Ascender es volver a Dios Padre

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el VII Domingo de Pascua, de la Ascensión del Señor

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Hoy celebramos esta hermosa fiesta de la Ascensión del Señor al cielo; ya han pasado 40 días de la resurrección, son días donde Jesús ha mostrado a sus discípulos que está vivo. Podemos definir esta fiesta como el triunfo definitivo de Cristo. No es que se marche y tengamos que sentirnos solos, Jesús sigue estando presente no sólo de manera distinta, sino de mejor forma porque ahora es el Señor que vive para siempre.

La Ascensión no es una triste despedida, escuchemos lo que dice Jesús en la última parte de este Evangelio: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Así pues, no es la fiesta del adiós, es la celebración de que Cristo fue glorificado por su Padre a causa de haber cumplido a la perfección su voluntad. Podemos decir que llegó el tiempo de los Apóstoles, llegó el momento de que la Iglesia naciente comparta con los demás la experiencia de haber vivido junto a Jesús y haberlo visto Resucitado.

Teológicamente, la Ascensión es una consecuencia de la Resurrección. El que ha vencido a la muerte, el viviente, no podía estar destinado a una vida en las coordenadas del tiempo y del espacio. La Ascensión es una vuelta al Padre, pero lleva nuestra humanidad. Como lo dice san Ambrosio: “Bajó Dios, subió hombre”. El que descendió era sólo Dios, el que ascendió era Dios y hombre. Jesús no se va, simplemente deja de ser visible; con su Ascensión no nos deja huérfanos, sino que se quedó en medio de nosotros con otras formas de presencia.

Estamos en el ciclo A y nos ha tocado escuchar la Ascensión desde el Evangelio de san Mateo. Su contexto es en Galilea, en aquel lugar donde los había citado Jesús; es un monte; recordemos que ese lugar es simbólico; desde Galilea inició su ministerio Jesús y desea que desde allí se empiece a difundir el Evangelio por parte de los Apóstoles; es en un monte, desde un monte Moisés recibe las tablas de la ley, desde un monte Jesús proclama el Sermón de la Montaña y desde ese monte Jesús los envía a llevar el Evangelio.

Mateo no termina su Evangelio con la Ascensión, ya que podría haber creado una sensación de orfandad, de abandono ante la partida definitiva de Jesús, Mateo termina su Evangelio con una frase inolvidable, llena de fuerza y de vida: Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Esta es la fe que ha animado y sigue animando a las comunidades cristianas, Jesús está con nosotros, presente de manera distinta pero presente; su presencia por momentos no la sentimos, pero está animándonos a seguir adelante; así que no podemos caer en desalientos, en lamentaciones, en derrotismos; no podemos olvidar que Él está con nosotros.

Jesús no es un personaje histórico, no es un difunto a quien se le rinde culto, sino que es alguien que vive. Él mismo lo dijo: “Donde dos o tres se reúnen en mi

nombre, allí estoy en medio de ellos”. Así que las asambleas de nosotros los creyentes, no son asambleas de hombres huérfanos, abandonados, que tratan de alentarse unos a otros, en medio de ellos está el Resucitado, el viviente; allí está con una presencia nueva y una fuerza dinamizadora. Por eso el clima de estas asambleas es de gozo, alegría y paz.

Hermanos, es tiempo de reflexionar en las distintas presencias de Jesús en medio de nosotros; es verdad que está presente en la comunidad cuando se reúne a celebrar la Eucaristía, está presente en las especies consagradas, allí donde nos reunimos para hacer oración. No olvidemos que Jesús está presente allí donde encontramos a una persona necesitada, despreciada, abandonada, allí en aquellos que fueron sus preferidos; esa presencia nos debe seguir impactando y moviendo a la solidaridad como Jesús lo hizo.

No podemos olvidar que, antes de ascender Jesús a la derecha del Padre, les deja un mandato a sus Apóstoles: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado. Nos damos cuenta que aquellos seguidores de Jesús se quedan con una misión muy concreta y muy grande, que debe ser prolongada a lo largo de la historia y a lo ancho de cada cultura. Esta misión pasa de los Apóstoles a las comunidades y a todo bautizado. Es la misma misión en tiempos y espacios distintos. De allí que debamos cuestionarnos, primero como Agentes de Pastoral: ¿Cómo estamos llevando la misión dejada por Jesús? ¿Cómo estamos haciendo discípulos para Jesús?. Recordemos, hacer discípulos de Jesús, no sólo es bautizar, sino también enseñarles a cumplir todo lo que Él nos ha mandado. ¿Acaso sólo nos interesa el bautismo, sin la preparación de los papás y padrinos, para que ellos puedan cumplir con su misión de vivir y enseñar a quienes llevan a bautizar?

Hermanos, estamos en un ambiente social que tiende a ser ‘arreligioso’, todo lo que haga referencia a Dios pareciera que es un añadido, que es algo de lo cual podemos prescindir. Esa misión nos compete a todos los cristianos en el aquí y el ahora. Y para llevarla a cabo, Jesús sigue estando presente con nosotros e impulsando la misma misión en un mundo diferente.

Ascender al cielo, no es ir a un lugar físico, ascender es volver a Dios Padre; porque Jesús al encomendar a los suyos hacer discípulos a todos los pueblos, mediante la tarea de bautizar en nombre de la Trinidad y de enseñar su mensaje, está llamando al ser humano a subir con Él, a caer en la cuenta de su condición de hijo de Dios, para que viva en unidad con las tres Personas divinas y sea poseedor del Reino preparado para él desde siempre. Por eso, me parece importantísimo que los cristianos tengamos claro nuestro ‘ser discípulos misioneros’ y que no olvidemos hacia dónde vamos, es decir, hacia la casa de Nuestro Padre Dios.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan