismo) enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano.
Todos los que abominamos del comunismo somos considerados contrarrevolucionarios y enemigos del pueblo. Y por lo tanto, somos enemigos a batir. Que se lo pregunten a los cientos de muertos enterrados en Paracuellos.
10. El comunismo, además, despoja al hombre de su libertad, principio normativo de su conducta moral, y suprime en la persona humana toda dignidad y todo freno moral eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos. Al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana.
La mayor amenaza contra la dignidad y contra la libertad del ser humano es el comunismo. Aunque ya el liberalismo había asentado previamente las bases de la barbarie. La labor de descristianizar el mundo la inició la ideología liberal. Podemos decir que el comunismo es su hijo aventajado. El liberalismo proclama la autonomía de ser humano: el hombre es libre para autodeterminarse, para hacer con su vida lo que le dé la gana; para buscar la felicidad en este mundo como mejor le parezca. No hay Dios, no hay mandamientos, no hay una ley moral universal: sálvese quien pueda. No hay cielo ni infierno y el ser humano tiene derecho a ser feliz aquí y ahora: en este mundo. Y no tiene que esperar al más allá para nada. El liberalismo niega la metafísica y reduce la moralidad al derecho positivo y por lo tanto, serán los políticos en el parlamento, sede de la soberanía del pueblo, quienes determinen lo que está bien y lo que está mal; y serán los políticos quienes aprueben los derechos y los deberes de los ciudadanos. Así, el aborto, aprobado por mayoría absoluta y con un amplio respaldo social, se acaba considerando un derecho de la mujer, aunque moralmente para un católico sea un crimen abominable. Y lo mismo podemos decir del divorcio, de la eutanasia, del suicidio asistido, de la experimentación con embriones humanos y un largo etcétera de barbaridades todas ellas legitimadas por el consenso de las mayorías parlamentarias, única instancia que puede determinar el bien y el mal en nuestras sociedades liberales y democráticas.
El problema del liberalismo es que genera desigualdades sociales. Y cuando el individuo no se puede salvar solo de la pobreza, del paro o de la explotación laboral, viene el redentor comunista y le ofrece la solución a todos sus problema. “Tú solo no puedes salvarte; pero todos los oprimidos y explotados unidos, sí podemos”, dice el discurso comunista: ¡Uníos hermanos proletarios! Pero las revoluciones comunistas solo traen destrucción, muerte y hambre. Las promesas de los falsos profetas de un paraíso terrenal sin Dios y contra Dios se malversan entre crímenes sangrientos y dolorosos. El comunismo encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Pero es una redención falsa y mentirosa que no conduce a ningún paraíso, sino al infierno del totalitarismo más atroz. No solo no soluciona ningún problema, sino que causa otros aún peores. No solo no salva a los pobres de la miseria, sino que la extiende a toda la población, que acaba con cartillas de racionamiento y pasando hambre (pregunten a los venezolanos).
Recordemos en este punto que el Parlamento Europeo, el 19 de septiembre de 2019 (hace poco más de un año), aprobó una resolución donde se condenan expresamente los horribles crímenes cometidos por los comunistas y por los nazis en Europa.
El comunismo pone en marcha una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino (cf. 2Tes 2,4). Por eso los católicos seguimos siendo perseguidos en todos los países dominados por las tiranías comunistas.
Y Pío XI termina la encíclica así:
“Pero Nos no podemos terminar esta encíclica sin dirigir una palabra a aquellos hijos nuestros que están ya contagiados, o por lo menos amenazados de contagio, por la epidemia del comunismo. Les exhortamos vivamente a que oigan la voz del Padre, que los ama, y rogamos al Señor que los ilumine para que abandonen el resbaladizo camino que los lleva a una inmensa y catastrófica ruina, y reconozcan también ellos que el único Salvador es Jesucristo Nuestro Señor, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Hech 4,12).”
El comunismo es una peste mortífera, dañina y peligrosa. Es una verdadera pandemia.
No hay otro Salvador que Nuestro Señor Jesucristo. Que venga a nosotros su Reino. La verdadera fraternidad es la de los Hijos de Dios, miembros de Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Nuestro único Rey es Cristo: suyo es el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Y ante el Nombre del Señor, toda rodilla se ha de doblar en el Cielo, en la Tierra y en el Abismo y toda lengua ha de proclamar que Cristo es el Señor para Gloria de Dios Padre.
Hoy en día haría más falta que nunca que el Papa levantara la voz contra los engaños y los errores del comunismo. Esperemos que lo haga, si lo estima oportuno (¿quién soy yo?), en la próxima encíclica. No hay ideología más perniciosa y que atente tanto contra la ecología integral, contra el bienestar del ser humano y contra la preservación del medio ambiente que el comunismo (si no, miren el caso de Chernóbil). El liberalismo es malvado. El Comunismo, peor.
Con información de InfoCatólica/Pedro L.Llera