Ahora resulta que la Moral ya no es universal…sino ‘geográfica’

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* Documentos del Vaticano edifican una Iglesia en la que el Bien y el Mal ya no dependen no del acto en sí…sino del país y del parecer del sacerdote o del obispo de cada diócesis.

Es muy difícil sacar conclusiones de la reciente declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en la que se permite bendecir a parejas de personas en situación matrimonial irregular o del mismo sexo. A fin de cuentas, el documento no solo contradice la práctica universal anterior de la Iglesia y un documento del mismo Dicasterio de hace dos años, sino que incluso se contradice a sí mismo en varios puntos.

Esta naturaleza contradictoria parece haber sido buscada intencionadamente como “solución” al “problema” que se planteaba el Dicasterio: la doctrina y la práctica de la Iglesia no permiten bendecir parejas que solo son tales por un pecado grave, pero de hecho la sociedad y buena parte de los católicos y el propio Dicasterio quieren que se bendigan y se acepten esas parejas. Aparentemente, el Dicasterio rechazó desde el principio las dos soluciones lógicas al dilema: o bien cambiar heterodoxamente la doctrina para bendecir uniones inmorales o bien reafirmar católicamente esa doctrina y desechar las bendiciones.

En cambio, se optó por una tercera “solución”: prescindir del principio de no contradicción y considerar, con una generosa dosis de prestidigitación verbal, que al bendecir esa unión en realidad no se está bendiciendo la unión. Basta con usar a veces la palabra pareja y a veces la palabra unión para referirse a la misma realidad y ya está. El incómodo hecho de que esa pareja solo es pareja en cuanto que unión pseudomatrimonial y, por lo tanto, pecaminosa, se deja oculto en la chistera del mago y todos contentos, solucionado el problema y aquí no ha pasado nada.

La acciones, sin embargo, tienen consecuencias, especialmente cuando se trata de algo tan grave como prescindir del principio de no contradicción. La principal de estas consecuencias era previsible: si el Dicasterio dice que sí a las bendiciones a parejas imbendecibles y lo dice porque sí, simplemente porque lo dice, igualmente puede haber otros que, como mínimo con el mismo derecho, digan lo contrario. A fin de cuentas, una vez que hemos nos hemos liberado de la irritante obligación de ser coherentes, nada puede impedirnos decir cualquier cosa. El diálogo se hace imposible y los razonamientos ya no sirven de nada, porque pueden significar algo y lo contrario al mismo tiempo.

A nadie extrañará, pues, que la práctica totalidad de los obispos africanos y otros muchos de diversos países hayan dicho lo contrario que Fiducia supplicans. ¿Por qué no? Si el Dicasterio quiere bendecir a las parejas irregulares y, por lo tanto, dicta y manda que es posible bendecir a esas parejas, del mismo modo esos obispos no quieren bendecir las parejas irregulares y, por lo tanto, dictan y mandan que no es posible bendecirlas. La doctrina se convierte necesariamente en cuestión de gustos o, al menos, de voluntades encontradas. Unos dicen que sí y otros que no. El Prefecto declara con solemnidad que ningún obispo podrá prohibir esas bendiciones, pero resulta que los obispos africanos y sus aliados no se rinden y responden públicamente, con la aprobación del propio Vaticano y del mismo Prefecto, que sí van a prohibir las bendiciones. Todo contradictorio, claro, pero esas son las nuevas reglas del juego.

El resultado final es que la moral católica depende de dónde esté uno. En África y Francia, las parejas del mismo sexo no se pueden bendecir, en Italia sí; en Ucrania tampoco, pero en Madrid claro que sí; en Estados Unidos, dependerá de la diócesis en la que uno viva; y así sucesivamente. A veces, según dónde estemos, esas bendiciones son blasfemias y heréticas y otras son plenamente católicas y lo mejor que se ha inventado desde los anticonceptivos. Una vez que hemos perdido la noción de que la moral católica no puede cambiar con el tiempo, se introduce de inmediato la posibilidad de que cambie con el espacio o la ubicación del interesado. En el panorama doctrinal post-Fiducia, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.

Esto, desgraciadamente, no se reduce al tema de las bendiciones, sino que, ya desde Amoris Laetitia, sucede lo mismo con la comunión y los divorciados que viven en adulterio. En Buenos Aires, Alemania, Roma o Malta, los adúlteros impenitentes pueden comulgar libremente y confesarse aunque no tengan ningún propósito de la enmienda, mientras que en Polonia, por ejemplo, estarían cometiendo un sacrilegio si lo hicieran.  

La mente se va inmediatamente a los anglicanos, que hicieron lo mismo hace años. Los anglicanos de países ricos, como Estados Unidos o el Reino Unido, se rindieron enseguida a las nuevas modas sociales y empezaron a cambiar su moral para primero tolerar, después aceptar y finalmente bendecir o consagrar las uniones del mismo sexo, las obispesas y pastoras y un largo etcétera. En cambio, los anglicanos de países más pobres se negaron a aceptar algunas de esas innovaciones y crearon sus propias estructuras, especialmente la Conferencia Global del Futuro Anglicano (GAFCON). Así se creó la misma situación que empezamos a ver ahora en el catolicismo: según dónde estuvieran, los anglicanos tenían una moral completamente distinta. Esa situación, por supuesto, era insostenible y ha terminado en el resquebrajamiento completo del anglicanismo en el mundo, con la mitad de los anglicanos excomulgando en la práctica a la otra mitad, además del abandono masivo de fieles en los países ricos.

Haríamos bien en aprender de ellos cómo terminan estas cosas. Especialmente dado que la Iglesia Católica es otra cosa y no tiene razón de ser si no es fiel a la fe y la moral de siempre, recibidas del mismo Cristo. Rendirse a la amoralidad del mundo no es el camino para hacer popular a la Iglesia, sino para vaciarla por completo. Renunciar a la lógica más elemental para conseguir hacer lo que uno quiere solo produce el caos más absoluto. Intentar imponer una autoridad desgajada de la Tradición acaba de forma inevitable en múltiples autoridades mutuamente enfrentadas. La bondad que prescinde de la fe y la razón es mero buenismo y no hace feliz a nadie. La “moral geográfica” no es otra cosa que un disparate que no puede satisfacer a nadie.

Quizá ha llegado la hora de que los obispos se den cuenta de que no podemos seguir así. El peligro no es que se produzca un cisma, porque ya existe, de hecho, ese cisma, entre los que creen en la fe y la moral de siempre y los que creen algo completamente distinto. Todos los juegos verbales y las apelaciones a una comunión de la Iglesia que no esté basada en una única fe no pueden camuflar esa brecha radical. Únicamente existe una solución: volver orgullosamente, con entusiasmo y humildad, a la fe y a la moral católicas que no pueden cambiar.

Los intentos de seguir unidos en teoría pero divididos en realidad, fingiendo que todo está bien, solo pueden llevarnos a la locura de vivir en perpetua contradicción, como se manifiesta en el núcleo mismo de Fiducia supplicans.

Por BRUNO MORENO RAMOS.

VIERNES 12 DE ENERO DE 2024.

INFOCATOLICA.

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