Son muchos los actores sociales que vienen advirtiendo del grave peligro que corre México debido a la polarización y el odio social que desde hace años se viene sembrando. Un encono y división que mañana tras mañana el presidente Andrés Manuel López Obrador atiza en las ruedas de prensa, en las que hace una división sin matices entre los que están con él y los que no, de una manera indebida parafraseó el evangelio: “el que no está conmigo, está contra mí”, palabras de Jesús que nada tienen que ver con el sentido que le dio el presidente.
Si bien el Ejecutivo fue elegido por 30 millones de mexicanos, no debe olvidar que el país tiene más de 120 millones y que en una sociedad democrática no sólo es legítimo disentir, sino que es indispensable la oposición para crear equilibrios y evitar la concentración de poder que lleva a la tiranía y la corrupción, que no sólo es material, sino también moral, siendo esta última la más grave y peligrosa.
Varias personas se han acercado a mí pidiendo consejo espiritual, pues experimentan culpa al no soportar más al presidente, tener hacia él odio e incluso, desear y pedir a Dios su muerte. Por supuesto que estos sentimientos y deseos no son cristianos, cito el evangelio: “Han oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, y rueguen por los que los calumnian y persiguen…”.
El odio, el resentimiento, en primer lugar daña a la persona que lo siente, la destruye interiormente, le quita la paz y obstruye la relación con Dios. No es lícito desear la muerte de nadie, ni siquiera de los criminales; lo propio del cristiano, que es hijo de Dios, es perdonar y amar, nunca odiar, lo único que nos es lícito odiar es el pecado, pero nunca al que lo comete, ni desear su muerte, porque, no olvidemos: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva”; y no hay que perder de vista que también nosotros somos pecadores, y aun sin querer, muchas veces hacemos el mal.
El odio entre los mexicanos se está convirtiendo en una pandemia peor que el coronavirus, que puede traer fatales consecuencias y la ruina del país. No caigamos en la trampa del odio y de la polarización política, si queremos un cambio tenemos instrumentos democráticos lícitos y necesarios de participación y oposición.
Disenso y oposición sí, odio y polarización no. Lejos de nosotros desear la muerte de nadie, más bien pidamos a diario por aquellas personas que no soportamos o nos han hecho mal, y Dios nos dará la capacidad de perdonar, de ser tolerantes, y por qué no, él, por nuestra intercesión, puede dar el don de la conversión a quienes más lo necesitan.