Conducta humana

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Los Derechos Humanos promulgados por la ONU en mil novecientos cuarenta y ocho tratan de establecer un marco de actuaciones que favorezcan la convivencia entre todos los habitantes del planeta, aunque la gran mayoría de los países allí representados no sean democracias, y los pretendidos derechos humanos tampoco se cumplen en la mayoría de los países representados. Así son las cosas de hecho que se empiezan a complicar cuando se habla de los nuevos derechos, que contradicen de modo flagrante la cara inicial antes mencionada. Sin entrar en detalle entre los derechos y los antiderechos, lo que hoy me interesa tratar es la necesidad que tenemos los humanos de establecer un marco ético de conducta, si queremos sobrevivir como especie en este planeta, pues los animales lo tienen mucho más fácil, dado que su comportamiento está ligado al instinto que no cambia según los contactos culturales. Nosotros los hombres somos otra especie con una capacidad racional, que nos puede hacer más indigentes que el resto de los seres vivos, de no mediar un conjunto de principios y valores que regule nuestra conducta. Los humanos podemos tener comportamientos inhumanos, y los sabemos identificar sin pasar por ninguna facultad de filosofía para estudiar ética, o estar inmersos en las disciplinas antropológicas más insospechadas. El sentido común de la inmensa mayoría de las personas sabe identificar lo que es propiamente humano de los que chirría con la naturaleza humana.

Para hacer humana la vida del hombre es imprescindible la construcción de una ética o una moral. Ambos términos significan lo mismo: el primero proviene del griego, el segundo viene del latín, y coinciden en hablar de las costumbres, o lo que debe hacer el hombre habitualmente. Es necesario establecer las mejores costumbres posibles alrededor del principio que regula la vida familiar. Instintivamente se ha comprendido que las relaciones familiares  endógenas favorecían la degradación de la tribu, por lo que se ha procurado evitar el incesto y abrir las relaciones a otros clanes para hacer más fuerte la descendencia. Por otra parte se ha visto en todas las culturas una preocupación por tratar de forma conveniente a los muertos, y las primeras notas de la civilización están relacionadas con los cultos funerarios. Hay que atender de forma conveniente a los mayores que han fallecido, considerándolos como protectores de la familia o el clan. Por tanto el concepto de familia se extiende más allá de los límites del espacio y el tiempo en el que nosotros vivimos en el presente. La vida de ultratumba muestra los primeros atisbos de la trascendencia, y esta realidad no se puede eliminar del comportamiento ético de las personas. En gran medida, las sociedades primitivas actúan conforme a la visión que tienen del más allá conforme perciben la manera de estar de sus difuntos.

Tenemos de momento tres condiciones que aparecen en la conciencia del hombre de  cualquier época: la conducta puede ser humana, mostrarse destructiva de la condición humana y verse abocada a resolver el enigma de la muerte. Hemos avanzado en los descubrimientos científicos a cotas inimaginables para el hombre de no hace muchas décadas; pero el hombre sigue muriendo y tiene que enfrentarse a este hecho indubitable. Aunque algunos empiezan a hablar hoy de inmortalidad para el ser humano, porque los avances científicos pudieran resolver el decaimiento biológico, sin embargo está por comprobar las repercusiones psíquicas, que tal hallazgo representaría en el estado general del hombre concreto. Así las cosas, las pretensiones de inmortalidad quedan en el campo de la ciencia ficción, y nos seguimos moviendo en el plano de lo finito y caduco. También a nosotros nos toca la tarea de procesar nuevos modelos de conducta adaptados a las nuevas circunstancias, manteniendo los factores constitutivos de la naturaleza humana finita y llamada a la trascendencia. Hemos salido de las cuevas, en las que el hombre ha dejado constancia de un culto y creencias animistas. Ahora nos movemos en el campo de las grandes religiones; y todavía más: estamos en la época de la máxima revelación de DIOS a los hombres en JESUCRISTO. Por tanto la ética que en la actualidad se ha de diseñar tiene que mantener un fundamento de humanismo cristiano sin otro matiz que la inclusión de todas las demás costumbres que formen un marco de comportamiento coherente dentro de otras religiones como paso previo a la conciencia cada vez más clara y lúcida de la unión con JESUCRISTO, que representa la plenitud del hombre y del género humano.

No existe principio de comportamiento más elevado dentro de la convivencia interpersonal que “el perdón a los enemigos”. La cima de este proceder humano la estableció JESÚS de Nazaret  con su muerte en la Cruz. El axioma más alto en torno al matrimonio lo estableció JESÚS aboliendo el divorcio, salvo dos casos que recogen san Pablo en el capítulo siete de la primera carta a los Corintios, y san Mateo, en el capítulo cinco. Tales excepciones la Iglesia Católica las ha resuelto conduciéndolas hacia la nulidad matrimonial; pero, con todo, el principio de indisolubilidad marcado por el Evangelio sobre el matrimonio viene en una defensa de la mujer y de  la prole: el hombre no se puede divorciar de cualquier manera y por puro capricho como sucedía el sociedad judía y romana del tiempo de JESÚS. El marco de comportamiento cristiano prevé un comportamiento del todo revolucionario cuando miramos al uso del juramento, dando un valor inaudito a la palabra expresada como argumento de valor definitivo. Este principio cristiano está por cumplir en su totalidad, prácticamente, en todos los ámbitos de la actuación humana.

La ética o la moral como cuerpo teórico de referencia para obrar bien es un objetivo a conseguir, como estamos observando, pues los retos que hoy se nos presentan son de gran envergadura. Hoy se está hablando de la convergencia para una ética universal, y es necesario hacerse algunas preguntas, hay que comprobar si la actual ética se quiere construir con un consenso de mínimos o basada en principios, que obedezcan a los rasgos constitutivos de la naturaleza humana. Esta última está en discusión, por lo que cualquier construcción ética  quedaría lejos de dar una respuesta coherente a la conducta humana, pues el hombre mismo, y su naturaleza está cuestionada. Tristemente, la misma institución que salió de la Segunda Guerra Mundial para garantizar la convivencia en el planeta, promulgando desde los inicios una carta de derechos; hoy en día admite más de setenta géneros distintos, que el individuo, simplemente guiado por su subjetividad puede determinar. Si alguien por la mañana se siente gato, puede dictaminar con toda solemnidad que es un gato; y si alguien se lo niega y le hace caer en la cuenta que es un ser humano con cuarenta y seis cromosomas que lo definen biológicamente; éste presunto gato puede demandarlo por odio contra él, pues no admite que es un gato. Esta tabla de nuevos géneros entra dentro de los nuevos derechos que la ONU incluye en estos momentos con la pretensión de introducirse en las legislaciones de  todos los países. Menos pintorescos, pero más sangrantes son los casos en los que un niño con cuatro o seis años parece que se inclina hacia un género distinto del que dicta su dotación genética, y resulta que el niño de seis años que se llama Juan dice que se llama Juanita, pues se siente niña. Los padres imbuidos de la mentalidad más progre dejan que su hijo sea sometido a un bloqueo hormonal con vistas a seguir un tratamiento que pretendidamente revierta su condición de varón en hembra. Todo el mundo está obligado a decir Juan ya no es Juan y es Juanita, y si alguien objeta puede ser amonestado severamente por las nuevas leyes que se van implantando en los distintos países. Ahora mismo están dando marcha atrás naciones como Suecia, que están viendo los resultados desastrosos de estas concesiones iniciales, pero en lugares como España estamos decididos a recorrer esta aberración a velas desplegadas, para que no se diga que no somos progres y estamos a la última en el disparate más aberrante.

Se necesita volver a una ética donde el sentido común nos devuelva a la civilización cristiana, de la que hemos salido y en la que hemos crecido; y, curiosamente, nos está permitiendo transitar por estos andurriales sin sentido. Pero se impone algo de sensatez y devolver a nuestros legisladores a la responsabilidad más elemental.

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