CDMX. No a la violencia, no a la indolencia

Pbro. Hugo Valdemar Romero
Pbro. Hugo Valdemar Romero

El pasado miércoles 1 de julio, fueron brutalmente asesinados 26 jóvenes en un centro de rehabilitación en Irapuato, Guanajuato. Las víctimas fueron puestas en el suelo y masacradas brutalmente por un comando que usó armas de gran calibre. No es la primera vez que en nuestro país sucede un acto tan bárbaro y cobarde; a diario nos enteramos de asesinatos que a fuerza de informarnos de ellos todos los días, nos hemos blindado emocionalmente y ya no nos espanta ni escandaliza que cada mes las víctimas sean miles. Han dejado de ser personas y se han convertido en números ante los que nos hemos convertido en indolentes: ya no nos duele y apenas nos preocupa.

El pasado 29 de junio, los obispos de México enviaron un amplio mensaje al Pueblo de Dios; en su inciso tercero, mandaron un abrazo de pastores a nuestros hermanos que sufren a causa de la violencia.

“Durante la pandemia —dicen—, la violencia es la única que no está en cuarentena y sigue su estela de muerte e inhumanidad en todo México. Suman ya más de 14 mil asesinatos en lo que va del año. La violencia intrafamiliar se ha recrudecido. Hoy, en medio de esta crisis sanitaria y económica que padecemos, es urgente alzar nuestra voz y refrendar nuevamente que la caridad cristiana no está al margen de la justicia, sino que la supone”.

Es obligación del Estado hacer efectiva la justicia que implica la seguridad de los ciudadanos, el castigo a los culpables de la violencia y del crimen organizado, sin hacer excepciones en la aplicación del Estado de derecho. Corrupción e impunidad son un binomio que caminan de la mano y que nos sigue desafiando en México.

A quienes hacen el mal, despreciando a sus hermanos —continúan los obispos—, no nos cansaremos de exhortarlos al arrepentimiento, al cambio de vida y a la reconciliación. Asimismo, ofrecemos nuestra oración por tantos hermanos y hermanas que sufren o que han fallecido a causa de la violencia. Queremos seguir comprometidos con la paz y las causas sociales de nuestro pueblo. Sabemos bien que sólo la reconciliación, promovida desde la familia, crea auténtica calidad de vida.

“La situación actual nos desafía a seguir creciendo en empatía y compasión, especialmente con los más pobres y vulnerables, con los que están perdiendo todo, con quienes sufren la enfermedad o la muerte de un familiar… El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”.

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