* Durante el pontificado de Francisco, los ingresos han disminuido a la mitad
El Papa Francisco parece estar mejor, pero sigue frágil.
Después de cinco semanas de hospitalización, el ambiente en Roma se está relajando un poco.
Preguntado el viernes por la mañana sobre su posible presencia dentro de un mes para las vacaciones de Semana Santa, su primer ministro, el cardenal Parolin, reconoció una “mejora”, pero advirtió: “No hacemos predicciones”.
Con cada vez menos asistencia respiratoria, el Papa debe de alguna manera aprender a respirar de nuevo, mientras se dice que la infección en sus vías respiratorias se está curando. La única cita oficial en la agenda, una audiencia, el 8 de abril, con el rey Carlos III y la Reina, ya se canceló.
La comparación es inapropiada, pero la mala salud del Romano Pontífice ha coincidido casi a diario con otra alerta roja para las finanzas de la Santa Sede. Están tan agotados que el presupuesto para 2025 del Estado más pequeño del mundo, presentado por la Secretaría de Economía, fue rechazado a finales de diciembre por la comisión de cardenales encargada de supervisar las cuentas, presidida por el cardenal alemán Reinhard Marx, arzobispo de Múnich.
Se llegó a un compromiso: se confirmaron las cifras del presupuesto para 2024 con la condición de que Maximino Caballero Ledo, prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede (es decir, el ministro de Hacienda), revisara su copia antes del 30 de marzo. Este laico español de 65 años, considerado cercano al Opus Dei, la ha revisado a la baja. El presupuesto del Vaticano para 2025 fue aprobado en comité el martes 17 de marzo.
Este ejemplo demuestra que el balance financiero del Vaticano es “alarmante”, como lo describen quienes lo conocen en detalle. Si muchos imaginan una Iglesia Católica sentada sobre una montaña de oro y plata, ¿qué exactamente se puede decir del Vaticano?
La última cifra oficial data de 2023, cuando faltaban 83,5 millones de euros para cerrar el presupuesto. El déficit financiero rondaba los 78 millones en 2022 y se acercaría a los 70 millones en 2024.
Un experto italiano en la materia resume:
«La Santa Sede sufre un déficit crónico que oscila entre 50 y 70 millones de euros al año». Aproximadamente el 7% de su presupuesto total. En el Vaticano no se habla de “facturación”, sino del “presupuesto” anual, cuyo perímetro ronda actualmente los 1.200 millones de euros.
Los gastos de personal son de aproximadamente 515 millones, los costes estructurales y operativos son del mismo orden, 532 millones, las donaciones externas para obras benéficas son de aproximadamente 120 millones de euros. En cuanto a los ingresos, si bien no todos se hacen públicos, proceden en parte de donaciones, por unos 240 millones al año, pero en constante disminución, de los activos inmobiliarios en alquiler, que generan unos 100 millones, de ingresos comerciales, por 85 millones, y de ingresos varios, por 140 millones.
En esta columna de ingresos, los especialistas dan la alarma sobre el “dinero de San Pedro”.
Este fondo se alimenta, una vez al año, de una colecta mundial para financiar al Papa y sus obras, pero también al Vaticano. Según una fuente interna, “se ha reducido a la mitad en los últimos diez años”, estabilizándose en un promedio de 45 millones de dólares entre 2021 y 2023, las únicas cifras disponibles. Este maná, del que una buena cuarta parte fue aportado por los católicos estadounidenses, se utilizó a menudo para colmar el déficit en el funcionamiento de la Santa Sede. Pero ahora ya no es suficiente.
Además de este presupuesto anual, que también enfrenta problemas de liquidez para 2025, otra preocupación atormenta al Papa Francisco: la del fondo de pensiones del personal del Vaticano, que fue creado por Juan Pablo II, pero que está en gran parte descapitalizado.
Afecta a 5.000 personas y tiene además un déficit de entre 350 y… 1.000 millones de euros, según las hipótesis. También aquí Francisco se encuentra entre la espada y la pared. Más aún porque en noviembre pasado de la noche a la mañana expulsó a toda la junta directiva, algunos de los cuales eran profesionales altamente experimentados en el campo.
El expediente fue posteriormente retomado por el cardenal Kevin Farrell y la Secretaría de Economía. Pero, para sorpresa de todos, Francisco rechazó formalmente las propuestas del organismo poco antes de su ingreso en el hospital. De esta manera podrían resucitarse las recomendaciones de recuperación de la junta anterior.
La Iglesia católica romana podría tranquilizarse con su patrimonio histórico, estimado por algunos especialistas en 4.000 millones de euros, un valor que sin embargo tiene poco sentido, porque nadie imagina que pueda ser vendido un día. ¿No es junto a la Basílica de San Pedro donde el apóstol Pedro, en el año 64 d.C., murió crucificado cabeza abajo en lo que entonces era el Circo de Nerón?
La Iglesia se encuentra pues en su casa en el Vaticano, pero esta propiedad de 44 hectáreas ya no se beneficia de los ingresos del Estado Pontificio -una cuarta parte de la Italia actual-, perdidos definitivamente en 1859.
El Reino de Italia compensó sin duda esta pérdida con los Acuerdos de Letrán de 1929, firmados entre Mussolini y la Santa Sede, durante los cuales el Vaticano se benefició de un pago de 1.000 millones de euros.
Una suma que luego fue invertida en una vasta cartera inmobiliaria en Italia y en el extranjero, pero cuya mala gestión no permite al Vaticano cubrir sus propias necesidades. Cuando Francisco llegó en 2013, un tercio de las rentas romanas de las propiedades pertenecientes a la Santa Sede no regresaban a las arcas…
¿Cómo tapar este barril?
El 11 de febrero, tres días antes de su hospitalización, esta emergencia financiera llevó al Papa a ordenar la creación de una “comisión de donaciones para la Santa Sede” con el fin de “fomentar las donaciones mediante campañas apropiadas entre los fieles, las conferencias episcopales y los potenciales benefactores” y para “identificar la financiación de donantes voluntarios”. Esto equivale a crear un fondo financiero mundial para recibir donaciones para financiar la Santa Sede y sus obras, bajo la exclusiva responsabilidad del Papa.
Con 1.400 millones de católicos en el mundo, el potencial de recaudación de fondos es inmenso, pero la Iglesia Católica nunca se había atrevido a utilizar este método directo de solicitar financiación. El hecho de que el anuncio de la creación de este fondo tuviera lugar el 26 de febrero, dos días después de la primera visita de los números dos y tres del Vaticano a la cama del Papa, demuestra la preocupación de la Santa Sede por este tema, que precisamente estaba en la agenda de la reunión.
Pero según muchos, este fondo no salvará las finanzas de la Santa Sede. La ecuación a resolver es terriblemente compleja. No se trata sólo de columnas de números, sino también de redes de poder que chocan dentro del Vaticano. Francisco no decepcionó en este aspecto. Es evidente que su autoritarismo, temido en los pasillos de la Curia romana, no triunfó en esta misión imposible. Encontró, como en ningún otro tema, una fuerte resistencia interna y abandonó a mitad de camino su reforma económica.
El cardenal George Pell, a quien el Papa argentino había recogido en Australia en 2014 para poner orden en las finanzas papales creando la Secretaría de Economía, había calificado a estas redes como “las fuerzas oscuras del Vaticano”. Lamentó haber “subestimado” su capacidad de hacer daño. Al enfrentarse a ellos, este cardenal disruptivo sufrió la afrenta. Él falleció hoy. Es uno de los pocos a quienes Francisco rindió un vibrante homenaje en sus memorias, Sperare.
Además de esta total –y fastidiada- implicación de Francisco en este dossier, ¿qué debemos recordar de las numerosas vicisitudes que han marcado estos doce años de pontificado? El hecho de que dos instancias se opusiesen a la consolidación de los presupuestos de los aproximadamente treinta ministerios del Vaticano.
La Secretaría de Estado, que podría compararse al Ministerio de Economía y Finanzas francés, quería mantener su poder central, incluido el financiero, sobre la Curia romana. Pero la desastrosa inversión en un edificio de Londres, que causó una pérdida estimada en 100 millones de euros, ha demostrado sus límites. Uno no se convierte de repente en financiero.
La poderosísima APSA, la administración del patrimonio de la Santa Sede que gestiona un patrimonio inmobiliario estimado en 1.000 millones de euros, intentó entonces tomar su control. El Papa incluso le dio carta blanca en 2020, en el momento del escándalo inmobiliario de Londres, pero luego le retiró su gestión en 2022, vistos los resultados considerados decepcionantes.
A estas dos resistencias se suma la guerrilla contable que diversos ministerios -llamados «dicasterios»- han llevado a cabo para mantener celosamente la gestión de «su» presupuesto, sin depender de un control directivo superior. El mundo administrativo es muy consciente de este tipo de comportamiento.
Muchos expertos del sector hablan del «diletantismo» del Vaticano en materia financiera.
Un experto independiente ha calculado que esta gestión aleatoria y opaca de las finanzas, sin control externo, ha costado al Vaticano “entre 500 y 1.000 millones de euros en los últimos veinte años”.
Según todos los indicios, la única organización que realmente ha recuperado la salud es el Instituto para las Obras de Religión (IOR), a menudo llamado el banco del Vaticano. En 2013 estaba en muy malas condiciones.
En primer lugar, excluyó a sus clientes fraudulentos, luego estableció procedimientos transparentes, sujetos a controles según los estándares internacionales, incluido Moneyval. Esta labor ha permitido que sea reconocida como una institución confiable.
Hoy en día es la única entidad del Vaticano autorizada a realizar operaciones financieras según los estándares internacionales. Un resultado que llevó a Francisco a cambiar de opinión una vez más y a emitir un decreto que obligaba a todas las entidades de la Santa Sede a confiar la gestión financiera de sus fondos al IOR, en detrimento de la APSA.
Era agosto de 2022. Parece que nadie siguió su orden. Esta indisciplina financiera y sus consecuencias se perfilan como uno de los expedientes internos más explosivos del próximo cónclave.

Por JEAN-MARIE GUÉNOIS.
CIUDAD DEL VATICANO.
Le Figaro.