Comienzo del ministerio de Jesús

Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Pbro. José Manuel Suazo Reyes

El evangelio de este domingo (Mt 4, 12-23) habla del comienzo de la misión de Jesús. En él se dicen varias cosas importantes. Se menciona que Jesús fue a vivir a Cafarnaún, ciudad llena de movimiento, ubicada en la ribera del lago de Tiberiades. Esta ciudad estaba situada en las rutas comerciales entre Damasco y el Mar mediterráneo.

El Hijo de Dios quiso iniciar su misión terrenal en la zona norte del país, una zona difícil y complicada. Los judíos la llamaban “la Galilea de los paganos”, era una región alejada de Jerusalén con una población mixta donde convivía gente proveniente de muchos pueblos. La razón de esto, entre otras cosas, es que en aquellas regiones se dieron las primeras deportaciones de israelitas que fueron ejecutadas por los asirios, los deportados fueron reemplazados con gente de otras naciones (2 Re 15, 29; 17, 24-27).

El profeta Isaías había anunciado para aquellas personas que un futuro mesías les traería la paz (Is 9, 5-6) y la luz (Is 9, 1; 42,6). Teniendo en cuenta este contexto geográfico y bíblico, podemos comprender mejor que la llegada de Jesús a aquellas regiones se presenta como el cumplimiento de las promesas de salvación que Dios había hecho a su Pueblo, Jesús es la luz y la paz.

La predicación de Jesús comienza de forma parecida a la de Juan el Bautista (Mt 3,2), con una llamada a la conversión: “Conviértanse porque ya está cerca el reino de los cielos” (Mt 4, 17). Esta llamada a la conversión está motivada por una buena noticia: la llegada del reino de los cielos.

Los judíos esperaban la manifestación del reino de Dios en la tierra, pues con ella cambiaría el aspecto del mundo porque traería justicia, paz, amor y alegría. En efecto, Jesús comienza a anunciar la llegada de este reino, pero para poder entrar en él se necesita la conversión. Con ello deja claro que el Reino de Dios toca los corazones de las personas y se construye desde el interior.

No se puede entrar al reino de Dios sin renunciar a los mismos vicios y costumbres de la vida mundana. Se necesitan nuevas actitudes y una nueva mentalidad. No se trata simplemente de un cambio de grupo sino de un cambio del corazón. La conversión es necesaria para abandonar las prácticas perversas del mal que dañan a la persona y a la sociedad.

Este principio vale para todos. Mientras no exista conversión interior, no habrá resultados diferentes. La boca habla de lo que está lleno el corazón. Si no se purifica el interior, a donde quiera que esa persona seguirá “metiendo la mano al cajón”. En la actualidad nos seguimos lamentando de algunas prácticas que han generado mucho malestar en la sociedad. Algunos sólo se cambiaron de grupo pero llevan en el corazón las mismas mañas, por eso así como robaban allá siguen robando aquí. Así como abusaban del poder allá, lo siguen haciendo en la actualidad.
En este contexto, se coloca el llamado de los primeros apóstoles: Simón y Andrés, Santiago y Juan. Es muy significativo que desde el comienzo de su ministerio, Jesús quisiera llamar a algunos para asociarlos a su misión. Esto nos enseña que Jesús no es un personaje solitario que hace su obra por sí solo, sin la colaboración de nadie. Quiso llamar a los apóstoles para asociarlos a su obra de salvación.

Los primeros llamados son simples pescadores. El pescador es una persona que está acostumbrada a enfrentar los peligros del mar, cada día desafía su destino pues comienza la jornada lleno de esperanza de regresar a su casa con la red llena de pescados; el pescador no lo desaniman los fracasos cuando después de una jornada no logra nada. Al contrario, al día siguiente se levanta con nuevas esperanzas de ser exitoso. Esas mismas actitudes deben estar presentes en el que es llamado por Dios para ser pescador de hombres, es decir para conquistar personas para Dios.

En la respuesta de estos cuatro primeros discípulos, encontramos esbozada cual debe ser la respuesta humana ante el llamado que Dios nos hace a todos. Estos primeros discípulos comprenden que Jesús es el maestro, es el Señor, es el Salvador, por eso no vacilan en seguirlo.

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Párroco en San Miguel Arcángel, Perote, Veracruz.