El matrimonio no es un ideal, sino el canon del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo.
Así lo afirmó León XIV el 31 de mayo de 2025, en la homilía de la Misa del Jubileo de las Familias, subrayando que este amor nos permite, a imagen de Dios, dar la vida .
El significado de esta frase no debe pasarse por alto, pues hoy en día, con demasiada frecuencia, la ley moral se reduce a un ideal difícil de alcanzar. La palabra «canon», en el lenguaje religioso, indica una regla oficial de la Iglesia, una norma legal y moral, una ley objetiva, que todos los cristianos están obligados a observar.
El matrimonio, único e indisoluble, formado por un hombre y una mujer, es una institución divina y natural, querida por Dios mismo y elevada por Jesucristo a la dignidad de sacramento.
La familia, fundada en el matrimonio, es, por tanto, una verdadera sociedad con unidad espiritual, moral y jurídica, cuya constitución y derechos Dios ha establecido.
Quien observa esta ley recibe de Dios todas las gracias necesarias para observarla.
Presentar el matrimonio como un ideal, y no como una ley a la que se vincula una gracia, equivale a afirmar que este modelo no pertenece al mundo de la realidad, sino al de los deseos, a veces inalcanzables.
Por lo tanto, supone caer en el relativismo moral.
Los hombres, para vivir, necesitan principios que puedan y deban vivirse: uno de ellos es el matrimonio.
La idea, en cambio, de que «el matrimonio es un ideal» recorre la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia de 2016, en la que el papa Francisco insistió en que este ideal debe proponerse gradualmente, acompañando a las personas en su camino.
Pero lo cierto es que a diferencia de lo afirmado por el Papa Francisco, la moral católica no es gradual ni admite excepciones: o es absoluta o no lo es.
La posibilidad de «excepciones» a la ley surge precisamente de la idea de un ideal impracticable.
Esa fue la tesis de Lutero, quien argumentó que Dios dio al hombre una ley imposible de seguir. Por ello, Lutero desarrolló el concepto de una «fe fiducial» que salva sin obras, precisamente porque los mandamientos no pueden observarse. Ante el concepto luterano de la impracticabilidad de la ley, el Concilio de Trento respondió que uno se salva por la fe y las obras.
Por ello es que el Concilio anatematizó a cualquiera que dijera que « para el hombre justificado y constituido en gracia, los mandamientos de Dios son imposibles de observar » (Denz-H, n. 1568) y afirmó: « Dios, de hecho, no manda lo imposible; pero cuando manda, nos exhorta a hacer lo que podamos, a pedir lo que no podamos, y nos ayuda para que podamos » (Denz.H, n. 1356).
Uno puede encontrarse ante problemas aparentemente insuperables, pero en estos casos debe hacer todo lo posible, con sus propias fuerzas, para observar la ley natural y divina y pedir ayuda a Dios para superar el problema. La fe católica es que esta ayuda no faltará y que todo problema se resolverá.
En casos excepcionales, Dios nos ofrecerá una ayuda extraordinaria de gracia, precisamente porque no nos ha dado una ley impracticable. La doctrina no es un ideal abstracto, y la vida del cristiano no es otra cosa que la práctica de los mandamientos, según la enseñanza de Jesús: « El que recibe mis mandamientos y los guarda , me ama» ( Jn 14,21).
Por esta razón, en una entrevista de 2019, publicada por Corrispondenza Romana , el cardenal Burke explicó:
Alguien dijo que, en última instancia, debemos reconocer que el matrimonio es un ideal que no todos pueden alcanzar y, por lo tanto, debemos adaptar la enseñanza de la Iglesia a quienes no pueden cumplir sus votos matrimoniales.
Pero el matrimonio no es un «ideal».
El matrimonio es una gracia, y cuando una pareja intercambia votos, ambos reciben la gracia de vivir un vínculo fructífero y fiel para toda la vida.
Incluso la persona más débil, la menos formada, recibe la gracia de vivir fielmente la alianza matrimonial.
Pero leamos atentamente las palabras de León XIV:
En las últimas décadas hemos recibido una señal que nos alegra y a la vez nos hace reflexionar: me refiero al hecho de que los esposos han sido proclamados Beatos y Santos, no por separado, sino juntos, como parejas casadas. Pienso en Luis y Celia Martín, padres de Santa Teresita del Niño Jesús; así como en los Beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi, cuya vida familiar transcurrió en Roma el siglo pasado. Y no olvidemos a la familia polaca Ulma: padres e hijos unidos en el amor y el martirio.
Decía que esta es una señal que nos hace reflexionar. Sí, al señalar a los esposos como testigos ejemplares, la Iglesia nos dice que el mundo de hoy necesita la alianza conyugal para conocer y acoger el amor de Dios y para superar, con su fuerza unificadora y reconciliadora, las fuerzas que desintegran las relaciones y las sociedades .
Por eso , con un corazón lleno de gratitud y esperanza, les digo a ustedes, esposos: el matrimonio no es un ideal, sino el canon del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo (cf. San Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae , 9). Al transformarlos en una sola carne, este mismo amor los hace capaces, a imagen de Dios, de dar vida .
Por eso , los animo a ser, para sus hijos, ejemplos de coherencia, comportándose como ustedes desean que se comporten, educándolos en la libertad mediante la obediencia, buscando siempre en ellos el bien y los medios para acrecentarlo.
Y ustedes, hijos, sean agradecidos con sus padres: decir «gracias» por el don de la vida y por todo lo que nos da cada día con ella, es la primera manera de honrar al padre y a la madre (cf. Éx 20,12).
Al principio y al final de su homilía, el Papa retomó un tema muy querido para él: la oración de Jesús al Padre, tomada del Evangelio de Juan: « Que todos sean uno » (Jn 17,20). No una uniformidad indistinta, sino una profunda comunión, fundada en el amor de Dios mismo; « uno unum» , como dice san Agustín ( Sermo super Ps. 127): uno en el único Salvador, abrazados por el amor eterno de Dios. «Queridos, si nos amamos así, sobre el fundamento de Cristo, que es «el Alfa y la Omega», «el principio y el fin» (cf. Ap 22,13), seremos un signo de paz para todos, en la sociedad y en el mundo. Y no lo olvidemos: el futuro de los pueblos se genera en las familias»

Por ROBERTO DE MATTEI.
MIL.