Bienaventurados los pobres de espíritu

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad, son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones y, expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y su Resurrección (CATIC # 1717). En este contexto, las lecturas de este domingo nos invitan a vivir el programa de vida propuesto por Jesucristo para alcanzar la felicidad y la alegría plenas. Veamos.

«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos»

Los pobres de espíritu no son quienes carecen de fortaleza interior, sino quienes ponen toda su confianza en Dios, quienes experimentan que Dios es su único refugio, quienes creen que Dios es su más grande esperanza, quienes comprenden que su vida toda depende de Dios y por ello ponen todos sus proyectos y bienes en sus manos.  Los pobres de espíritu son los humildes y sencillos de corazón, que no saben dar un paso sin ponerse en las manos de Dios y que no pueden, sino agradecer a Dios por cada cosa que pasa en su vida. Ser pobre de espíritu no significa no tener nada, al contrario, significa tenerlo todo, porque se posee a Dios, amoroso y compasivo, como padre y madre.

«Dichosos los mansos de corazón, porque ellos heredarán la tierra»

La mansedumbre es una virtud que se expresa en la docilidad y suavidad del carácter y se manifiesta en un trato apacible. Ser manso no significa ser dejado o cobarde, por el contrario manifiesta una fortaleza en el espíritu y un autocontrol en el carácter. El manso de corazón está libre de arrogancia o presunción y acepta en todo, la voluntad de Dios. Jesucristo fue manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29), aceptando en su vida la cruz y la muerte, por amor a los demás, sin balbucear ni pronunciar disparate alguno (cf. Is 53,7). Jesucristo nos invita ir a Él, para encontrar descanso (cf. Mt 11,29) y tener fuerza para ser mansos y humildes.

«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»

El corazón es un miembro del cuerpo humano, de donde salen los malos pensamientos y acciones (cf. Mt 15,19); por eso Jesús pide cuidarlo y tenerlo limpio, porque ello nos llevará a ver a Dios. En este contexto, el mandamiento principal nos invita «amar a Dios con todo el corazón» (Dt 6,5 y Mt 22,37), es decir, no dividirlo (cf. Lc 16,13) sino conservarlo íntegro y donarlo totalmente a Dios. Un corazón limpio está libre de maldad y malos deseos, está libre de odio, de rencor y resentimiento, que lo dañan y lo enferman; un corazón limpio es un corazón puro, amable, sincero, honesto y transparente; un corazón limpio está lleno de amor, de compasión y de misericordia; un corazón limpio está llamado a perdonar, a ser justo y solidario con los hermanos. ¿Cómo y dónde está tu corazón?

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