Mucho se especula sobre el origen del “patente de corso”, ligado a la piratería y a los corsarios. Un permiso especial para emprenderla contra naves enemigas o piratas. Esa frase la actualizó y usó el presidente López Obrador para ir ahora contra la comunidad judía en México en un nuevo escándalo que implicó el uso inmoral de los comparativos: hitlerismo, propaganda y odio.
La tribuna de la mañanera se ha convertido en una especie de cadalso donde el verdugo ejecuta aplicando el “mátalo, después veriguas”. Las consecuencias serían tremendas y nefastas, especialmente por los adictos al régimen que pueden empuñar cualquier cosa para incitar al odio sin importar las consecuencias. Y ahora tocó al publicista Carlos Alazraki de quien López Obrador afirmó, sin la mínima medida, ser seguidor de Hitler: “El señor Alazraki es seguidor del pensamiento de Hitler. ¿Quién era el propagandista principal de Hitler? ¡Goebbels!, como 10 años fue el ministro de propaganda de Hitler (…), Aunque Hitler ya no esté, no quiere decir que su pensamiento no prevalezca”, repetiría usando los adjetivos como cualquier cosa.
De inmediato, la comunidad judía reaccionó y no le faltaba razón. Quizá con demasiada cautela a fin de evitar un frente abierto con el presidente de México, el presidente de la Comité Central de la Comunidad Judía en México firmó un parco comunicado en el que manifestó el rechazo de referencias del término hitleriano a cualquier persona y toda comparación con el régimen nacionalsocialista, el “más sanguinario de la historia” es “lamentable e inaceptable”.
AMLO presume de ser historiador y sabe muy bien de qué habla al usar al deleznable nazismo. Hacerlo contra los judíos es un dardo envenenado que asoma la más reprobable intolerancia de la que no puede hacer gala un jefe de estado. Meter a Hitler y al nazismo en boca de un presidente electo de manera democrática, abona a remarcar las fracturas que López Obrador ha provocado con distintos sectores que no le aplauden, lo han criticado y cuestionado en su mal llamada transformación.
Pero esas desafortunadas comparaciones empañan los 70 años de relaciones entre México e Israel. En julio de 1952, ambos países iniciaron amistad diplomática la cual, según el gobierno de México, “enmarcadas por fuertes lazos de cooperación y una destacada amistad, manifiesta en la estima que existe entre sus pueblos y sus autoridades”.
Aunque se den estas siete décadas de amistad, AMLO lo dijo coincidiendo con este aniversario. La comunidad judía “no tiene patente de corso para “dañar, afectar un movimiento de transformación, nada más por sus ideales, su pensamiento, su conservadurismo, les repito, su hitlerismo”, señalando al publicista Alazraki.
López Obrador juega ya con fuego y él mismo no se da cuenta de que está incendiando al país entero. Cuando un político cita o compara a los demás con Hitler, se puede acusar recibo de una mentalidad obcecada y al punto enfermiza que condena para poner a todos del lado del mal mientras él es encarnación de todo lo bueno que pueda pasar.
AMLO recurre a tales comparaciones que, en el fondo, llevan un propósito ideológico, más allá de la política. Por arriba de él, nadie; por encima de todos, él. Absorto de la realidad, usa estos calificativos conociendo lo que tiene en el fondo, revancha y la venganza. Y aunque se diga ser cristiano, la realidad es otra. Él es López Obrador, el único con patente de corso para incitar al odio, amenazando a todos quienes no piensen como él. Eso sí es un peligro para México.