Así fueron las apariciones de Santa María de Guadalupe

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Millones han tomado las calles de la Ciudad de México para rendir tributo y honor a la Virgen de Guadalupe. Después de dos años de restricciones por la pandemia de covid-19, millones, usando cubrebocas o no, y sin importar la sana distancia a pesar del incremento de casos de influenza y covid-19, llegaron a las faldas del cerro del Tepeyac para cantar las tradicionales mañanitas a la Virgen y a la misa de medianoche.

Hace 491 años, las apariciones dieron una nueva ruta en la conformación de la identidad mestiza que surgía de las ruinas de la conquista. Los aspectos, de sobra conocidos, han sido objeto de estudio que hoy se pretenden reimpulsar para ser conocidos ampliamente y a las nuevas generaciones hacia los 500 años en 2031.

¿Cómo fueron esos portentos milagrosos sucedidos diez años después de la caída de México-Tenochtitlán?

Según las crónicas consignadas en el “evangelio” guadalupano, el Nican Mopohua, del 9 al 12 de diciembre, Juan Diego, un macehual recién bautizado, se encontró con una doncella que le dio una serie de indicaciones para ser llevadas al obispo Juan de Zumárraga. Las apariciones fueron punto de partida para todo un fenómeno religioso, social, cultural y antropológico que hoy es un guadalupanismo que corre paralelo al cristianismo.

Así sucedieron, las apariciones de Santa María de Guadalupe a Juan Diego:

Primera aparición. La madrugada del 9 de diciembre de 1531, en lo que hoy se conoce como la sierra de Guadalupe, un habitante del norte de la cuenca del Valle, un macehual quien había recibido el nombre de Juan Diego iba de Cuautitlán a Tlatelolco a escuchar misa. En el lugar llamado del Tepeyac, justo donde inicia la sierra, escuchó sonidos extraordinarios, cantos de aves y un escenario sin igual. En la cima del cerro, una nube cubría la punta y un arcoíris se asomaba, cosa extraña para una madrugada. El hombre escuchó la voz de una mujer que le habló por su nombre e idioma: “Juan Diego, Juan Dieguito…”

Desde luego, ante semejante asunto, Juan Diego olvidó su ruta para subir al cerro y ver que todo el paisaje había cambiado en algo paradisiaco. La seca vegetación era de un verde turquesa profundo; las rocas como de jade y todo resplandecía. Lo más sorprendente era una joven rodeada por luz quien le preguntó en su idioma: Hijito mío, Juanito, el más pequeño, ¿A dónde te diriges?” Fue en esa aparición donde quien se identificó como Madre del Verdaderísimo Dios, de Ipalnemohuani (Aquel por quien se vive), de Teyocoyani (Creador de las Personas), de Tloque Nahuaque (Dueño el estar junto a todo y abarcarlo todo) de Ilhuicahua Tlatipaque (Señor del Cielo y de la Tierra) pidió llevar un mensaje al obispo de México para levantar un templecito donde daría auxilio y protección a los mexicanos. Juan Diego atendió el mandato y fue a ver a Zumárraga. Como en este y otros tiempos, Juan Diego debió esperar mucho para que el fraile le atendiera. Lo escuchó, pero solo eso.

Segunda aparición. La tarde del mismo sábado 9 de diciembre, Juan Diego pasó por el cerro y ahí estaba la doncella. Ella preguntó del encuentro con el obispo y el desaliento fue el argumento de Juan Diego. Solicitó que la doncella pidiera a un noble ilustrado, respetado y conocido para llevar el mensaje. Se dice que la doncella dio un mandato con rigor a Juan Diego ordenándole regresar al palacio del obispo al día siguiente. El macehual regresó a Cuautitlán a pasar la noche.

Tercera aparición. El domingo 10 de diciembre se debía cumplir con el precepto de la misa. Juan Diego, después de sus obligaciones religiosas, fue al palacio del obispo. A diferencia del primer encuentro, Zumárraga pidió pruebas de la existencia de la doncella. El prelado pidió a sus sirvientes seguir al vidente, pero lo perdieron en las inmediaciones del Tepeyac. Por tercera vez, se dio otro diálogo con la doncella y Ella consintió la prueba solicitada: “Mañana, de nuevo, vendrás aquí para que lleves al gran sacerdote la prueba”. El lunes 11 de diciembre, Juan Diego no pudo llegar con la Señora. Su tío, Bernardino, había amanecido enfermo de gravedad y, en lugar de asistir a la cita, pasó el día buscando ayuda y un curandero para lograr la salud de su tío.

Cuarta aparición. La madrugada del 12 de diciembre, Juan Diego agarró camino hacia Tlatelolco para buscar a un sacerdote que le ayudara a dar los últimos auxilios ante la inminencia de la muerte de Juan Bernardino. Evitó el paso por el Tepeyac, pero la doncella le salió por otro camino. “Qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde vas? Juan Diego, se dice, estaba avergonzado por la informalidad de su trato y explicó a la Señora el pendiente sobre la salud de su tío. En esta aparición se atribuyen las palabras que tienen gran significado en esta historia: ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor de ser tu madre? Por favor que ya ninguna otra cosa te angustie, te perturbe”. Ahí, la doncella dijo que Bernardino estaba curado y Juan Diego recogió del Tepeyac flores que no crecían en ese lugar. La puso en su ayate y fue al palacio del obispo por tercera ocasión.

Ese martes 12 de diciembre, Juan Diego, tras otra larga espera, puso ante el obispo la prueba que quería con el descubrimiento de la imagen que, hasta nuestros días, esta en la Basílica levantada en su honor.

Pero hay una quinta aparición de la cual no se consigna en qué momento fue posible. Si atendemos las palabras de la doncella, pudo haber ocurrido en el mismo momento en el cual dejo que Bernardino estaba sano. Ella se presentó en su casa y lo curó y así se atribuye que Ella se presentó bajo el nombre de Santa María de Guadalupe reiterando el deseo del templecito que se le levantara en su honor.

Como sea, la transmisión de las apariciones ha servido para afianzar la fe guadalupana y cristiana del pueblo de México cuyo fervor continúa con gran asombro para propios y extraños, a casi 500 años de esos prodigios ocurridos tras la caída de una civilización y el nacimiento de una nación.

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