Una bella tradición del norte de nuestro estado de Veracruz es el Niño Perdido que celebramos cada 7 de diciembre. Al llegar la noche, grandes y chicos se disponen a prender velitas afuera en la banqueta, tantas como quepan al frente de cada una de las casas, haciéndose entre todas un interminable camino de luces, que según la tradición, alumbrarán el camino de vuelta del niño Jesús que se ha perdido. Además los niños jalan carros de cartón que llevan velas. Se cree que el Día del Niño Perdido nace entre los años de 1915 y 1920.
Esta tradición tiene su origen en el Evangelio de San Lucas, que recita así el pasaje: “»Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía con él. Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos.» El les contestó: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?» Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres” Lucas 2, 39-52.
A semejanza del niño Jesús reflexionemos en la angustia que a veces hacemos pasar a nuestros padres, pues en ellos está encomendada la misión de cuidar de nosotros y su amor nos cultiva en la bendición de Dios.
Con infroamción de Arquidiocesis de Xalapa/Celeste del Ángel