¿Cómo que no sabes quién fue Isidoro? Conócelo y te ayudará ahora que no tienes trabajo y dinero…¡A él le costaba mucho estudiar!

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Resulta que un dìa como hoy, es decir, el 13 de septiembre, pero de 1902, nació Isidoro Zorzano en el departamento de su familia ubicado en Av. Corrientes y Riobamba, a ocho cuadras del…

Así descubrió Isidoro Zorzano la llamada de Dios

El 24 de agosto de 1930, Isidoro Zorzano entendió que Dios le llamaba al Opus Dei, gracias a un encuentro providencial con san Josemaría, en una calle de Madrid.

Opus Dei - Así descubrió Isidoro Zorzano la llamada de Dios

El 14 de diciembre de 1928, Isidoro se trasladó de Cádiz a Málaga, para trabajar en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Poco después de incorporarse a su empleo, escribía a su antiguo compañero de estudios, san Josemaría Escrivá: «Mi querido amigo: Como verás estoy ahora en Málaga, pues he cambiado la Constructora Naval por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces donde presto mis servicios como Ingeniero subalterno del servicio eléctrico» (carta a san Josemaría, 4-I-1929).

En su nuevo puesto, preparó el proyecto de electrificación de algunas líneas ferroviarias: de Málaga a Bobadilla, de Córdoba a Bélmez y de Almería a Guadix. Demostró tan buenas condiciones que su jefe inmediato, director también de la Escuela Industrial, lo propuso como profesor de Electrotecnia y Matemáticas en este centro.

ISIDORO TENÍA MUCHOS AMIGOS Y ERA UN BUEN PARTIDO PARA LAS MUCHACHAS CASADERAS

Su situación profesional era satisfactoria, y en Málaga Isidoro tenía parientes y amigos. También era un buen partido para las muchachas casaderas de la localidad, y algunas probaron suerte con el joven ingeniero. La cuestión matrimonial se planteó incluso con unas primas argentinas, que acudieron a visitarle.

Pero Isidoro sentía una cierta insatisfacción. Por un lado, pensaba que su primer deber era garantizar la posición de su madre y de su hermana. A la vez, sin saber por qué, empezó a preguntarse si Dios esperaba algo más de él. Se confió con algún amigo, que le sugirió inclinarse a la vida religiosa. Declinó esa posibilidad, porque —consideraba— Dios le había concedido una clara vocación profesional, como ingeniero.

 

Isidoro ZorzanoIsidoro Zorzano

 

El 23 de agosto de 1930, Isidoro salió de Málaga con dirección a Logroño, donde pensaba pasar unos días con su familia. Decidió hacer una etapa en Madrid porque, un par de semanas antes, había recibido una tarjeta de san Josemaría en la que le decía: «Querido Isidoro: Cuando vengas por Madrid no dejes de verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte. Un abrazo de tu buen amigo» (san Josemaría, notas de una reunión familiar, 24-VIII-1947). Isidoro contestó a vuelta de correo: «Espero ir pronto […], tal vez a fin de mes, en cuyo caso ni que decir tiene que mi primera visita será para ti» (carta a san Josemaría, 19-VIII-1930).

Así, se presentó en Madrid el 24 de agosto. Inmediatamente fue al domicilio del fundador del Opus Dei, pero se encontró con que san Josemaría —que no sabía de su llegada— estaba fuera de casa, porque había acudido a visitar a un enfermo. Ante ese contratiempo, Isidoro decidió almorzar en la Puerta del Sol y hacer tiempo hasta la salida del tren rumbo a Logroño. De todos modos, algo —quizá un presentimiento— le movió a quedarse deambulando por los alrededores.

A la vez, san Josemaría sintió una inquietud mientras visitaba al enfermo, que le llevó a despedirse y a volver hacia su residencia, por un camino distinto del habitual. En la calle Nicasio Gallego, se encontraron los dos.

Después, al reflexionar sobre esas “casualidades”, coincidieron en atribuirlas a la intervención de la Santísima Virgen y del apóstol san Bartolomé, cuya fiesta se celebraba ese día.

ISIDORO SENTÍA QUE DIOS LE PEDÍA UNA ENTREGA TOTAL

Isidoro manifestó al fundador del Opus Dei que, desde hacía tiempo, sentía que Dios le pedía una entrega total y que debía hacerlo de modo compatible con su vocación profesional y con la obligación de sacar adelante a los suyos.

San Josemaría le explicó lo que el Señor le había hecho ver el 2 de octubre de 1928: el Opus Dei, un camino de santificación para los cristianos corrientes, llamados a entregarse a Dios y ejercer el apostolado en medio del mundo y de sus quehaceres ordinarios. Se trataba de convertir —sin cambiar de estado— el propio trabajo, la vida ordinaria, en materia de santificación personal, en lugar de encuentro con Cristo, en ocasión para servir a la Iglesia y a las almas, en instrumento para cristianizar todos los ambientes de la sociedad: las relaciones laborales, la universidad, las artes, la prensa, la convivencia familiar…

La reacción de Isidoro ante ese panorama, que tan bien cuadraba con sus anhelos, fue de entusiasmo. Inmediatamente comprendió que era una llamada divina: «El dedo de Dios está aquí. Y aquí me tienes. ¡Ya está!» «Ya sé para qué he venido a Madrid» (beato Álvaro del Portillo y A. Rodríguez Vidal, Apuntes para un perfil biográfico de Isidoro Zorzano Ledesma, p. 316; y san Josemaría, Apuntes íntimos, n. 85).

Horas después, mientras continuaba su viaje hacia La Rioja, Isidoro repasaba los horizontes que su amigo le había abierto y se confirmó en la certeza de que aquel «era precisamente el ideal» que buscaba «y que creía irrealizable por tratarse de aunar factores de diversos matices» (carta a san Josemaría, 5-IX-1930).

A los pocos días, ya de regreso en Málaga, escribía: «He pensado sobre ello y cada día me parece más hermoso; es mi única ilusión cooperar en dicho ideal» (carta a san Josemaría, 5-IX-1930). «Más aún, todo lo debo a la Obra de Dios» (carta a san Josemaría, 14-IX-1930).

Así fue como Isidoro descubrió la llamada de Dios a la Obra, para la que le había ido preparando desde hacía muchos años. La conversación, en la que decidió su entrega total a Dios dentro del Opus Dei, fue el inicio de una «nueva era» en su vida (carta a san Josemaría, 5-IX-1930) que le inundó de alegría y felicidad: «Me encuentro ahora completamente confortado; mi espíritu lo encuentro ahora invadido de un bienestar, de una paz, que no había sentido hasta ahora» (carta a san Josemaría, 14-IX-1930).


Oración para pedir favores a Dios por la intercesión de Isidoro

Isidoro Zorzano es declarado venerable

Isidoro Zorzano y la “vuelta al cole”

Septiembre, mes nacional de la vuelta al trabajo. Se cierra el telón de las vacaciones, pero también con la ilusión de emprender nuevos retos en cada temporada laboral. Los testimonios de los colegas que trabajaron con Isidoro Zorzano pueden ser un estímulo para crecer humana y profesionalmente en este curso.

Opus Dei - Isidoro Zorzano y la “vuelta al cole”

El 13 de septiembre, Isidoro Zorzano cumple 114 años, 73 de los cuales los ha pasado en el Cielo. Lo confirman los progresos de su Causa de canonización, y los testimonios recogidos desde que el 15 de julio de 1943 falleciera en Madrid con fama de santidad.

Gran parte de los testimonios que se aglutinan en los escritos de la Causa tienen que ver con su forma de ser –alegre, comprensivo, amable, humilde, cariñoso-, con su intensa vida de piedad, y con la calidad de su trabajo.

En este mes de septiembre, en el que no sólo los niños vuelven al cole, algunos testimonios de los compañeros de trabajo de Isidoro sirven de ejemplo para empezar el nuevo curso laboral con ilusión y con ganas de ser mejores profesionales y mejores compañeros.

 

Isidoro Zorzano (centro de la imagen, con gafas), junto con sus compañeros de trabajo.Isidoro Zorzano (centro de la imagen, con gafas), junto con sus compañeros de trabajo.

 

Ejemplo, capacidad, cariño y comprensión

Isidoro Zorzano estudió en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, donde obtuvo el título en 1927. Su vida profesional transcurrió primero en Málaga, en la Dirección de los talleres de los Ferrocarriles Andaluces y como profesor de la Escuela Industrial de aquella ciudad. Después volvió a Madrid, donde continuó trabajando en empresas ferroviarias hasta el momento de su muerte.

De esos años entre ingenieros, vías, ferrocarriles, técnicos, obreros, jefes, colegas, trabajo, tuercas, locomotoras, grasa, planos, máquinas, ruidos, avances y tecnologías, quedan estos testimonios de sus compañeros de faena:

Federico Escario. Trabajó con Isidoro en Málaga y en Madrid: «Si es cierto que era constante y perfecto en la observancia de sus obligaciones, dando ejemplo en todas partes, hay que hacer observar también su caridad para con el prójimo, especialmente con sus compañeros y subordinados: prudencia en el obrar, respeto a los derechos de los demás. Alegre y optimista, laborioso, paciente, austero, no modesto sino modestísimo en su vida y, en fin, un compendio de todas las virtudes».

Raimundo Renta, ingeniero industrial: «Era la época en que los obreros hacían desprecio y burla pública de los jefes y patronos. Pues bien, me fijé en algo que tenía valor de síntoma: en el tranvía, a Zorzano, todos los obreros le saludaban quitándose la gorra con la mayor amabilidad. Por eso hube de preguntarle a uno de ellos: «¿Qué tal se porta con vosotros el señor Zorzano?» Y me contestó: «Don Isidoro es un camarada más, no tiene una mala palabra para nadie, y por eso le queremos y se le sigue de cabeza; lástima que sea un poco cavernícola».

 

Isidoro Zorzano (centro de la imagen, con gafas).
Isidoro Zorzano (centro de la imagen, con gafas).

 

José Poy Segas, discípulo de Isidoro en sus años de profesor de Matemáticas y Electrotecnia en la Escuela Industrial de Málaga: «Logró al poco tiempo el respeto, la estimación y el cariño de todos sus alumnos por sus grandes conocimientos de las materias que explicaba, por su trato exquisito a los de arriba y a los de abajo (no hacía distinciones) y por sus bondades y persistencia en la enseñanza».

Romero Santana, profesor de la Escuela Industrial de Málaga: «Por su carácter e inmejorables condiciones de jefe, de caballero y de amigo, supo siempre mantenerse en su puesto, en todos los tiempos, haciéndose respetar y querer de todos».

Testimonios de profesionales que trabajaron como obreros en los talleres de Málaga con Isidoro: «En talleres no tenía más que amigos. Nadie puede hablar mal de él. Ningún obrero puede tener queja alguna». «Se puede asegurar que no habrá nadie que haya tratado con él y haya quedado disgustado. Su mayor satisfacción era agradar».

 

Isidoro Zorzano almorzando con varios amigos.
Isidoro Zorzano almorzando con varios amigos.

 

Testimonios de agentes ferroviarios que prestaban servicio a sus órdenes en Madrid: «Nos perdonaba las faltas cometidas y nos ofrecía con toda la confianza y desinteresadamente su enseñanza y su ayuda en todo cuanto estudiábamos. Nos favorecía a todos en cuanto podía y para él no existían diferencias de categoría social. A todos nos atendía con cariño».

Testimonio de uno de sus jefes en Ferrocarriles: «Cuando hablaba con él experimentaba una sensación de descanso en medio de mi actividad, preocupaciones y trabajo».

Isidoro y los años de guerra en Madrid

La dificultad que entraña para la propia subsistencia un conflicto bélico, se hace más grande cuando, además de conservar la vida, se quiere mantener la fe y extenderla, siendo esta coherencia de vida la causa de la persecución y de la muerte. En esas circunstancias, Isidoro da una heroica lección de entrega y disponibilidad al servicio de los planes de Dios en el Opus Dei, sabiendo ser fiel a todo lo que san Josemaría le va pidiendo.

Opus Dei - Isidoro y los años de guerra en Madrid

Los años de la Guerra Civil supusieron para san Josemaría y los demás fieles del Opus Dei —entre los que se hallaba Isidoro—, como para tantos otros españoles, una grave alteración en sus vidas. Los planes de comenzar la labor apostólica del Opus Dei en nuevas ciudades (Valencia y París) y el deseo de hacer crecer el trabajo en Madrid se vieron violentamente truncados por el inicio de la contienda.

Además, para san Josemaría y las personas del Opus Dei, las circunstancias se agravaron por la cruel persecución que sufrieron la Iglesia y sus fieles: a cuatro miembros de la Obra la guerra los sorprendió en Valencia; al resto, en Madrid. Estos pasaron por situaciones difíciles: unos encarcelados, otros refugiados, alguno desaparecido. Los registros domiciliarios y las denuncias hicieron recorrer al fundador un penoso viacrucis de refugios precarios, alojamientos negados y deambular por las calles

Isidoro tuvo que pasar dos meses sin salir de casa pues desde Málaga habían enviado sus datos y alguna fotografía, para detenerlo. La Embajada de Argentina le proporcionó un certificado de haber nacido en Buenos Aires y un brazalete con la bandera nacional. Isidoro descubrió más adelante que se trataba de una documentación bastante precaria, ya que no se le reconocía como súbdito argentino por no haber cumplido el servicio militar en ese país. Pero servía para callejear si uno estaba dispuesto a correr riesgos. Y él lo estaba. San Josemaría, al considerar su origen argentino, pensó que podía moverse con una cierta relativa libertad, y por eso le pidió que ayudara como director a los de la Obra, dispersos o encarcelados. Cumplió el mandato con inmenso espíritu de sacrificio, constancia y caridad.

Visitaba a las familias de los miembros del Opus Dei. Por ellas se enteraba de sus paraderos y andanzas. Así informaba al fundador y podía actuar “de mensajero del Padre para llevar a todos los que estábamos desperdigados sus consignas. Y esto lo hacía desde el principio visitándonos en las cárceles, embajadas y otros refugios donde vivíamos y lo hacía incluso arriesgando su vida, pues al principio no creo que tuviera arreglada su documentación de argentino; lo que logró más adelante teniendo con esto mayor libertad”.[1]. Cruzaba diariamente Madrid hasta la casa de la madre del fundador, doña Dolores Albás, para llevarle noticias de su hijo y guardar la correspondencia y otros papeles del Opus Dei.

Isidoro cada vez se arriesgaba más por sus hermanos encarcelados: cuando confirmó que Juan Jiménez Vargas, preso en la cárcel de Porlier, iba a ser liberado, acudió a comunicárselo en persona. Se acercó también al penal de San Antón, para ver y confortar a José María Hernández Garnica, que sería trasladado poco después al penal de San Miguel de los Reyes, en Valencia. Así lo relató su madre: “Se tomó gran interés por sacar a mi hijo; consiguiéndolo, pues le declararon enfermo y le admitieron en un sanatorio, donde no pudo ir porque le trasladaron a Valencia. Venía a vernos y a consolarnos, trayéndonos siempre noticias satisfactorias y, cuando le decíamos que se arriesgaba mucho, decía que él no tenía que temer, por ser súbdito argentino; cuando todos sabíamos que a muchos extranjeros no les había defendido de la muerte el serlo”[2].

También en San Antón estaba Manuel Sainz de los Terreros. Isidoro lo visitaba casi todos los días. Le llevaba el Santísimo Sacramento para que pudiera comulgar, y hubo día en que fue el único visitante que se acercó a la prisión: “Estimo heroico el afán persistente con que practicaba estas visitas a la cárcel de San Antón, pues que el acceso era muy difícil aun para un argentino, como lo comprueba el hecho siguiente: el 17 de febrero de 1937 por poco le cuesta quedar prisionero en razón a que forcejeó por entrar mientras que el personal de la prisión trataba de impedirlo. Igualmente, en otra ocasión, el 11 de abril del mismo año cayeron varios obuses en las inmediaciones (…). Ese día fue un día en que la cárcel no tuvo visita ninguna, excepción de la de Isidoro a quien, reprochándole el que hubiera tenido tanta intrepidez, él respondía como si esta hazaña hubiera sido el cumplimiento natural de su sencillo deber”[3].

No era fácil atenderlos a todos en aquellas circunstancias. Acercarse con frecuencia a las legaciones extranjeras podía levantar sospechas. Eso no impidió que Isidoro siguiera yendo a la de Noruega para ver a Vicente[4]. En la Legación de Honduras (donde estaban refugiados san Josemaría y otros) recelaban de sus visitas, llegando, una persona del Consulado, a prohibirle la entrada con malos modos: “Un buen día vino, como de costumbre. Le correspondía la visita, pero no pudimos verle. Como la casa era tan pequeña y estábamos tan hacinados en ella, hubimos de oír muchos desde cerca de la puerta de la salita cómo una de las “autoridades” del Consulado le expulsaba de mala manera, gritando sin educación ni decoro: «¡No tiene Vd. por qué venir tanto por aquí! ¡Está comprometiendo a todos los refugiados!»”[5]. No era cierto; pero Isidoro aguantó en silencio los gritos, y al día siguiente apareció de nuevo. ¿Cómo iba a dejar al fundador sin noticias de su familia y de sus hijos; ni a éstos, sin saber del Padre? De todas maneras, san Josemaría le aconsejó espaciar sus visitas hasta se apaciguasen los ánimos.

Durante una temporada hizo verdaderos equilibrios para recoger los mensajes del fundador, entregar los suyos, conseguir víveres, o llevar a cabo otros encargos que se le hacían. En ocasiones, los hermanos pequeños de Álvaro hicieron de mensajeros entre Isidoro y san Josemaría[6].

En su celo por avivar la vida interior de los que estaban con él, el fundador les dirigía a diario la meditación. Uno de ellos las reconstruía por escrito, se las hacía llegar a Isidoro, que las transmitía a los de fuera. Como esas notas podían ser comprometedoras, decidió aprender de memoria los textos, lo cual “era extraordinariamente meritorio en él que, aunque dotado de buena inteligencia, era frágil de memoria”[7].

Desde la Embajada argentina ofrecieron a Isidoro la posibilidad de ser evacuado. Se lo expuso al fundador que, dejándole plena libertad en su decisión, le aconsejó permanecer en la ciudad, porque hacía mucha falta, y era el único que podía tener cierta libertad de movimiento, por haber nacido en Buenos Aires[8]. Sin dudarlo y sin decir que carecía de la nacionalidad argentina, comunicó a san Josemaría su decisión de seguir cuidando de todos. Fue una decisión heroica en aquellas circunstancias.

Circunstancias que se hacían más difíciles, porque en el Madrid asediado escaseaba toda clase de productos, especialmente para los refugiados. Así las cosas, Isidoro asumió la responsabilidad de proveer a las necesidades del fundador y de los miembros del Opus Dei que lo acompañaban. Desde facilitarles, por ejemplo, la vida eucarística, hasta suministrarles mil menudencias de tipo material: una bolsa para guardar el pan, una medicina, un manual de latín, unas cuerdas, jabón, un insecticida contra los piojos o unos gramos de acíbar (que san Josemaría solía tomar en la comida como penitencia, para desagraviar al Señor por el odio desencadenado por la guerra). Llevaba a arreglar un despertador o unas prendas a estrechar, que se habían quedado grandes a causa del hambre. Conseguía copias de fotos-carnet para futuras documentaciones, o unas gafas de camuflaje, por si llegaban a ser evacuados. Incluso, acompañó a san Josemaría un día que salió a la calle para hacerse unas fotografías ante la posibilidad de obtener una documentación.

Buscaba alimentos en los más diversos lugares: a través del economato de la cárcel donde estaba Manolo; en uno de la UGT o en el de la Embajada Argentina (en este incluyó a la madre del Fundador en su propia cartilla). También llegaban paquetes desde Valencia —que enviaban los de la Obra— y desde Daimiel, de parte de los Fisac.

Consiguió vino para la Misa que celebraba san Josemaría y, para los que podían circular por Madrid, encontró una casa donde se celebraba el Santo Sacrificio, en la que había que entrar sin ser vistos. Algo más tarde, pudo escribir que los miembros del Opus Dei: “Desayunan con D. Manuel todas las mañanas”[9]. También consiguió que, periódicamente, un sacerdote celebrase en casa de la madre de san Josemaría.

Por indicación del fundador, Isidoro acometió otra tarea comprometida: reclamar, como extranjero, al gobierno de la República española, por los daños y perjuicios que había sufrido la residencia de Ferraz. Realizó numerosas gestiones para rehacer escrituras, preparar inventarios y buscar otras firmas reclamantes. Una de las dificultades que retrasaban esas gestiones consistía en que, rigurosamente hablando, él no era legalmente argentino: lo fue a partir del 29 de julio de 1937, después que una ley concedió la amnistía a los que, por no haber efectuado el servicio militar en Argentina, eran considerados como prófugos.

La situación de san Josemaría se hacía cada vez más difícil. Isidoro realizó innumerables gestiones para sacarlo de Madrid. Trató de conseguir alguna documentación más o menos segura[10] y que lo evacuasen a través de las embajadas de Argentina, Francia, Chile o Turquía, pero no tuvo éxito.

Por fin, en octubre de 1937, sus hijos vencieron la resistencia del fundador y lograron que, con los que tenían los documentos más o menos en regla, saliese de Madrid y pasase a la otra zona, donde podría ejercer con libertad su labor sacerdotal.

Como Isidoro, en esas fechas, ya era argentino —al menos según su país—, fue la persona indicada para quedar como cabeza de los que debían permanecer en la zona republicana: bien por estar movilizados por la milicia o por carecer de documentación personal adecuada.

El fundador, una vez establecido en Burgos, le escribía con frecuencia para apoyarle en su labor: “El abuelo se acuerda mucho de este hijo que es, para sus hermanos, como un padre. […] Y suple al abuelo, con reciedumbre y suavidad. […] ¡Qué abrazo tan grande te mando!”[11].

Con insistencia les recordaba —como había aprendido del fundador— la necesidad de vivir un profundo sentido de la filiación divina y de practicar el abandono y la confianza en Dios. Aprovechaba todas las ocasiones para plantear en los miembros del Opus Dei un modo sobrenatural de ver los acontecimientos: “En esta temporada en que D. Manuel nos concede la gracia de ayudarle a llevar su carga, debemos de aprovecharla bien considerando que cada uno de los instantes que pasan tiene repercusión eterna. Esta carga la debemos de llevar a plomo —como nos dice siempre el abuelo— con alegría y paz, reflejo del espíritu que nos anima y que constituye el aire de familia que nos es peculiar. De esta forma, aunque aparentemente no se vea nuestra labor, para D. Manuel, que ve en lo oculto, tiene más valor que si estuviéramos actuando en primera línea. Arranquemos y echemos lejos de nosotros todo asomo de pesimismo y melancolía y cumplamos la voluntad de D. Manuel con optimismo, con mucho optimismo”[12].

Les ayudaba a descubrir las oportunidades, de santidad personal y de apostolado, que proporcionaba la guerra: “Dª María se porta muy bien. Nos ayuda con su eficacia a explotar el filón espiritual que estamos disfrutando hace dos años, con variadísimas vetas que le dan mayor colorido y riqueza: la veta de la separación, la veta del ambiente, la familiar —que es una de las que presenta mayor densidad— la de la vecindad […], la callejera, etc., etc.”[13]. No cesaba en sus llamadas para que todos fueran fieles a la vocación recibida de Dios y al fundador del Opus Dei.

También atendió a los parientes de los miembros del Opus Dei. Asistió a la muerte del padre de Álvaro del Portillo (“Ya sabrás por tu madre que asistí a los últimos momentos de tu padre. Fue providencial. Siquiera le serví de compañía en esos instantes. Te cabe la tranquilidad de que murió santamente, que es lo único que deseamos de los nuestros. No pases cuidado por ella y tus hermanos, pues están perfectamente atendidos y ya sabes que yo les ayudaré en lo que sea menester”)[14].

Daba clases diarias de matemáticas e idiomas a Santiago Escrivá. Con el mismo Santiago buscaba, en una fábrica, galletas rotas que cambiaban, después, por otros alimentos para distribuirlos entre los demás. Santiago recordaba cómo, “acudían juntos a los cuarteles donde repartían rancho para los soldados que estaban de tránsito por Madrid. Allí obteníamos lo que podíamos”[15].

La “intendencia” suponía un grave problema. Aunque procuraba atender tanta necesidad, a veces no era posible. A los refugiados en la legación de Honduras les escribió: “De comestibles andamos muy mal […], pan, tenemos que pedir nosotros. No disponemos de nada, por ahora, que se os pueda enviar”[16]. Álvaro del Portillo supo después y declaro, que Isidoro con Carmen[17] “acudía periódicamente a un servicio de la Cruz Roja escocesa, para procurarnos comida. Tenían que hacer largas colas y aguantar chubascos de groserías e impertinencias de los encargados del reparto. Nosotros nunca nos enteramos de esto”[18].

El primer destinatario de los víveres era Vicente, pues Isidoro estaba preocupado porque lo veía cada vez más delgado. Él mismo pesaba sólo 45 kilos, encontrándose tan débil que necesitaba sentarse con frecuencia. Vicente advirtió que Isidoro necesitaba tanto como él aquellos víveres; por eso, “le suplicaba y le rogaba que no trajese más, porque a mí se me hacía cargo de conciencia aceptarlo de él”[19].

Suplía esa debilidad corporal con una sólida piedad: Misa y comunión; por lo menos, dos medias horas diarias de oración mental; las tres partes del Santo Rosario; lectura del Evangelio y de algún libro de espiritualidad cristiana; exámenes de conciencia y, sobre todo, una continua presencia de Dios. De ahí sacaba la fortaleza que trasmitía a los otros: “¡al Padre no le ha pasado nada!” dijo, absolutamente confiado en la Providencia divina, cuando alguno expresó temores porque no sabían nada del fundador. De hecho, no tardó en recibir una carta de san Josemaría, desde Les Escaldes (Andorra), donde se comunicaba la noticia de que había logrado llegar a la zona nacional[20].

Ejerció la prudencia y la firmeza con los miembros del Opus Dei que quedaron en Madrid, como se puso de manifiesto cuando Álvaro, José María y Eduardo le pidieron permiso para salir de su refugio madrileño y pasar, por el frente, a la zona nacional. Era demasiado grande el riesgo de que pudiesen descubrirlos y matarlos: “No creo sea conveniente salir de ahí hasta que no sea una cosa decisiva”[21], contestó al primer permiso solicitado. Meses más tarde, Álvaro insistía: “Piénsalo con D. Manuel y, después, que sea lo que él quiera […]”[22]. La negativa fue de nuevo categórica: “Hemos considerado el asunto por el entusiasmo que habéis puesto en él; pero no porque a nuestro modo de ver quepa el discutirlo”[23]. Siguieron las insistencias y las negativas.

Su prudencia no era tozudez, por eso cambió de opinión cuando, tras mucha oración y gracias a una intervención extraordinaria de la Providencia divina, vio claro que ése era el querer de Dios: “Con la ayuda de D. Manuel he pensado detenidamente en tus proyectos. […] que D. Manuel y Dª María llenen tus deseos que son los nuestros”[24]. Escribió al Fundador, el 25-VI-1938, comunicándole estos planes.

No se limitó a darles permiso, sino que tomó las riendas de la operación: habló con un amigo militar para conseguir información sobre los puntos más favorables para el posible paso, estudió el funcionamiento de las Cajas de reclutamiento, etc. Finalmente, una serie de hechos providenciales hicieron que los tres coincidieran en el mismo cuerpo, regimiento, batallón, compañía y sección.

Siguió cuidando de los pocos miembros de la Obra que quedaron en la zona republicana: “De toda mi familia, tengo excelentes noticias. José Mari espera poder pasar una temporadita con el abuelo […]. Marcos continúa ausente con motivo de sus ocupaciones profesionales; espero que, a primeros de año, regrese. Chiqui nos ha dejado extrañadísimos porque nos ha escrito una carta bastante larga; cree poder acompañarnos unos días a primeros de año. Rafa continúa mejorando; escribe con bastante frecuencia y sus cartas están llenas de afecto y entusiasmo por el abuelo y los peques. […] La abuela y los tíos continúan perfectamente; el pequeño Santi es ya una notabilidad en Francés e Inglés”[25]. Y los atendía tanto en lo material como en lo espiritual: a José María, por ejemplo, le telefoneaba para recordarle la hora de la meditación. Escribía una y otra vez a Chiqui[26]. Seguía los altibajos de la enfermedad de Rafael. En buena medida, debían su perseverancia en la vocación a la solicitud de Isidoro.


[1] Testimonio de Juan Jiménez Vargas (AGP, IZL T‑406).

[2] Testimonio de Adela Garnica Echeverría (AGP, IZL T-389).

[3] Testimonio de Manuel Sainz de los Terreros (AGP, IZL T-206).

[4] “Nunca sabré expresar lo que sentí la primera vez que me entrevisté con Isidoro en el zaguán de la Embajada […]. Estaba sediento de noticias del Padre, de los demás, de hablar de la Obra. Isidoro, mucho más delgado, era, sin embargo, el mismo. Trascendía de él una confianza tan enorme en Dios, hablaba con tanta naturalidad y sencillez de lo que el Señor iba a hacer por medio de la Obra, muy poco tiempo después, si nosotros éramos fieles, que mi fe se agigantaba al ponerse en contacto con la suya. […] A veces se le escapaba decirme: “Hoy me he colado en la portería de rondón, sin que me vean los guardias. No quiero que me fichen”. Cuando haciendo hincapié en eso, [yo] le advertía que no viniese a verme con frecuencia […], él se sonreía y me contestaba que, poniendo los medios, Dios no podía por menos que favorecernos. En efecto, consideraba muy conveniente el visitarme, para traerme, como él decía, calor de familia”.Testimonio de Vicente Rodríguez Casado (AGP, IZL T-362).

[5] Testimonio de Álvaro del Portillo y Diez de Sollano (AGP, IZL T-94).

[6] Por su corta edad —en torno a los diez años— no levantaban sospechas con sus entradas y salidas. A menudo llevaron a Isidoro cartas y notas (poco comprometedoras), escondidas en los zapatos.

[7] Testimonio de Vicente Rodríguez Casado (AGP, IZL T-362).

[8] Cfr. Diario de Isidoro, 28-III-1937 (AGP, IZL D‑1122).

[9] Carta a san Josemaría Escrivá, 5-VII-1938 (Epistolario de Isidoro, nº 368). “D. Manuel” era el término utilizado para referirse a Dios (de Manuel: “Dios con nosotros”), evitando así la censura.

[10] Resultaba muy difícil conseguir una acreditación personal de garantía: sobre todo el indispensable certificado de trabajo. De todas formas, Isidoro consiguió dos carnets del sindicato de abogados de la CNT: uno para san Josemaría y otro para Juan Jiménez Vargas. Estuvo en esas gestiones del 11 de mayo al 13 de agosto.

[11] Carta de san Josemaría, 17-II-1938.

[12] Carta a los de la legación de Honduras, 5-III-1938 (Epistolario de Isidoro, nº 317).

[13] Idem, nº 330-3.

[14]Carta a Álvaro del Portillo, 16-X-1937 (Epistolario de Isidoro, nº 265).

[15] Declaración de Santiago Escrivá de Balaguer (AGP, RHF T-07921).

[16] Carta a los de la legación de Honduras, 11 y 27-XI-1937 (Epistolario de Isidoro, nº 276 y 282-2).

[17] Carmen Escrivá, hermana de san Josemaría.

[18] Testimonio de Álvaro del Portillo (AGP, IZL T-94).

[19] Testimonio de Vicente Rodríguez Casado (AGP, IZL T-362).

[20] Cfr. Diario de Isidoro 7-XII-1937 (AGP, IZL D-1122).

[21]Carta a Álvaro del Portillo, 2 y 15-XI-1937 (Epistolario de Isidoro nº 274 y 278).

[22]Carta de Álvaro del Portillo, 16-IV-1938 (AGP, IZL D-1105).

[23] Carta a Álvaro del Portillo, 16-IV-1938 (Epistolario de Isidoro nº 334).

[24] Carta a Álvaro del Portillo, 15-VI-1938 (Epistolario de Isidoro nº 359). Años después, estando ya próximo a morir, se supo que Isidoro había recibido entonces unas luces extraordinarias de Dios, mientras rezaba ante su crucifijo de bolsillo (cfr. Testimonio de José Javier López Jacoiste, AGP, IZL T-495).

[25] Carta a san Josemaría, 26‑XII‑1938 (Epistolario de Isidoro, nº 390).

[26] Le toreé lo indecible […], y él, con paciencia extraordinaria, no dejaba de escribirme y animarme, aunque muchas veces no recibiese respuesta en largo tiempo. Testimonio de José María Hernández Garnica (AGP, IZL T‑313).

Biografía de Isidoro Zorzano Ledesma

Biografía de Isidoro Zorzano Ledesma. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943), por José Miguel Pero Sanz.

Libro editado por Palabra

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SUMARIO

AGRADECIMIENTOS

PRIMERA PARTE: DE BUENOS AIRES A LA RIOJA

Capítulo I

NACE ISIDORO, DE PADRES EMIGRANTES

Bautismo de Isidoro y Paco. Regreso a España

Capítulo II

INFANCIA EN LOGROÑO (1905-1912)

Entre Ortigosa de Cameros y Logroño. Una nueva hermanita

Isidoro, colegial. Primera Comunión

Muerte del padre

Capítulo III

ALUMNO DE BACHILLERATO (1912-1918)

Estudio exigente. Confirmación. Obras de misericordia. Vacaciones en la Sierra de Cameros

Un nuevo condiscípulo: Josemaría Escrivá. Premios en Dibujo

Fin del bachillerato. Será ingeniero

SEGUNDA PARTE: LA CARRERA DE INGENIERO INDUSTRIAL

Capítulo IV

PREPARANDO EL INGRESO (1918-1921)

1918-1919: En Logroño. Muere la abuela. Exámenes fallidos

1919-1920: A Madrid. En la Costanilla de los Ángeles

Muerte de Fernando. Regreso a Logroño

1920-1921: Todos a Madrid. Superado el ingreso

Capítulo V

PRIMEROS AÑOS DE CARRERA.

LOS ZORZANO, ARRUINADOS

Compañeros y amigos. Buenas calificaciones

Por la Sierra de Guadarrama. Trato con chicas

Soldado de cuota. «Señas especiales»

Suspenso en Física. La Dictadura de Primo de Rivera

El Banco Español del Río de la Plata

Haciendo economías

Setenta y cinco pesetas mensuales

Capítulo VI

FIN DE CARRERA

Una personalidad que madura

Sentido de la justicia. Optimista y cariñoso

Coleccionista de sellos

En la calle de Serrano. Viaje de prácticas

Padrino de boda

Por fin, ingeniero industrial

TERCERA PARTE: INGENIERO DE FERROCARRILES (1927-1936)

Capítulo VII

MADRID Y CÁDIZ

Primer trabajo: academia para futuros ingenieros

Día 2 de octubre de 1928: el Opus Dei

En la Naval, de Matagorda

Rumbo a Málaga

Capítulo VIII

EN LOS FERROCARRILES ANDALUCES

(MÁLAGA)

Nuevo trabajo y viejos amigos. Pensión «La Veleña»

La «caza» del ingeniero. Profesor de obreros

Problemas en los Ferrocarriles y en la Escuela

Las primas argentinas. Una tarjeta desde Madrid

Capítulo IX

APRENDIENDO A SER SANTO

Dificultades profesionales y económicas. ¿Qué es ser santo?

Federación de Estudiantes Católicos. Tormenta en la Escuela

II República española (14-IV-1931). Quema de iglesias y conventos. Examen de conciencia

Adoratrices. Central eléctrica en Frigiliana. Casa del Niño Jesús

El mejor huésped de «La Veleña». Comunión diaria. El padre de los pobres

Reyes de 1933. «El mejor catedrático» de la Escuela Industrial. «Don Isidoro: ¡Media cuña!» Vicepresidente de la Excursionista

Progreso interior. Atención a Barredo, en Linares. Viaje de prácticas

Verano de 1933: Junta diocesana de Acción Católica. Jubileo en Roma

Academia DYA. Elecciones de 1933

Capítulo X

1934-1936: ÚLTIMOS AÑOS MALAGUEÑOS

Trabajo en los talleres. Postergado por católico. «Revolución de octubre»: militarizado

Residencia DYA. Apuros económicos. Desprendimiento

Provocaciones en los talleres. Gimnasio en la calle de la Bolsa

Apostolado personal. En las excursiones. «Un santo». Extraño corte de pelo

Otoño de 1935: nuevo Obispo

«Descubrimiento» del espíritu de la Obra. Haciendo de «hijo mayor»

Nueva residencia y expansión de la Obra. Frente Popular. Amenazas de muerte. Cese en la Escuela. Presidente de la Excursionista. Preparativos de marcha: licencia para tres meses

CUARTA PARTE: ESPAÑA EN GUERRA (1936-1939)

Capítulo XI

ISIDORO EN MADRID

Ambiente cordial en DYA. Traslado a Ferraz 16

Alzamiento militar. Dispersión general

Persecución a la Iglesia. Se busca a Zorzano. Dos meses sin salir. Documentación argentina

Capítulo XII

POR CÁRCELES Y EMBAJADAS

Atención a la familia del Fundador. Álvaro, Juan y Chiqui, en prisión

Por San Antón y Porlier

El Beato Josemaría en el Consulado de Honduras. Prohibidas las visitas de Zorzano

Meditaciones aprendidas de memoria. Una decisión heroica: se queda en Madrid

Se marcha Ricardo y llega Juan. Apostolado con Albareda

Capítulo XIII

AL SERVICIO DE TODOS, PARA TODO

Búsqueda y distribución de alimentos

Un balance que no cuadra. Reclamación por daños y perjuicios. ¡No es argentino!

Eucaristía en la clandestinidad. Pan y vino para la Misa del Fundador

Apostolado con parientes. «Tres ramos de rosas» por Pepe. Confianza en Dios

Sacar de Madrid al Padre. Gestiones fallidas. El Fundador deja la Legación

Septiembre de 1937: con el Beato Josemaría, por Madrid. Ejercicios espirituales. Negocio de galletas. Despedida de los expedicionarios

Capítulo XIV

DIRECTOR EN MADRID

El Fundador, a Burgos, por los Pirineos, Andorra y Francia. Sentimientos de orfandad. Correspondencia Burgos-Madrid

Ha muerto el padre de Álvaro. Atención a las familias de todos. Profesor de Santiago. La difícil «intendencia»

Los refugiados quieren salir de «Honduras». Como un hermano y un padre. Cuidando a Vicente. Isidoro, en los huesos.

Fortaleciendo la fe de todos. Confianza en la oración. Un obús sin consecuencia, «gracias a José»

Una decisión tomada en la presencia de Dios: que se pasen los refugiados. Enrolamientos y deserciones. Charlas por Madrid. «Casualidades» providenciales. Dos de octubre: Álvaro se despide

Ha muerto Paco Zorzano. Preocupación por Rafa, enfermo

«Toreado» por Chiqui. Sólo queda Barredo

Petición de alimentos a Buenos Aires. Camisería de la calle Toledo. Isidoro, detenido

Sirviendo, hasta el fin de la guerra. Batalla campal en Madrid. Liberación de la capital. ¡Ha llegado el Padre!

QUINTA PARTE: TRENES Y CUENTAS (1939-1943)

Capítulo XV

JEFE DE ESTUDIOS DE MATERIAL Y TRACCIÓN

Que lo readmitan en Ferrocarriles y le abonen los atrasos. Nacionalidad argentina. Un encuentro en Las Delicias. Traslado a Santa Isabel

Reanudar la labor apostólica. Ayudando al Beato Josemaría. Gestiones económicas

Admitido en los Ferrocarriles. Jefe de Estudios. Un trabajo bien hecho. Superior muy querido. Promoviendo a todos. El ordenanza infiel. «Don Isidoro es un Santo»

De Santa Isabel a Jenner. Administrador de la Obra. Días en Albacete. Instalar la Residencia. Pobreza sin cicatería

Formando a los más jóvenes. A Zaragoza y Barcelona. Viajes profesionales para «pulsar calderas»

Capítulo XVI

COMO UN HIJO MAYOR

Madrugones. Hacer de todo el día una Misa. Espíritu de sacrificio. Una gabardina que no abriga. Vida de oración

Unidad de vida. San Nicolás. Devociones teologales. La Madre del Cielo

Pendiente de los más pequeños. Que los valencianos coman bien. Visitas históricas por Madrid. El «tío Isidoro».

Sentido del humor. Rápido, sin prisas. Gafas, fijador y paraguas

Al servicio de todos. Un sillar oculto. «Sí: conviene, conviene hacerlo así». Ejemplo vivo de fidelidad. Cariño y respeto al Padre. Doña Dolores: «Isidoro en un Santo»

«Mamá adelanta poca cosa». Gestionando una pensión para doña Teresa. «¡Haberte hecho maestro!»

Capítulo XVII

HERIDO YA DE MUERTE

«Isidoro: ya hemos empezado a sufrir». El «fondo de San Nicolás». Por la escalera de servicio. Apuros económicos. «Lo siento por los que nos persiguen». Muere la Abuela

Sentenciado: enfermedad de Sternberg. «¡Que se marche inmediatamente!» del hotel. Descansando en La Cabrera

A rastras a la oficina. «Trataba de comer una manzanica». «Yo no he puesto nunca una casa». Disimulando la fatiga

Verano-otoño de 1942. Clases en La Cabrera. Doña Teresa recupera el conocimiento. Inoportuno billete de coche cama. «A nuestro querido Jefe»

Fichero técnico. «¡Con alguien tenía que aprender!». Meditación sobre la muerte. «Señor: yo estoy dispuesto»

SEXTA PARTE: LA CASA DEL CIELO (1943)

Capítulo XVIII

«SANTA ALICIA» Y «SAN FERNANDO»

Enfermedad de Hodgkin. Anuncio de la muerte. Ofrece su vida. Intenciones para cuando llegue al Cielo

En la clínica Santa Alicia. Un tren con billete para el Cielo. Sanatorio de San Fernando. Eucaristía y vida de piedad. Trabajo.

Batalla diaria con el estómago. Bromas con el peluquero. Pendiente de todos: acompañantes, familia, enfermos y personal sanitario

Ascendido a «Ingeniero Principal». Preocupación apostólica. Una manta como la de Tutankamen. «Estar peor es estar mejor»

San Nicolás, ¿tiene o no tiene barba? Viernes de Dolores: Unción de Enfermos. Como una fiesta de bodas. «También a mí me tendrán que poner una banda»

Capítulo XIX

UNA LAMPARILLA QUE SE CONSUME

Hablando con los más jóvenes. «¡Qué terrible habría sido decir ‘non serviam’!» Un libro muy pesado. Eclesiásticos edificados.

Más bromas sobre la comida. «Es inútil tratar de engañarme». Mes de mayo: una flor para la Virgen. La oración a su hora. Álvaro en Roma. Rezando por los perseguidores. Visitas de Prelados

Junio: al Sanatorio de San Francisco de Asís. Asombro del médico y de las religiosas. Arrepentido de pedir una inyección. ¡Qué enfermedad más oportuna! La presencia de Dios continua, un problema resuelto

Despedidas hasta el Cielo. Incluso colgados los cuadros. Una ficha sobre carbones. La báscula de Diego de León. «Exagera la Hermana: debe de ser andaluza»

Pruebas interiores. «Pedir mucho por mí». Desahoga el corazón. Hablando del propio entierro. Últimas confidencias con el Padre

Día 15 de julio. Última comida. Error en los turnos. La muerte de un santo: mirando el Crucifijo. Un rostro que refleja paz

Amortajado como Nuestro Señor. Velatorio. «Don Isidoro era un Santo». Enterrado con los padres del Fundador. «Si Dios quiere, puede glorificarle». Epitafio en una hoja de agenda

Epílogo

HACIA LOS ALTARES

Pedir favores por intercesión de Isidoro Zorzano

Puede rezarse esta oración privadamente para pedir a Dios gracias y favores a través de la intercesión del venerable siervo de Dios Isidoro Zorzano.

 

Puede rezarse esta oración privadamente para pedir a Dios gracias y favores a través de la intercesión del venerable siervo de Dios Isidoro Zorzano.
Puede rezarse esta oración privadamente para pedir a Dios gracias y favores a través de la intercesión del venerable siervo de Dios Isidoro Zorzano.

 

Oración

Dios Todopoderoso, que llenaste a tu siervo Isidoro de abundantes tesoros de gracia en el ejercicio de sus deberes profesionales en medio del mundo: haz que yo sepa también santificar mi trabajo ordinario y llevar la luz de Cristo a mis amigos y compañeros; dígnate glorificar a tu Siervo y concédeme por su intercesión el favor que te pido… (pídase). Así sea.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

De conformidad con los decretos del Papa Urbano VIII, declaramos que en nada se pretende prevenir el juicio de la Autoridad eclesiástica, y que esta oración no tiene finalidad alguna de culto público.

Oración por intercesión de Isidoro Zorzano, para la devoción privada (PDF)

*****

Los restos de Isidoro Zorzano se encuentran en la iglesia parroquial de San Alberto Magno, Calle Benjamín Palencia, 9, 28038 Madrid (España).

 Clic aquí para enviar el relato de un favor recibido.

También puede comunicar la gracia que se le ha concedido mediante correo postal a la Oficina de las causas de los santos de la prelatura del Opus Dei (Calle Diego de León, 14, 28006 Madrid, España) o a través del correo electrónico [email protected].

 Clic aquí para hacer un donativo.

También puede enviar una aportación por transferencia a la cuenta bancaria de la Asociación de Cooperadores del Opus Dei con IBAN número ES53 2100 1547 7502 0024 4065 y BIC, CAIXESBBXXX en La Caixa (agencia urbana de la calle Cartagena, 4, 28028 Madrid, España).

Isidoro Zorzano: soñar cosas grandes

Isidoro Zorzano nació en Buenos Aires (Argentina) el 13 de septiembre de 1902. Ingeniero de profesión, dirigió los talleres de los Ferrocarriles Andaluces y fue profesor de la Escuela Industrial.

El 13 de septiembre de 1902 nacía Isidoro Zorzano en el departamento familiar ubicado en Av. Corrientes y Riobamba, a dos kilómetros de la Plaza de Mayo y a 9 cuadras de la Plaza Once, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Sus padres, Antonio y Teresa, eran españoles y trabajaban como comerciantes del ramo de la mercería. El negocio estaba ubicado en el local de planta baja del mismo edificio donde vivían: sobre la Avenida Corrientes nro. 1902.

Isidoro recibió el Bautismo a los dos años y medio. Siempre recordará ese día en el que entró caminando a la Iglesia de la Balvanera para recibir el Bautismo.

El 1 de mayo de 1905 la familia Zorzano regresa a Logroño desde los muelles de Puerto Madero en el Vapor León XIII.

Cursó el bachillerato en Logroño (España), y estudió después en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, donde obtuvo el título el año 1927.

Su vida profesional transcurrió primero en Málaga en la Dirección de los talleres de los Ferrocarriles Andaluces y como profesor de la Escuela Industrial de aquella ciudad.

En un viaje a Madrid en 1930, manifestó a San Josemaría, antiguo compañero de estudios en el bachillerato, su deseo de entregarse a Dios en medio del mundo, y pidió la admisión en el Opus Dei, que estaba comenzando.

Isidoro siguió con su ocupación en Málaga y luego se trasladó a Madrid, donde continuó trabajando en empresas ferroviarias. En todas sus actividades dio testimonio constante de su fe cristiana.

Vivió ejemplarmente la diligencia en el trabajo, la lealtad y el espíritu de servicio con sus colaboradores, el amor a la justicia en la promoción de iniciativas en favor de los más necesitados, la fe y la caridad a través de labores de catequesis y de formación para los sectores más abandonados de la sociedad.

Con su fidelidad, Isidoro fue siempre un apoyo seguro para el Fundador del Opus Dei. Durante los años de la guerra española (1936-1939), en Madrid, dio pruebas de heroísmo en el amor a la Iglesia y en el celo por las almas.

Siguiendo con perseverancia las enseñanzas de san Josemaría, supo realizar el trabajo en íntima unión con Jesucristo.

Vivía una presencia de Dios constante a lo largo de la jornada; su vida espiritual estaba marcada por un sentido hondo y tierno de filiación divina, un amor grande a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, y el deseo sincero de buscar la identificación con Cristo.

Murió con fama de santidad el día 15 de julio de 1943, después de una enfermedad larga y dolorosa, sufrida con fortaleza y alegría.

Desde el 6 de octubre de 2009, los restos de Isidoro Zorzano se encuentran en la iglesia parroquial de San Alberto Magno, Calle Benjamín Palencia, 9, 28038 Madrid (España).

 

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By ACN
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