En el evangelio de este domingo, Jesús dice a sus oyentes una verdad fundamental, él no ha venido para condenar a nadie, el ha sido enviado por el Padre para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Algunos se preguntan cómo es posible que Dios, siendo rico en misericordia, pueda condenar a los pecadores al infierno eterno; lo que no entienden es que Dios no condena a nadie, no quiere la perdición ni el castigo eterno de sus criaturas, es cada uno de nosotros quien decide si acepta o rechaza la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo Jesús que ha sido levantado en lo alto, en la cruz, para que descubramos su inmenso amor y misericordia, nos arrepintamos de nuestros pecados y creamos en él.
Jesús explica con toda claridad cómo es que el hombre se condena, cuando dice: “Habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas, aborrecieron la luz porque la luz les descubría la maldades de sus obras”.
Y esto es una gran verdad. Cuando hacemos el mal, cuando estamos sumergidos en el pecado, el egoísmo, cuando somos injustos, nos alejamos más de Dios, no queremos oír hablar de Él, rechazamos su Palabra, nos resistimos acercarnos a la Iglesia, a los sacramentos, sobre todo, a la confesión e ir a misa porque al hacerlo, descubrimos en nosotros eso que queremos ocultar, que no queremos ver, empezamos a ver la maldad de nuestras obras y lo malo y perversos que podemos llegar a ser y preferimos seguir engañándonos, pensando que, al fin y al cabo, todos lo hacen, que no estamos tan mal o peor todavía, pensamos que hagamos lo que hagamos Dios es tan misericordioso que nos perdonará sin que tengamos que arrepentirnos o enmendar nuestra vida, pero esto es una gran mentira, es un engaño de Satanás que nos ciega y no nos permite ver ni la verdadera misericordia de Dios que pide el arrepentimiento, ni la profundidad de la maldad de nuestras obras, por lo que, aun siendo malos, pensamos que no lo somos tanto o hasta que somos buenos.
Señor Jesús, ten compasión de mi, dame tu luz para que pueda ver con toda claridad la maldades de mis obras, dame tu luz para comprender que sin ti, sin tu mano misericordiosa, no puedo salir del pantano de mi pecado y de mis miserias. Señor, dame tu luz para que aleje de mi conciencia el engaño del demonio que no me permite ver lo que verdaderamente soy, no me permite tener un verdadero dolor de mis pecados y sentir la necesidad de conversión. Sin tu luz yo estoy ciego, sin tu luz me engaño pensando que mis tinieblas son luz y que veo, sin tu luz no veo la maldad de mis pecados y mi perversidad, sin tu luz no veo el abismo pavoroso de lo que puede ser mi condenación eterna. Dame, Señor misericordioso, tu luz que me haga ver la maldad de mis obras y me convierta, dame tu luz me haga ver la hermosura de tu rostro y el océano inmenso de tu amor y tu misericordia.
Feliz domingo, ¡Dios te bendiga!