¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne y a beber su sangre?

Pbro. Hugo Valdemar Romero
Pbro. Hugo Valdemar Romero

En el evangelio de este domingo, Jesús continúa hablando en la sinagoga sobre el tema del pan que da la vida eterna, ese pan que no es otro que su propia persona, su vida y su palabra; por eso afirma: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Podemos imaginar el desconcierto que provocan estas afirmaciones a quienes lo escuchan y exclaman: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne y a beber su sangre?”

Estas palabras de Jesús sólo se entenderían más tarde cuando, en La Última Cena, toma el pan, lo parte y dice: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes” y después, tomando la copa de vino, afirma: “Esta es mi sangre derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. Y les manda a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía” y, desde entonces, los discípulos y la Iglesia han creído que Jesús está no simbólicamente, sino realmente presente en el pan y el vino consagrados que, sin dejar de tener la forma exterior de pan y de vino, ya no son tal, son el cuerpo y la sangre del Señor que es alimento para la vida y garantía de inmortalidad, pues Jesús afirma que, quien come su cuerpo y bebe su sangre, lo resucitará el último día.

Cuando amamos a una persona, tenemos expresiones que quieren dar a entender la intensidad de nuestro cariño; por ejemplo, ‘tú eres mi vida’, ‘yo daría la vida por ti’, ‘sin ti, no puedo vivir’ y pese a la intensidad de las palabras, sentimos que son incapaces de expresar el amor tan grande que sentimos.

Pues bien, Jesús no usa de forma simbólica sus palabras, sino que son reales. En la eucaristía, se hace realmente presente, no sólo a través de su palabra que siempre nos alimenta, sino también a través de su cuerpo y de su sangre que recibimos en la comunión. El pan y el vino consagrados no representan el cuerpo y la sangre del Señor. Jesús, no dijo de ellos ‘este pan representa mi cuerpo’ y del vino, ‘esto representa mi sangre’, sino que afirmó, de forma contundente, “Este es mi cuerpo y esta es mi sangre”.

Es tanto el amor de Jesús que quiso quedarse con nosotros, de forma real en la eucaristía; es tanto su amor por nosotros que no sólo se quiso quedar junto a nosotros, sino dentro de nosotros, ser nuestro alimento para el camino de la vida, ser la garantía de que, quien lo come, no morirá jamás; lo único es que hay que tener cuidado en no comer su cuerpo y su sangre estando en pecado grave porque entonces, dice san Pablo, nos hacemos reos de condenación y cometemos un pecado muy grave que es el de sacrilegio.

“Señor Jesús, tú me amas tanto que quieres que viva por ti. Tú te empeñas en que me parezca a ti, me das a comer tu cuerpo y tu sangre para que tenga vida eterna. Dame tener hambre y sed de ti, permíteme acercarme dignamente a recibirte en la comunión y, así como tú me das tu propia vida, tu cuerpo y tu sangre, ayúdame a entregarme también yo, día a día, a dar mi vida por ti”. Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!

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