Cae ex cardenal depredador homosexual, pero el Lobby Gay en la Iglesia sigue y hasta es promocionado

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La noticia del inicio de acciones penales contra el ex cardenal Theodore McCarrick y la dimisión del secretario de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, Jeffrey Burrill, por entregarse compulsivamente al sexo homosexual con extraños, nos recuerdan que la cúpula eclesial sigue sin tomarse en serio la insidiosa plaga de la mafia homosexualista infiltrada en el clero católico.

Oh, sí, hubo un minisínodo hace años, ¿recuerdan?, coordinado por el ahora arzobispo de Chicago, cardenal Blaise Cupich, ‘pupilo’ del propio Theodore McCarrick. Pero se nos perdonará si sospechamos que aquello fue simplemente un fútil ejercicio de ‘control de daños’, de dar la impresión de que se hacía algo para atajar un problema al que ni siquiera consintieron en dar el nombre correcto, es decir, admitir que el hecho de que en un 80% de los casos se tratase de abusos homosexuales quizá, tal vez, posiblemente quisiera decir algo.

Hay dos indicios que apuntan en esta dirección.

  • El primero es que sigue sin haber un solo caso de clérigo sancionado o disciplinado por la propia Iglesia por este motivo sin que previamente el caso fuera denunciado por las autoridades o los medios de comunicación. La ‘tolerancia cero’ parece ser la intolerancia a la mala imagen, la intolerancia a ser descubiertos.
  • Y el segundo indicio es que, incluso cuando la jerarquía, por mor de las denuncias, se ve obligada a actuar contra un depredador, no hace en cambio nada para seguir tirando del hilo y estudiar la raíz del problema.

Por ejemplo, se priva a McCarrick de su ministerio casi ‘manu militare’, sin permitirle siquiera que se defienda o explique, pero se permite que sus ‘protegidos’ asciendan y prosperen y nadie se pregunta en la cúpula eclesial cómo es posible que nadie supiera nada de unas inclinaciones que eran la comidilla de seminarios y rectorías norteamericanas o si las aficiones de ‘Tío Ted’ hacían de él la persona idónea para promover clérigos por todo el país.

Tenemos, por ejemplo, al cardenal Kevin Farrell, recientemente honrado con el cargo de camarlengo, es decir, el clérigo con máxima autoridad si falleciera o renunciara el Papa reinante. Farrell compartió hogar con el todopoderoso cardenal defenestrado cuando aún era arzobispo de la capital, Washington, durante años, pero confesó estar ‘conmocionado’ por la noticia de que se llevaba guapos seminaristas a su casita de la playa. Y aunque afirmación tan poco verosímil no debe ser motivo para actuar en ninguna forma contra él, tampoco le convierte quizá en el prelado más fiables para cubrir de honores y responsabilidades en la Curia Romana.

Otros dos obispos de la ‘escudería’ de McCarrick, el ya citado Cupich y el arzobispo de Newark, cardenal Joseph Tobin, también han sido promocionados. Ya hemos hablado de la responsabilidad que se dio a Cupich en el minisínodo, pero además ambos se sientan hoy en la congregación que selecciona a los obispos de todo el globo. Ambos, además, volaron recientemente a Roma justo antes de que el prefecto para la Doctrina de la Fe escribiera a la Conferencia Episcopal para que suavizara su postura sobre la comunión a políticos abortistas.

¿Y qué decir de Donald Wuerl? Nombrado sucesor de McCarrick al frente de la Archidiócesis de Washington, se vio obligado a renunciar (con la edad canónica) debido a una investigación de encubrimiento de abusos en el que aparecía citado más de sesenta veces, pero el Papa, después de escribirle una carta excepcionalmente elogiosa, le mantuvo como administrador apostólico de la archidiócesis, y hoy disfruta de un retiro dorado.

The Pillar, la publicación que levantó la liebre sobre el caso Burrill -del que, tenemos que pensar, tampoco nadie conocía su sexualidad compulsiva cuando fue promocionado-, aplicó el mismo rastreo de señales de aplicaciones de contactos sexuales a otras partes, descubriendo un uso intensivo de las mismas en rectorías de la archidiócesis de Newark (la de Joe Tobin) y en los propios palacios vaticanos.

Nada indica, en fin, que haya el menor interés en atacar la raíz de un problema que parece preocupar solo cuando se hace tan grave que salta al conocimiento público.

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Por CARLOS ESTEBAN.

Infovaticana.

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