Se acerca el verano y León XIV se encuentra en una encrucijada: si restaurar o no la tradición de las vacaciones en Castel Gandolfo, como han hecho hasta ahora todos los pontífices, excepto Francisco.
El viaje de ayer fuera de la ciudad (con fines de inspección) a las villas papales fue hecho esta vez no sólo para pasar un día en “sus” posesiones, sino para ver por sí mismo cómo son realmente las cosas.
Con la llegada del Papa Francisco la práctica de utilizar el ‘castillo’ se transformó por completo, al tiempo que la antigua residencia papal fue alterada definitivamente, hoy convertido en museo permanente tanto en el primer piso (llamado de recepción) como en el segundo.
Así como las Granjas Papales fueron modificadas para crear un proyecto social, a medio camino entre el turismo y la educación, todavía en fase de implementación pero que hasta ahora parece haber costado a las arcas vaticanas, según las malas lenguas, una auténtica fortuna.
El hecho es que en las 55 hectáreas, entre los maravillosos jardines a la italiana y las antiguas áreas agrícolas, el Centro Superior de Formación dedicado a la encíclica verde Laudato Sì ha tomado el lugar de todas las actividades agrícolas que allí había y que abastecían de leche y verduras al supermercado del Vaticano (que mientras tanto lleva meses cerrado).
El desmantelamiento
La visita inesperada de León XIV ha despertado inmediatamente las esperanzas de los habitantes de Castelgandolfo que sueñan con ver restauradas las antiguas tradiciones y ver al nuevo Papa vivir nuevamente en esa inmensa zona llena de historia para pasar, a partir de este verano, un período de vacaciones como siempre lo han hecho todos los pontífices durante siglos y siglos.
Ésta parece ser la orientación del Papa Prevost, pero hay varios nudos logísticos de no poca importancia que desatar.
Quizás por eso también la semana pasada fue sometido a inspección su secretario personal, el peruano Don Edgard, y pocos días después los responsables de la Gobernación, de quienes depende la responsabilidad global de la gestión de Castel Gandolfo.
En los últimos cuatro años, a distintos niveles, se han autorizado las innovaciones más radicales que han llevado a la actual configuración museística con el desmantelamiento, por ejemplo, de la parte representativa de la residencia papal. Lo que quizás podría crear problemas en la conversión de la estructura.
La gran Sala de los Pontífices, por ejemplo, sirve ahora para albergar exposiciones temporales, como la de los tapices antiguos de los Museos Vaticanos. Para exhibirlos, dado su considerable peso, incluso se construyó una especie de muro equipado.
Sin olvidar que el puesto médico, situado en el patio (donde Juan Pablo II pero también Benedicto XVI celebraron audiencias y el Ángelus), pero ahora transformado en bar turístico.
Sólo el apartamento privado del Papa, situado en el piso superior y totalmente abierto a los visitantes (excepto el baño), ha permanecido sustancialmente inalterado. Técnicamente podría ser habitable por León XIV pero, al no disponer ya de zona de recepción en la planta inferior, no sería posible albergar al secretario ni a otros asistentes, como ocurría en el pasado.
Parece que ahora falta espacio, a menos que se les dé otro uso, lo que supondría costes adicionales.
Actualmente, el museo está dirigido por Andrea Tamburelli, ex funcionario de Peroni (reelegido en su cargo para otro mandato de cinco años a fines de 2024). En el pasado había sido noticia por haber arrancado la famosa Viña del Papa Ratzinger, una especie de reliquia, un regalo al inicio de su pontificado, que para él era muy querido. Lo arrancaron para hacer más espacio y luego lo plantaron con rosas. Los motivos de esta elección nunca se han conocido y constituyen uno de los muchos misterios vinculados a la nueva versión de Castel Gandolfo.
Por FRANCA GIANSOLDATI.
IL MESSAGGERO.
