Hemos escuchado en el Evangelio, el diálogo entre Jesús y una mujer de Samaria, junto al pozo de Jacob en Sicar. Los odios entre judíos y samaritanos quedaron plasmados en los Evangelios. Jesús rompe las reglas establecidas, sediento, solicita de beber a una mujer y esa es samaritana. Una mujer que se sorprende por aquel extranjero, pero no se intimida, le habla de ‘tú’. Esta mujer que acude a sacar agua al pozo más alejado de la población, quizá no desea reunirse con las demás mujeres, tal vez le da pena las miradas y los cuchicheos de las otras; al parecer su vida no ha sido del todo íntegra a juicio de las ideas moralistas de la época.
No olvidemos que las necesidades básicas nos unen y nos invitan a ayudarnos unos a otros, dejando a un lado nuestras diferencias. Recordemos que Jesús pide de beber a la samaritana, Él siendo judío hace a un lado todos los prejuicios que se tenían de los samaritanos. Aquella mujer, además de extrañarse de esa petición, le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al monte Garizín, Y la pregunta surge: ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? Ella desea escuchar la opinión de aquel profeta, aquel hombre que conoce su vida, sabe que ha tenido cinco maridos y ahora cuenta con un amante. Aquel profeta que no la rechaza, que no se centra en palabras moralizantes, sino que la ve como persona necesitada de Dios. De allí que la mujer se atreve a formular las preguntas fundamentales sobre religión, sobre Dios. Esas preguntas que deberían unir y que los tenían divididos. Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerado que pueda ser. Dios o como lo llama Jesús “Abba”, Padre, no está atado a ningún lugar, no es propiedad exclusiva de ninguna religión. A Dios no lo podemos encadenar o encerrar en una catedral o en un templo, por muy bella que sea su ornamentación. Podemos elevar nuestro corazón a Dios desde el lugar donde nos encontremos: desde una cárcel, un hospital o desde nuestro lugar de trabajo; sin descartar que los templos son lugares muy propicios para la oración y recibir los sacramentos.
Recordemos que Jesús no habla a la samaritana de “adorar a Dios”, ese Dios que ellos veían lejano y que creían que estaba sólo vigilando a las personas para castigarlas o premiarlas; Jesús cambia su lenguaje, acerca a ese Dios y lo llama “Padre”, recordemos: “Jesús le respondió: Mujer, créeme, llega la hora que ni en este monte, ni en Jerusalén adorarán al Padre”. Le está indicando que el verdadero culto es reconocer a Dios como
Padre, que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, en medio de nuestras dificultades, de nuestras dudas. Dios como Padre, no está tanto esperando nuestros sacrificios, procesiones, sino que está esperando verdaderos adoradores. Y adorar al Padre en espíritu y verdad, es vivir las actitudes que vivió Jesús: Jesús pasó haciendo el bien, se preocupó y ocupó de los enfermos; se compadeció de aquellos hambrientos y les multiplicó los panes; liberó a personas de espíritus inmundos; perdonó hasta el extremo a los que le dieron muerte. Por eso: Si realmente queremos adorar al Padre, analicemos: ¿Vivimos las actitudes de Jesús? Adorar al Padre es vivir en la verdad. Jesús enseña que se debe volver al Padre; Dios no es un Dios lejano, Dios es Padre y se interesa por todos.
De allí que nosotros como cristianos hemos de volver a la verdad del Evangelio, debemos analizar las enseñanzas que Jesús nos dejó y no encerrarnos en verdades acomodadas o verdades a medias.
Pensemos: ¿Qué imagen tengo de Dios? Porque de esa imagen dependerá el culto que le dé, de esa imagen dependerá mi relación con Dios y con los demás. Echemos una mirada al mundo y a nuestra Iglesia y cuestionémonos, como católicos: ¿Seremos los verdaderos adoradores que busca el Padre? ¿Cómo es nuestra relación con Dios Padre? ¿Verdaderamente nos interesa dar culto a Dios? Pero fijémonos también, cómo Jesús comienza como necesitado pidiendo agua y acaba revelándose como fuente de agua viva y es que el hombre siempre tenemos necesidad, tenemos sed de cosas, la mayoría de las veces, esas cosas no apagan nuestra sed, nos dejan insatisfechos. El ser humano, las personas, tenemos sed de muchas cosas, por ejemplo: Sed de cultura, de saber, de conocer, de investigar; sed de diversión, placeres, satisfacciones; sed de paz, de vivir la armonía; sed de poder, de dominio, de mando; sed de posesión, de tener muchas cosas; sed de riquezas, de dinero, de bienestar; sed de salud. Muchas veces, a pesar de disfrutar de esas cosas, seguimos teniendo sed, nos sentimos insatisfechos. Así en países súper desarrollados se da un alto índice de suicidios, incluso en gente joven, gente que tiene todo, que no les falta nada, que han probado y experimentado todo, pero al final, se encuentran vacíos e insatisfechos, sin haber apagado la sed.
Jesús, hace 20 siglos, se atrevió a proclamar que Él podía calmar la sed de todos los hombres, Él dijo: “El que tenga sed, que venga a mí y beba del agua que yo le daré y nunca más tendrá sed”. La samaritana entendió perfectamente esto en el diálogo con Jesús y descubre que ni los hombres que tuvo, ni el que ahora tiene como amante, son capaces de saciar la sed que siente. El hombre que se presenta como agua viva, es justamente aquel que no le pide nada, que no se presta a juegos con ella, más bien le dice la verdad. La sed que sentimos dentro todas las personas, comienza a ser saciada cuando la verdad va por dentro. Quien esté dispuesto a escuchar la verdad, está dispuesto a saciar su sed; quien dice mentiras, estará expuesto a ser un insaciable de lo que no llena, del poder, del placer, de la riqueza, de la ciencia.
Pensemos hermanos: ¿Cómo no sentir vacío, si dejamos de alimentarnos de verdad y de intimidad, si dejamos de alimentarnos de aquel que es la verdad, que es el manantial de agua viva?. Que el encuentro con el Señor en la Eucaristía desvele toda la sed que llevamos dentro y todas las posibilidades que tenemos de saciar esa sed.
Hermanos, hay que desplazarse hacia el manantial de aguas que vienen de Dios, ese es Jesucristo, la fuente de agua viva, que es capaz de saciar cualquier sed humana
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!