El hombre comienza a utilizar la fuerza cuando se le acaba la inteligencia. Dios nos dio ambas para criar a nuestros hijos. ¿Cuál vamos a usar?
En ocasiones nuestra paciencia se colma cuando no conseguimos lo que queremos. Es así como podemos perder fácilmente las riendas cuando las cosas no salen como esperamos en nuestros trabajos, con nuestra pareja o con nuestros hijos. Sin embargo, así como no tener un buen día en el trabajo, puede dejarnos sin empleo, o tratar mal a nuestra pareja puede desgastar nuestra relación, con nuestros hijos la consecuencia de perder la paciencia tiene una consecuencia mucho más grave. ¿Por qué?
A diferencia de nuestros jefes o conyugue, nuestros pequeños no tienen la experiencia ni el conocimiento para comprender nuestro cansancio. Es así como, debido a su corta edad, tienden a culparse por nuestro mal carácter y nuestro mal trato. Es por eso que la consecuencia de tratar mal a nuestros hijos, genera una herida de agresión que posteriormente se presentará en su vida adulta, ya sea con más agresión o con timidez.
Jesús nos dice ¡Ay de quien haga daño a uno de mis pequeñuelos! Es por eso que debemos pedir la gracia de usar nuestra inteligencia para enseñarles en lugar de usar la fuerza para reprenderles. Por ejemplo, si tenemos un cachorro y hace sus necesidades en el sofá nuevo de la sala, ¿lo vamos a castigar como a un perro adulto? Probablemente no. Sin embargo, tener la cabeza fría para entender a nuestros hijos, no es otra cosa que empatía, inteligencia y técnica.
Si sabemos que uno de nuestros hijos, llega del colegio y tira los zapatos y la ropa por toda la casa y se la levantamos y no le decimos nada, no nos podemos quejar si un día le pedimos que ordene su cuarto y no lo hace. El niño no nace aprendido y depende de nosotros enseñarle desde la lógica, la forma en que queremos que hagan las cosas.
Otro punto importante es «el por qué» le decimos que hagan algo. Muchas veces los paradigmas nos atrapan en un sin sentido de acciones que no entendemos por qué debemos hacerlas y aun así se las exigimos a nuestros hijos. Es ahí donde debemos ser críticos y preguntarnos, «¿Esto tiene sentido para la vida de mi hijo?». Si la respuesta es sí, debemos lograr que él o ella lo entiendan, para que en el uso de su razón pueda actuar desde la lógica y no desde el mandato sin razón.
¿Qué hacer cuando no sabemos qué hacer?
Seguramente muchas veces pensarás que has intentado todo y que simplemente tus hijos no quieren entender. Si bien existen muchos factores cognitivos que hacen que un niño no logre comprender muchas cosas, es importante que le entreguemos a Dios, nuestra inteligencia y nuestros talentos, para que obre en nosotros y podamos hacer bien nuestra tarea como padres.
Además de eso, la realidad es que nuestra inteligencia es limitada y hay muchas cosas que no podemos resolver por nosotros mismos. Por ejemplo, si yo soy abogado o taxista, seguramente no sepa qué hacer si mi hijo tiene un problema de ansiedad o depresión. Es ahí donde debemos aprender a confiar en Dios, para que sea Él quien obre en sus corazones y traiga la sanación a las heridas que causan sus comportamientos nocivos.
Espero que esta reflexión te sirva para enseñarle a tus hijos con amor y con la empatía de entender que Dios nos dio talentos para que los usemos, no solo para nuestra vida profesional, sino también para educar a nuestra familia. Si llegado el momento, sientes que has hecho todo y que simplemente tus hijos se te están saliendo de las manos, recuerda que Dios es el único que puede devolverle la paz a tu hogar si se lo pides con fe. De eso se trata el Programa de Sanación de tus hijos, con el poder de Dios al cual te invito que ingreses haciendo clic en este enlace. Este programa de formación para padres ha dado unos frutos increíbles en niños con enfermedades físicas y emocionales muy complejas. Por eso, si tienes un problema que no puedes resolver, te invito a que inicies ahora y le des la sanación a tu familia con los dones que Dios te dio.