Estamos ya en los últimos domingos del calendario litúrgico de la Iglesia Católica, por ello la temática de las lecturas bíblicas que empezaremos a escuchar en estos últimos domingos del año adquieren un estilo escatológico, es decir nos invitan a tomar conciencia de nuestro encuentro definitivo con Dios. Así por ejemplo, el evangelio de este domingo ( Mt 25, 1-13) se concluye con esta invitación: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”. Hay que estar preparados para nuestro encuentro con Dios.
Todos recordamos y celebramos el día en que llegamos a este mundo, pero el día en que saldremos de él no lo conocemos. Por ello, teniendo en cuenta el contenido del evangelio de este domingo, se necesita mantener tener encendidas las lámparas de la fe y tener la reserva suficiente de obras que proyectan esta fe, todos los días.
El evangelio compara el reino de los cielos con un grupo de vírgenes que se preparan para la celebración de una boda. Cinco de ellas eran previsoras y cinco descuidadas. A la hora que llega el novio, las jóvenes descuidadas son sorprendidas y enfrentan las consecuencias.
El Señor quiere decirnos con esta parábola que debemos estar preparados para el encuentro con él. Con frecuencia, Jesús dice en el evangelio: “Velen y estén preparados”. Hay que estar listo para el encuentro definitivo con el Señor, es decir la hora de nuestra muerte.
En la parábola que hoy escuchamos, se nos insiste que no basta con estar despiertos, es preciso estar preparados. Se trata de tener a la mano “las reservas de aceite” para presentarnos delante de Dios. Es decir tener las manos llenas de obras buenas que hayamos podido hacer mientras el Señor se presenta en nuestras vidas.
No sería prudente dejar todo para el último momento, el encuentro con Dios no lo podemos improvisar, no hay que esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios. Se necesita hacerla actuar desde ahora y por lo mismo practicar buenas obras inspiradas en su amor. En ese sentido, no basta tener las lámparas (la fe), se necesita además llevar una vida cristiana activa, es decir una vida llena de buenas obras.