En este domingo nos encontramos en el Evangelio con una escena inaudita: Jesús siendo un hombre de Dios, le pide a un recaudador de impuestos que lo siga. De aquel hombre llamado Mateo, no sabemos cómo llegó a ser recaudador de impuestos; no conocemos si era honrado o se había enriquecido con aquel servicio a favor de los romanos y en detrimento de los judíos; tampoco sabemos si era justo. ¿Acaso se había cansado de aquella vida y el dinero no le había proporcionado la felicidad que esperaba?. Lo cierto es que no se piensa dos veces para seguir a Jesús, ya que le ofrece una aventura distinta, no apegada al poder ni a las cosas materiales.
Existe alegría en el corazón de Mateo, así que organiza una comida en su casa donde invita a sus amigos y compañeros, a decir verdad, publicanos y pecadores. Para los apegados a la religión esto fue un escándalo. Pero Jesús está mostrando el proyecto que desea implantar en la sociedad; en la mesa de Jesús no hay excluidos, viene a estar con los desprotegidos, con los más necesitados, con los despreciados, su mesa es la mesa de la inclusión. Para el practicante de la ley judía, se debía guardar cierta distancia con los pecadores, no se puede comer con cualquiera, había que proteger la propia identidad y santidad sin mezclarse con gente pecadora. Esta era la norma entre los grupos más piadosos de aquel pueblo que se sentía santo.
Esta concepción de la santidad los lleva a confundirse ante Jesús y se cuestionaban: ¿Cómo un hombre de Dios los puede aceptar como amigos? Esa visión los conduce a criticar la actitud de Jesús. Jesús en cambio, se sienta a comer con cualquier persona. Su identidad consiste en no excluir a nadie, su mesa está abierta a todos, no hay necesidad de ser santo o ser honesto para sentarse junto a Jesús. A nadie le exige algún signo de arrepentimiento, su preocupación es que su mesa sea acogedora. Jesús se deja guiar por la experiencia de Dios, ya que Dios no discrimina a nadie. Jesús ve aquellas comidas como un proceso de curación: “No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos”. La crítica se dejó sentir por aquellos fariseos cumplidores de la ley: “¿Por qué su maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús no hace caso de la crítica, no desmiente la acusación, realmente es amigo de pecadores; ve a aquellas personas como enfermos, más víctimas que culpables, más necesitados de ayuda que de condena, esa es la mirada de Jesús. Su manera de acogerlos es inigualable, él sabe que no necesitan un maestro de moral que los juzgue, sino un médico amigo que los ayude a curarse; así se autopercibía, no como un juez que dicta sentencia, sino como médico que viene a buscar al enfermo, al necesitado, al excluido.
Jesús con su actitud está mostrando el rostro misericordioso de Dios; a Dios le duele el sufrimiento de las personas, de allí que su primera reacción sea la compasión. Dios no quiere ver sufrir a nadie, tampoco Jesús. La compasión no es una virtud más, es la única manera de parecernos a Dios; es el único modo de ser como Jesús y de actuar como Él. Recordemos que Jesús pide a todos sus seguidores: “¡Sean compasivos como su Padre Celestial es compasivo!”.
Este domingo nos encontramos con un Evangelio hermoso que nos conduce a reflexionar en la imagen que tenemos de Dios. Para muchos, cuando escuchan hablar de Dios, sienten su indignidad y su pecado; para estas personas, Dios es el exigente, el justiciero, el ojo que todo lo ve y está buscando cualquier falta para enjuiciar. Recordemos expresiones como: ‘¡Dios te va a castigar!’, ‘¡De Dios nadie se escapa!’, etc. Esta imagen no es la que Jesús mostro de Dios Padre. Jesús nos dice que Dios es compasivo, misericordioso, no está para condenar, sino para salvar. Es esencial darnos cuenta qué imagen tenemos de Dios, ya que de ella dependerá la manera de relacionarnos con Él. Recordemos que, Jesús nos invita a la compasión, por tanto, necesitamos una Iglesia compasiva con los que más sufren, todos los bautizados formamos la Iglesia. Es verdad que nuestra sociedad necesita directrices morales y principios de orientación, claro que sí, pero las personas concretas necesitan ser comprendidas con sus problemas, sus sufrimientos y contradicciones.
Hermanos, abramos los ojos y démonos cuenta lo que necesita esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, debemos ser ejemplo de compasión, así como el Papa Francisco ha mencionado: “Pastores con olor a oveja”. Jesús nos recuerda que necesita pastores que no tengan miedo de convivir con pecadores, recordemos que Jesús rechaza el pecado, pero no al pecador, al pecador lo acoge en su mesa para sanarlo.
Hermanos, no juzguemos a las personas, no nos sintamos perfectos y santos con licencia para juzgar y condenar; Jesús fue amigo de pecadores, vino a salvar a los perdidos; más bien dejémonos mirar por esa mirada que llega a lo hondo del corazón, lo limpia, lo purifica como el sol al entrar por la ventana. Una mirada de Jesús transformó a Mateo; hablamos de una verdadera transformación, porque en Mateo hubo una conversión y seguimiento, esa mirada le dio fuerzas para lanzarse a la aventura de dejar un negocio lucrativo para quedarse sin nada, sin tener ni dónde apoyar la cabeza para dormir, como Jesús, ni familia, ni ciudad propia, ni trabajo determinado, sólo le quedó la cercanía con Jesús; entró la luz de Dios en su corazón y lo desprendió de todo; estaba enfermo y sanó, porque no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos.
Preguntémonos hermanos: ¿Estamos sanos o necesitamos del médico?.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo para todos!