Por si alguien aterriza por aquí sin saber quién soy yo o de qué va este blog, quisiera dejar claro que no le debo más obediencia que a Cristo y a su Iglesia; que no defiendo ninguna ideología política ni estoy encuadrado en ningún partido ni en ningún movimiento ni en ningún lobby. Soy católico tradicional -valga la redundancia- y profeso la fe de la Iglesia Católica. Creo en la doctrina que la Iglesia ha predicado siempre y en todas partes. Mi único Señor es Cristo. Mi único fin es la gloria de Dios y la salvación de mi alma y de las almas de todos.
Por lo tanto, todo lo juzgo bueno en tanto en cuanto contribuya a la mayor gloria de Dios, a mi santificación y a la salvación de las almas. Y juzgo malo todo lo blasfemo, lo sacrílego; la apostasía y la impiedad.
El mundo está como está porque las mujeres y los hombres ya no quieren ser santos. Lo que vivimos es una crisis de santidad, una crisis de fe. No creen en Dios, no creen en el más allá. La mentalidad materialista ha triunfado en el mundo moderno. Ya nadie respeta la Ley de Dios y hasta muchos católicos se toman los Mandamientos como ideales imposibles de cumplir, como ideales a los que aspirar… Y el relativismo y el pacto con la mentalidad del mundo ha conducido a la normalización del pecado. El mal es bien y el bien es malo. Se han normalizado el divorcio, el aborto, la promiscuidad, el pecado nefando… Los vicios se ensalzan y las virtudes son motivo de mofa y de escarnio. Si fuéramos santos, si viviéramos en gracia de Dios, no habría tantos asesinos, violadores, ladrones, corruptos y sinvergüenzas. Pero para que podamos ser santos, necesitamos la gracia de Dios, que recibimos a través de los sacramentos. Y ya casi nadie se confiesa ni va a misa ni bautiza a sus hijos ni se casa por la Iglesia. El mundo está como está porque el pecado campa a sus anchas y la Bruja Blanca se ha convertido en reina de Narnia. Por eso vivimos en un mundo frío, inhumano y cruel.
Pero el verdadero Rey es Cristo: no Satanás. Y con Él volverá la justicia, el bien y la caridad derrotarán a la muerte y al mal.
Hay dos ejércitos: el de Cristo y el del Demonio. Y en ese combate, nadie puede declararse neutral. Hay que ponerse en un bando o en el otro. Todo el mundo tendrá que elegir para quién trabaja y de qué lado combate.
En las dos últimas entradas de mi blog, me he dedicado a desentrañar la filosofía que se esconde en las ideologías “progresistas“. El pensamiento progre del Nuevo Orden Mundial lo defienden sobre todo los políticos de la nueva izquierda, como Yolanda Díaz, Irene Montero o Alberto Garzón; y lo podemos resumir en los siguiente puntos, que solo vamos a esbozar:
1.- Ecologismo catastrofista y cientifista. El planeta se muere por la contaminación y el calentamiento global.
2.- Economía sostenible. En consecuencia, hay que reducir el consumo («no tendréis nada pero seréis felices») porque no es sostenible. La economía debe “decrecer” (o sea, que debemos empobrecer a la gente). Habría que imponer el racionamiento como medida para frenar o mitigar la crisis climática. Andreu Escrivà, uno de los principales divulgadores del cambio climático en nuestro país, afirma:
“La respuesta que a mí me pide el cuerpo no es nada popular, porque hablaríamos de racionamiento, de cuotas. Imagina que cada ciudadano tiene un presupuesto de carbono, por ejemplo, puede volar tres toneladas de carbono al año. Y estas cuotas no son intercambiables, es decir, que los ricos no se las puedan comprar a los pobres.”
Y en un tuit, apuntan a lo impopular del término “racionamiento” y proponen imponer la neolengua:
La palabra “racionamiento” suena fatal y nos hace pensar en penurias fruto de guerras. Pero ¿y si hablamos de reparto planificado y democrático, de justicia en el acceso a los recursos, escasos y decrecientes?
Estos llamados “progresistas” no son sino los comunistas (anticapitalistas) de toda la vida. Hay que acabar con la propiedad privada. Hay que privar a la población de sus casas, ocupándolas (okupación), expropiándolas… Hay que aumentar los impuestos para dejar a la gente sin nada, en nombre de la justicia social. Hay que gravar las herencias para que el Estado se quede con lo que nuestros padres han conseguido ahorrar y comprar a base de matarse a trabajar. Quieren que sea el Estado quien reparta una “herencia” a cada niño para que todos reciban lo mismo y acabar con las desigualdades (comunismo de libro).
El ecologismo y el animalismo son los nuevos nombres del comunismo de toda la vida.
3.- Maltusianismo. El crecimiento demográfico no es sostenible y supone una amenaza para la supervivencia del planeta. Hay que reducir la población porque cada niño que nace deja su huella de carbono y contribuye a la destrucción del medio ambiente. Cada niño consume agua, comida, vestidos; se tira pedos y eructos que contribuyen al efecto invernadero; genera mierda que hay que limpiar.
Las ayudas al llamado Tercer Mundo, a los países o continentes “empobrecidos” por la rapacidad de las potencias occidentales (nunca por la corrupción de los gobiernos africanos, hispanoamericanos o asiáticos), deben pasar por el control demográfico: aprobación del aborto; educación afectivo sexual, o sea, promoción de la anticoncepción y “empoderamiento” de las mujeres. Hay que promover los derechos de las mujeres para que dejen de tener hijos y se dediquen a trabajar fuera de casa (cuantos más derechos de las mujeres, menos hijos tendrán). Tener hijos no está de moda: impiden que las mujeres se realicen como profesionales y como personas. Tener hijo no es una bendición, como lo es para nosotros los cristianos, sino una condena, una maldición. Promover los nuevos modelos de familia también tiene un trasfondo maltusiano, porque esas nuevas familias suelen ser estériles.
4.- Animalismo. Los animales no son objetos, sino “seres sintientes” con derechos. En primer lugar, tienen derecho a su “bienestar». Pero van más allá: los animales tienen que tener “derechos” reconocidos legalmente.
Estamos asistiendo al boom del veganismo: rechazan comer animales “asesinados” y se niegan a consumir productos de origen animal como la leche (y todos sus derivados), los huevos, etc. Y también a utilizar pieles para ropa o calzado. Los veganos hablan de “explotación animal” y equiparan la ganadería con la esclavitud. Por lo tanto, su idea pasa por la liberación de los animales de la supuesta explotación a la que los animales humanos estamos sometiendo a los animales no humanos. En definitiva, los veganos y los animalistas aplican la dialéctica marxista a la relación del ser humano con los animales: el hombre es el explotador y los animales, los explotados. Los veganos pretenden acabar con la caza, la pesca, la ganadería y todos los sectores productivos que dependen de la explotación de los animales.
Animalismo y ecologismo maltusiano van, lógicamente, de la mano. El gurú del animalismo, Peter Singer, afirma en su artículo Contra el orgullo del chuletón europeo:
«El informe de 2013 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación titulado Enfrentando el cambio climático a través de la ganadería afirma que la carne de vacuno contribuye con el 41% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de todo el sector ganadero, y también tiene la mayor intensidad de emisiones, es decir, las emisiones de GEI más altas por unidad de proteína, en comparación a todos los otros productos animales. Esto se debe en gran medida a que los rumiantes eructan y lanzan pedos de metano, un gas de efecto invernadero extremadamente potente.»
5.- Necrofilia. La cultura progresista es necrófila: ama la muerte y aborrece todo tipo de sufrimiento. Prefieren morir que sufrir algún dolor o incapacidad. Al final, todo lo arreglan con la muerte: aborto, infanticidio, eutanasia, suicidio asistido, etc.
Los nuevos progresistas consideran que solo es digna la vida de los seres humanos sanos, autónomos y conscientes; con memoria del pasado y con proyección de vida hacia el futuro. Esos seres humanos son personas: su modelo serían los adultos humanos de mediana edad, saludables y jóvenes, que tienen funcionando sus capacidades de racionalidad y autoconciencia.
Pero hay seres humanos que no son personas ni tienen dignidad ni derechos: serían los fetos, los niños recién nacidos, los enfermos mentales, los que están en coma, los síndrome de Down, los idiotas, los enfermos terminales, los ancianos incapacitados, los inválidos, los parapléjicos o tetrapléjicos, los disminuidos físicos o psíquicos, etc. ¿Qué sentido tiene mantener vivos a estos seres humanos? Son una carga para la sociedad y hacen sufrir a sus familias. Es mejor terminar con la vida de estos seres humanos defectuosos.
Por lo tanto, los impíos modernos aprueban leyes inicuas que procuran el aborto, la eutanasia o el suicidio como nuevos derechos humanos. Y ya están comenzando a legalizar el infanticidio en algunos Estados de Norteamérica. La vida solo es digna si puedes disfrutar (hedonismo) y evitar el sufrimiento. Una vida sin placer y con sufrimiento no es digna y merece una “muerte digna».
6.- Adanismo y culto a la ignorancia y a la pereza. El mundo es como si hubiera empezado con nosotros. Lo antiguo no sirve de nada. Se rechaza la tradición, el arte antiguo, la historia. Hay un cierto culto a lo nuevo, lo moderno. Las películas buenas son las que se acaban de hacer y una obra maestra de John Ford o de Frank Capra, sobre todo si están en blanco y negro, se considera antigua y por lo tanto, mala.
Desde el punto de vista de la educación, se promueve la ignorancia. La escuela y la universidad tienen como sentido el adoctrinamiento ideológico. No hay que transmitir conocimientos ni exigir esfuerzo. Se promueve la mediocridad y la igualdad de los mínimos. Si nadie sabe nada, todos somos iguales. Si alguien sabe más que otros, ya hay desigualdades. Todos los niños tienen derecho al éxito académico y todos deben aprobar. La repetición de curso es fascista y discriminatoria. El aprobado general se impone por ley.
Ya en 1883, Paul Lafargue publicó El derecho a la pereza: un ensayo que hace una crítica marxista del sistema económico nacido del capitalismo, cuyo desarrollo, concluye, desembocaría en una crisis de superproducción, causa de paro y miseria entre la clase trabajadora. Lafargue propone alcanzar, mediante la generalización del uso de las máquinas y la reducción de la jornada laboral, el estadio de los derechos del bienestar, que culminaría la revolución social y cuya sociedad puede consagrar su tiempo a las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades humanas elementales. El derecho a la pereza supone establecer como derecho el ingreso mínimo universal y que todo el mundo pueda vivir sin trabajar, si así lo quiere.
7.- Ideología de género y subjetivismo radical. Uno no es lo que es, sino lo que uno siente que es. Hay que superar los estereotipos de hombre y mujer. Un hombre se puede sentir mujer y una mujer se puede sentir hombre. Hay distintas identidades de género: casi tantas como individuos. La biología resulta superflua. La genética y los órganos sexuales no determinan la identidad de género. Eso lo elige cada individuo.
8.- Relativismo moral y antropocentrismo. El bien y el mal son relativos. Dios ha muerto y ya no es fuente de moralidad. Los mandamientos han sido derogados. No importa la voluntad de Dios, sino la del hombre. Son las mayorías las que determinan el bien y el mal. Si la mayoría establece que el aborto es bueno, se convierte en un derecho. Es el hombre el legislador de sí mismo. El hombre es un fin en sí mismo y cada uno busca la felicidad según su propio proyecto de vida.
9.- Pacifismo antimilitarista. El ideal de paz perpetua de Kant implica un idean internacionalista. Caminamos hacia un gobierno global y hacia el fin del concepto de Estado-nación. Los ejércitos deben desaparecer. Hay que acabar con las armas y con el gasto en defensa. Solo así se acabarán las guerras. Las fronteras deben desaparecer y cada hombre debe poder circular libremente por todo el mundo. El progresismo actual es internacionalista y globalista y favorece la inmigración irregular de la gente.
10.- Anticlericalismo y persecución a los católicos. La Iglesia es la única institución que se opone a las ideologías del mundo que acabamos de describir de manera sucinta. Por eso, la Iglesia es el objetivo a batir.
Es cierto que hay una buena parte de la Iglesia que propugna asumir los valores del mundo y así pretenden aceptar el sacerdocio femenino, la ideología de género, el ecologismo maltusiano, la economía sostenible, el pacifismo antimilitarista y toda la basura del progresismo que acabamos de exponer resumidamente: incluido el aborto, el divorcio, la eutanasia o, llegado el caso, hasta el infanticidio. Esa es la llamada Iglesia del Nuevo Paradigma, que está demoliendo la doctrina, la moral, la liturgia y los sacramentos de la Iglesia Católica desde dentro de la propia Iglesia. Es la Iglesia del sínodo alemán que pretende bendecir el pecado nefando, el aborto y lo que les pongan por delante.
Así, los católicos que creemos en la fe de siempre somos considerados “ultracatólicos», fanáticos y reaccionarios peligrosos a los que se puede insultar, despreciar y calumniar impunemente.
¿Y qué podemos hacer ante la proliferación de estas ideologías impías, enemigas de Dios, enemigas de la Cruz de Cristo?
Hemos de resistir y reaccionar. La Opción Pelayo es nuestra alternativa. Hemos de ser combativos. Frente al antropocentrismo (más bien antropolatría) y al “sensocentrismo“, nosotros nos declaramos cristocéntricos.
Debemos sentirnos orgullosos de ser de Cristo, sin traicionarlo ni negarlo.
Una minoría insignificante de cristianos, luchando bajo el signo de la Cruz, seremos capaces de derrotar a los poderosos de nuestra época; poderosos que están apoyados por todos los herejes, los apóstatas y los colaboracionistas del sistema. Y los derrotaremos bajo el amparo de la Virgen María.
- Si quitan una cruz del espacio público, coloquemos otras diez.
- Si nos quieren echar de las calles, multipliquemos las muestras públicas de fe, las procesiones, los rosarios en las plazas y en las calles.
- Si no quieren que recemos frente a los abortorios, multipliquemos las convocatorias de oración ante esos templos satánicos: ¿nos van a meter a todos en la cárcel? Pues mejor ir a la cárcel que callar y acobardarnos ante las injusticias de los poderosos.
Recemos alto y claro el Padre Nuestro: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».
Encomendémonos a la Virgen María y hagamos del Santo Rosario nuestra arma más poderosa.
Oración y caridad: esas son nuestras armas. Nosotros no odiamos: amamos. Odiamos el pecado, combatimos el mal pero amamos al pecador y rezamos para que se convierta a Cristo. No se trata de hacer cosas sin parar ni de un voluntarismo pelagiano. El único Salvador es Cristo: no nosotros. Vivamos en gracia de Dios y combatamos el pecado. Renunciemos a Satanás.
Frente a la cultura satánica, Cristo vence.
¡Viva Cristo Rey!
Por PEDRO LUIS LLERA.
InfCatólica.