El tiempo transcurre y, en él, momentos que nos llenan de satisfacción, esperanza o desilusión. Vivimos tiempos de confusión. Como dice la Escritura, “Hay un tiempo señalado para todo y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo… Tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar Tiempo de guerra y tiempo de paz…”
Si atendemos a la Escritura, parece que el tiempo de México está en un extremo del péndulo de la historia. De problemas agudos, dolor y sufrimientos de miles de personas en este país a quienes se les ha despedazado la esperanza. Las promesas de “primero los pobres” les han fallado; sin embargo, sostenidos de su voluntad y fe continúan adelante para dar razón de que su lucha es más grande que cualquier promesa demagógica y fútil de labios políticos cínicos y sinvergüenzas, líderes sin escrúpulos y oportunistas colgándose de las necesidades de los demás para sacar provecho y satisfacer su propio poder.
México apostó hace cinco años por la esperanza y transformación de un gobierno que juró remediar el pasado; no obstante, ese tiempo es suficente para advertirnos de la realidad descompuesta, trsite y corrupta, de desilusión y retroceso. Muchos han sido defraudados. Esos que dicen que son iguales a los del pasado, desde luego, resultaron ser peor. Hablan de respeto y atentan contra la vida. Pregonan libertad y machacan a las personas. Se dicen amantes de la justicia y están más corrompidos que una sepultura repleta de huesos descompuestos. Se dicen demócratas y abrazan al autoritarismo. Dicen seguir a Cristo, pero quieren ser el mismo mesías.
Necesitamos esperanza. No como el remedo de transformación que dirigen los sicópatas. Millones en este país han cambiado su forma de pensar, ciudadanía consciente contra populismo manipulador. Quienes hacen la primera saben que mucho está en juego por nuestro bien y el futuro.
El adviento representa un signo de fe, esperanza y salvación. No es simplemente un período para llegar a la Navidad. El cristianismo ha conquistado el tiempo. En el pasado, emperadores y legisladores prohibían las actividades civiles y religiosas, pero la aparición del Hijo de Dios en nuestra historia hizo que los acontecimientos que dieron sentido a la Salvación estuvieran más allá del absolutismo de reyes, de la esquizofrenia de presidentes y de la locura de emperadores. El Señor es “Príncipe de paz”. Esa convicción hizo que el cristianismo se introdujera para ser sal de la tierra, anunciando y denunciando, convencidos de que el Él viene pronto a dar plenitud al Reino que en nada puede ser igual a los desastres que han creado los delirios del mundo.
El adviento es manifestación del Señor y nos ilumina con su Luz. Nada es coincidencia ni caprichosa manipulación del tiempo. Todas las cosas serán nuevas y no por transformaciones ideológicas alienantes del ser humano. Mientras el espíritu del cristianismo dé un sentido distinto al mundo, entonces habremos de festejar el adviento como un anuncio del Reino que nos llega. De transformación en el Señor.