Nacida en Ávila en 1963, Reyes García se crio en una familia con una profunda fe. En plena infancia, vivió una dolorosa pérdida y fue víctima de abusos sexuales. Las consecuencias fueron catastróficas a lo largo de su vida, y solo el amor de Dios y de una familia podría sanar todas sus heridas.
El mismo día en que Reyes cumplió tres años, «un naufragio» asoló a toda su familia cuando falleció su hermana mayor. Desde aquel día y hasta los 18 años, no volvió a celebrar su cumpleaños.
Apenas cuatro años después, tuvo lugar el segundo episodio que marcaría toda una vida al sufrir abusos. Como relató la enfermera en Mater Mundi, «en un niño que ha sufrido abusos, la cicatriz es tan grande que nunca desaparece«.
Aquel momento lo cambió todo: «Recuerdo que -conforme crecía- me gustaban mucho los deportes, me relacionaba con chicos y me enamoraba de mis amigas sin entender nada».
En plena confusión, Reyes cuestionaba todo lo que había aprendido de la fe cuando, al exponer sus angustias a un sacerdote, le dijeron que era «un árbol torcido». Desde entonces, rezaba por «tener una experiencia» para encontrarse con el Señor.
Sintió el amor de Dios
No tardó en llegar. Estaba saliendo con una chica cuando en una excursión «una experiencia del Señor que no se puede explicar» le hizo sentir «el amor de Dios»: «Le di la vuelta a mi vida, corté la relación, empecé a frecuentar los sacramentos y rezar el rosario. Descubrí al Señor, y le pedí que nunca más se cruzará una mujer en mi camino».
Años después, conoció a Manuel. Pese a que «no frecuentaba los sacramentos y estaba apartado de la religión», Reyes sabía que «era un hombre bueno» e invirtió los cuatro años de noviazgo rezando por su conversión hasta su matrimonio en 1989.
«En contraposición con mi atracción hacia las mujeres, siempre quise tener muchos hijos y Dios nos dio 9″, explica.
Embarazada de su séptimo hijo, los médicos le advirtieron de que probablemente tendría síndrome de Down y le aconsejaron confirmarlo mediante la amniocentesis: «No lo hice, lo iba a tener igual, era un don de Dios y no quería someterlo a ningún riesgo«.
Entre la Nueva Era y las terapias LGTB
Una noche, sintió que había problemas y cuando fue a la consulta médica le confirmaron que su hijo había fallecido. Reyes cayó «en una profunda depresión de la que no veía forma de salir» y pese a que buscaba a Dios, nada le calmaba.
«Un amigo me habló de una semana llevada por monjes católicos que trabajaban el crecimiento personal, las heridas, eneagramas… todo tipo de cosas novedosas muy atractivas y me pareció que podrían ayudar a sanar mi vida», recuerda. Años después y sin mucho éxito, Reyes comprendió que en aquel curso había comenzado el estudio de terapias de la Nueva Era.
Poco después recibió la visita de un trabajador social en su centro de salud ofreciendo terapias LGTB a los pacientes homosexuales, y decidió acudir.
«Como tenía un profundo sentimiento religioso, me derivaron a un grupo de sacerdotes católicos para que me ayudaran. Cuando fui a hablar con los sacerdotes me dijeron que no había nada en la Biblia que dijera que estaba mal, pero cuando salía tenía un sentimiento de vacío», explica.
Dos años después, lo que Reyes creía que eran terapias de ayuda que le acercarían a su marido, lograron todo lo contrario. Estaba convencida «de que era homosexual y de que tenía que buscar a una mujer«, y un sacerdote le aseguró que su matrimonio era nulo.
«En octubre de 2014 conocí a una mujer, empecé a salir con ella y cada vez me sentía más vacía, dependiente, mal e insegura, como que toda mi vida se iba», recuerda.
Resistiendo al mal: «Teníamos que ir al cielo»
Y mientras, recuerda como su marido «se resistía al mal». «Yo no entendía lo que era. Lo vi en él, como resistió a pesar de todo lo que le estaba haciendo, de renunciar a mi compromiso, no me abandonó: siguió rezando, sufrió mucho y recurrió a quien pudo para que me ayudaran a volver».
Pero todo parecía perdido para el matrimonio. Reyes cuenta que tenían prácticamente todo preparado para comenzar la separación cuando un lunes, el mismo día que tenía terapia de género, recibió una llamada.
Era Pino, una íntima amiga con la que había hecho una promesa durante la adolescencia: «Teníamos que ir al cielo, y cada una tendría que pedir por la otra«.
Ante la adversidad de su mujer, Manuel tuvo su propia conversión que le llevó a apoyarla en todo momento.
Salvados por la oración
Reyes dejó la terapia y se fue con su amiga. «Nos fuimos a rezar a una capilla que se llama Cachito de Cielo, fuimos a tomar algo y mi amiga me dijo: `Puedes seguir como quieras, pero el Señor te está esperando, y va a seguir detrás de ti todo el tiempo´».
«Me dio una sensación de arrepentimiento, de que Dios me quería. No sabía cómo salir de esto, estaba enganchada a mi novia, pero la dejé y mi marido vino a buscarme. Estaba llena de heridas, pero el Señor me había protegido todo este tiempo y le dije que volvía a casa y que renunciaba a la relación», detalla: «El Señor me llevaba otra vez».
Poco tiempo después, Reyes supo que aquella noche su marido había estado rezando, diciéndole a Dios que no podía más y pidiéndole ayuda, y conoció «el verdadero amor»: «Veía a mi marido reflejado en Cristo, en la cruz, cuántos escupitajos y desprecios, y cómo él me quería en el dolor y en el sufrimiento».
Juntos de nuevo, Reyes y su marido convertido a la fe «durante su propio Calvario» vivieron los siguientes años entregados el uno al otro y juntos a la fe y la Iglesia. «Fuimos al Camino Neocatecumenal, a Acción Católica, Encuentro Matrimonial, y también hicimos muchas peregrinaciones a Fátima, Lourdes, Medj
gorje, y Garabandal», relata.
«Quiero ser santo»
Comenzada la pandemia, Reyes recuerda el 5 de julio de 2020, cuando Manuel comenzó a encontrarse mal, perdió la vista y tuvo una fuerte bajada de tensión por un problema del corazón.
Antes de operarle de urgencia, Reyes recuerda unas de las últimas palabras que escuchó decir a su marido: «Quiero ser santo«.
Pocos días después, Manuel falleció en el hospital tras despedirse de su familia y haber recibido los últimos sacramentos.
«Pasado un tiempo, me doy cuenta de que Manuel intercede por mí, y cuando le nombro me susurra que sea paciente», confiesa.
Cerca de un año después, Reyes encontró una carta escrita para ella por su marido, tres años antes de fallecer: «Te animo a que lo pongas todo en manos del Señor y por medio de la oración tener la confianza de que Él hará por nosotros lo que falte allí donde no lleguemos. Lo importante es reconocer los errores y llegar a la Verdad por el camino correcto… Te quiero, un beso muy fuerte, Manuel».