Así es el amor de Dios

Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Pbro. José Manuel Suazo Reyes

El evangelio que escucharemos este domingo (Jn 3, 14-21) nos habla de un tema fundamental en la vida cristiana: EL AMOR DE DIOS. Se trata de la misma esencia de Dios ya que San Juan, en su primera carta así define a Dios: Dios es amor (1 Jn 4, 8), el amor de Dios, agrega el mismo apóstol consiste en esto. No en que hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10). San Pablo nos dice también que Dios nos amó, cuando aún éramos pecadores (Rom 5, 8). Dios no esperó a que nos convirtiéramos para que nos amara, él nos amó primero. Dios nos demostró su amor, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

La revelación suprema del amor de Dios se ha manifestado en el sacrificio de la cruz. Por eso San Juan en el evangelio de hoy, no duda en decir, “De tal manera amó Dios al mundo que nos entregó a su propio hijo para que todo el que crea en él, tenga vida eterna”. Dios quiere salvar a todos por eso nos envió a su propio hijo para salvarnos. Es un amor que busca que el pecador se convierta y viva eternamente.

El apóstol Pablo nos habla además de dos propiedades de este amor de Dios. Se trata en primer lugar de un amor misericordioso, un amor que se conmueve ante nuestras miserias y perdona con una gran generosidad nuestros pecados. En segundo lugar es un amor gratuito; este amor no se obtiene por nuestros méritos sino que proviene únicamente de la benevolencia divina.

Todo esto forma parte del evangelio o buena nueva que nos ha traído nuestro Señor Jesucristo. El alegre mensaje que Cristo nos ha revelado es este: DIOS AMA A TODAS LAS PERSONAS, LAS AMA CON UN AMOR INCREIBLE, UN AMOR PACIENTE Y MISERICORDIOSO, UN AMOR ABSOLUTAMENTE GRATUITO; UN AMOR QUE DESEA LA SALVACIÓN Y LA VIDA ETERNA PARA TODOS SUS HIJOS. Este es el amor de Dios, y de esto habla el evangelio de este domingo.

Ahora bien, dependerá de la persona, en su libertad, si acoge o rechaza este amor divino. Dios no desea condenar a nadie; es el ser humano quien puede cerrarse las puertas de la salvación. Es el ser humano quien se condena a sí mismo cuando rechaza la luz y el amor de Dios y prefiere las tinieblas del error y del pecado.

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Párroco en San Miguel Arcángel, Perote, Veracruz.