Cónclave a la vista. Todos se distancian de Francisco

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No dedican ni una sola línea al futuro cónclave. Y, sin embargo, dos libros gemelos publicados recientemente en Italia van inexorablemente a parar justo allí.

El primero se titula “La Iglesia arde” y el segundo “El rebaño descarriado”. Ambos diagnostican un mal estado de salud de la Iglesia, con un marcado empeoramiento precisamente durante el actual pontificado.

Pero sus autores no son en absoluto opositores del papa Francisco. El primer libro está firmado por Andrea Riccardi, historiador de la Iglesia y fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, muy escuchado por el Papa que a menudo le recibe en audiencia privada y le confió, entre otras cosas, la dirección de la escenográfica cumbre interreligiosa. Cumbre presidida por el propio Francisco el pasado 20 de octubre en la Piazza del Campidoglio. El segundo libro en cambio, está firmado por una asociación recién nacida llamada “Essere qui” cuyo número uno es Giuseppe De Rita, de 89 años, fundador del CENSIS y decano de los sociólogos italianos, además de protagonista de una época del catolicismo posconciliar que tuvo su evento clave en 1976 en una gran asamblea eclesiástica sobre “Evangelización y promoción humana”.

En su libro, De Rita querría llevar a la Iglesia de hoy a las líneas maestras de esa convención, en oposición a lo que hicieron –según él– Juan Pablo II y Benedicto XVI, que habrían insistido de forma estéril solo en la evangelización, descuidando la promoción humana y la red de relaciones sociales.

Mientras tanto, no solo la secularización ha agotado gran parte del catolicismo, especialmente en Occidente, sino que se ha extendido esa Revolución antropológica que ha cambiado radicalmente la idea del nacer, del generar, del morir, del libre albedrío; en una palabra, la idea misma de hombre, muy alejada de la de la Biblia, magistralmente puesta en evidencia por el que posiblemente sea el documento más bello elaborado por la Santa Sede en los últimos años, firmado por la pontificia comisión bíblica y titulado “¿Qué es el hombre?”.

En referencia al desafío que plantea esta Revolución Antropológica y a la respuesta de la Iglesia, hay poco o nada en ambos libros. Su horizonte analítico es reducido, cuando en cambio lo que está en juego es histórico, análogo al del cristianismo de los primeros siglos, que, sin asimilarse ni separarse del mundo circundante, en gran parte ajeno y hostil, supo entablar una relación fuertemente crítica con él, ejerciendo al mismo tiempo una extraordinaria influencia cultural en la sociedad, en sentido cristiano.

Cabe señalar que el autor del primer libro, Riccardi, es también miembro destacado de la asociación “Essere qui” que firma el segundo libro, junto con otras personalidades como Romano Prodi, expresidente de la comisión europea y expresidente del gobierno italiano; Gennaro Acquaviva, promotor para el partido socialista del concordato de 1984 entre la Santa Sede e Italia; Ferruccio De Bortoli, exdirector del conocido diario italiano “Corriere della Sera”.

Todos se presentan como un “think tank” ofrecido a la Iglesia para su camino. Sin criticar nada del actual pontificado, pero sin exaltarlo tampoco. Hablan poco de ello y de forma esquiva, como si quisieran mantenerse alejados de una parábola que ya ha llegado a su fin. Que es exactamente su premisa para razonar sobre el futuro papa.

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De Francisco ya se sabe. Tiene sus favoritos para la sucesión. El primero es el cardenal filipino, un poco chino por parte de madre, Luis Antonio Gokim Tagle, prefecto de “Propaganda Fide” y por ello uno de los cardenales más conocidos del mundo.

Para Tagle, se objeta, existe el obstáculo de la edad. Tiene 64 años y, por tanto, reinaría demasiado tiempo para que los cardenales electores apuesten por él. Pero, sobre todo, se le considera demasiado cercano a Jorge Mario Bergoglio para no acabar abrumado por las múltiples intolerancias hacia el pontificado actual, que inexorablemente saldrán a la luz en un futuro cónclave.

Por eso Tagle, que en los primeros años del actual pontificado fue tan activo y conversador, lleva tiempo siendo muy discreto. Mantiene cautelosamente las distancias, más ahora que el pontificado llega a su fin y sus deficiencias son cada vez más evidentes.

Tagle silenció especialmente, y de manera muy astuta, lo que el Concilio Vaticano II interpretó como ruptura y nuevo comienzo, que él aprendió durante sus estudios de teología en Nueva York, en la escuela de Joseph Komonchak, y después puso por escrito, y firmó, en un capítulo clave de la historia del Concilio más leído en el mundo, elaborado por la llamada “escuela de Bolonia” fundada por Don Giuseppe Dossetti y Giuseppe Alberigo.

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Otro purpurado muy querido por Francisco es el alemán Reinhard Marx, de 68 años, introducido en 2013 por el Papa en el reducido grupo de cardenales llamados a ayudarle en el gobierno de la Iglesia universal y ascendido en la curia a la presidencia del consejo para la economía.

Es cierto que el “camino sinodal” puesto en marcha en Alemania, con Marx entre los promotores, preocupa seriamente a Francisco por sus objetivos disruptivos. Pero el Papa sigue manteniendo a su lado a este cardenal, tal vez pensando en recurrir a él para detener la deriva.

Marx, sin embargo, parece querer jugar solo y distanciarse de Bergoglio, que  en un cónclave podría dañarle. Ha renunciado a la presidencia de la conferencia episcopal alemana y, sobre todo, alegando una responsabilidad colectiva de los obispos en el escándalo de los abusos sexuales, presentó su dimisión como arzobispo de Múnich y Freising.

El Papa la ha rechazado, pero algunos observadores interpretan la medida del cardenal como finalizada precisamente a una autocandidatura de Marx para la sucesión, naturalmente para un pontificado que marque la drástica superación del “catolicismo romano”, a favor del complejo y secular antirromano catolicismo de la Iglesia católica de Alemania, siempre tentada por una asimilación al protestantismo.

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Después están los cardenales que Francisco aprecia menos. Angelo Becciu es tan indigesto para él que hace diez meses el Papa le retiró brutalmente –sin explicación alguna y antes del debido juicio– todos los “derechos” del cardenalato, incluido el acceso al cónclave.

Concretamente, Becciu nunca ha sido un papable, pero sí un gran elector, también gracias a su pertenencia a la red internacional de cardenales y obispos amigos del movimiento de los Focolares, uno de los lobbies eclesiásticos más funcionales en el control de los consensos. Al sacar con ignominia a Becciu del juego, Francisco también ha desarmado de hecho el entramado que este encabezaba.

Pietro Parolin es otro de los cardenales que Bergoglio contribuyó a eliminar de la lista de los papables. Pero, siendo honestos, Parolin puso mucho de su parte para decepcionar a quienes inicialmente le veían como un sucesor deseable, capaz de devolver el barco de la Iglesia al rumbo correcto en la tormenta creada por papa Francisco, corrigiendo sus derivas sin traicionar su espíritu

De hecho, el caos de la secretaría de Estado durante su mandato ha quedado a la vista de todos, con lo cual es difícil imaginarle capaz de gobernar la Iglesia, que es una realidad incomparablemente más grande y más compleja. Por no mencionar la cadena de fracasos de sus iniciativas diplomáticas, “in primis” con China.

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En cambio, entre los moderados hay quien estaría encantado de ver en la cátedra de Pedro a un cardenal como el húngaro Péter Erdô, de 69 años, arzobispo de Esztergom y Budapest y presidente durante diez años del consejo de las conferencias de los obispos católicos de Europa; apreciado por muchos también por haber guiado con sabiduría y firmeza, en el doble sínodo sobre la familia del que fue ponente general, la resistencia a los defensores del divorcio y de la nueva moral homosexual.

En dos meses Erdô presidirá el 52º Congreso Eucarístico Internacional en Budapest y el papa Francisco irá allí para celebrar la misa de clausura, el 12 de septiembre. Esta sería una excelente oportunidad para arrojar luz sobre él como personalidad de alto perfil del colegio cardenalicio, con muchos talentos para ser elegido papa.

Es un hecho, por otro lado, que Bergoglio ha hecho de todo para quitar importancia a su viaje a Budapest y mantener a su posible, pero sobre todo temido sucesor, en la sombra. Primero añadió y después alargó a cuatro días su visita a la vecina Eslovaquia, y de esta manera convirtió su presencia en el congreso eucarístico en una apresurada escala, visiblemente llevada a cabo de mala gana.

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Ciertamente, un sucesor como Erdô devolvería al papado a la estela de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que son precisamente los dos papas que interrumpieron, según los dos libros citados al principio, la feliz interacción entre Iglesia y sociedad, entre “evangelización y promoción humana”, de la primera época posconciliar.

 

En cambio Riccardi y sus asociados tienen al candidato perfecto. Es el cardenal Matteo Zuppi (en la foto), 66 años, arzobispo de Bolonia y sobrino-nieto de otro cardenal, Carlo Confalonieri (1893-1986), que fue también secretario del papa Pío XI, pero sobre todo cofundador, con Riccardi, de la Comunidad de Sant’Egidio, sin duda el lobby católico más poderoso, influyente y omnipresente de las últimas décadas a nivel mundial.

Como asistente eclesiástico general de la Comunidad de Sant’Egidio y párroco de la basílica romana de Santa María en Trastevere hasta 2010, así como obispo auxiliar de Roma desde ese año, Zuppi se ha situado en el centro de una red incomparable de personas y acontecimientos a nivel mundial, tanto religiosos como geopolíticos, desde los acuerdos de paz en Mozambique de los años 1990-1992 hasta el actual apoyo de la coalición secreta entre la Santa Sede y China, desde los encuentros interreligiosos de Asís hasta los “corredores humanitarios” para los inmigrantes en Europa de África y Asia.

Adaptándose como un camaleón a los dos pontificados de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, con Francisco la Comunidad de Sant’Egidio alcanzó su apogeo: con Vincenzo Paglia al frente de los institutos vaticanos para la vida y la familia, con Matteo Bruni al frente de la sala de prensa y sobre todo con Zuppi, ascendido a jefe de la archidiócesis de Bolonia, nombrado cardenal y ahora también candidato a la presidencia de la conferencia episcopal italiana.

De aquí a su elección como papa nada está asegurado, pero es algo para tener seriamente en cuenta. Más aún con un colegio de cardenales electores desordenado, de sentimiento incierto y fácil de ser derrotado por un lobby, esta vez no cardenalicio, como la legendaria “mafia” de San Galo que se comenta que propició la elección de Bergoglio, aunque seguramente más influyente y decisivo, que tiene el nombre, precisamente, de Comunidad de Sant’Egidio.

A Zuppi le gusta que le llamen “cardenal de la calle”, como en el documental que él mismo ya puso en circulación, y además tuvo la astucia de firmar el prólogo de la edición italiana del libro pro-LGBT del jesuita James Martin, muy amado por el papa Francisco.

Entonces, como demuestran los dos libros anteriormente citados, ha llegado el momento de distanciarse del Papa reinante si el objetivo es sucederle. Después de manifestarle todos los favores, el lobby de Sant’Egidio ha decidido entregar a Francisco a los archivos. La Iglesia arde, el rebaño está descarriado, ha llegado la hora de un nuevo Papa. Los dos libros trazan su perfil, a su manera. Lástima que el vacío programático de ambos, sobre los verdaderos retos históricos que la Iglesia está llamada a afrontar hoy, no le ayudará.

 

Por SANDRO MAGISTER.

settimo cielo.

«L’Espresso».

13 de julio de 2021.

 

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