Editorial ACN #76
El presidente de México celebra cinco años de su triunfo electoral. En medio del acarreo e incondicionales en el gobierno, repite los logros de una administración cuestionada, rota y fragmentada. La única cohesión es el mismo presidente concentrando todo el poder en decisiones unilaterales y verticales con los más inverosímiles argumentos.
La ideología de López Obrador tiene mucho de religioso y supersticioso. Violando los principios del estado laico, en más de una decena de ocasiones ha puesto a Jesucristo como ejemplo, critica a la Iglesia, ensalza a clérigos que le son empáticos y se ha colgado de la sotana del Papa Francisco.
Las conferencias mañaneras ha sido un púlpito de halagos, regaños y reprimendas moralinas y ridículas cuando no indignantes por la dramática situación de zozobra y corrupción del país. Bajo el argumento de ensalzar un incomprensible humanismo a la mexicana, el fondo tiene el impulso de la cultura de la muerte, cubierto de abrazos a la delincuencia y los hacedores del mal. Memorables son los recursos con los que el presidente quiso enfrentar la pandemia, estampitas, amuletos y rogativas supersticiosas para detener al virus. Miles murieron por culpa, quizá, del ejemplo irresponsable que irradió desde Palacio Nacional.
López Obrador ha llevado un estilo que tiene una dicotomía acorde a sus pretensiones mesiánicas. Incluso envía mensajes a la jerarquía eclesiástica de lo que debe ser la Iglesia a su juicio. En la primera marcha multitudinaria de defensa al INE, en noviembre de 2022, apuntó contra la arquidiócesis de Xalapa la que, a su juicio, estaría en contra de sus reformas a la autoridad electoral. En su acostumbrada perorata dijo que acusaría con el Papa a todos los clérigos simpatizantes de esa marcha.
No obstante, las acusaciones más graves e infundadas se dieron después del asesinato de los jesuitas de Cerocahui. Tras los crímenes, la Iglesia demandó al presidente cambiar la fallida estrategia de seguridad pública. A eso, el presidente de México respondió con lo mejor que tiene: el descrédito, el amago y la polarización al cuestionar: “¿Qué quieren entonces los sacerdotes? ¿Qué resolvamos los problemas con violencia? ¿Vamos a desaparecer a todos? ¿Vamos a apostar a la guerra?”
Si bien AMLO ha dado señales divergentes en cuanto a su trato y relación con la Iglesia, su discurso y actitudes están muy inclinados hacia este mesianismo providencial para compararse con un gran líder de reputada autoridad moral. López Obrador no busca una bendición del clero ni apapachos de la jerarquía. Exige una sumisión incondicional a su mal llamado proyecto de nación, pero los tiempos son distintos. Se equivoca si quiere tener una Iglesia alineada como en otros tiempos, aunque en su taimado discurso afirme que “el escudo protector es la honestidad, eso es lo que protege, el no permitir la corrupción (…) detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”.