La mujer en el México de hoy, en tiempo de pandemia, está acechada desde tres grandes frentes que, como contexto, crean una cultura que atenta contra la vida de ella y de la persona que espera en su vientre.
Se enfrenta, primero, a un sistema económico que privilegia el tener sobre el ser, lo que afecta la convivencia matrimonial y familiar; segundo, la privación del valor de la vida con la imposición del aborto, la eugenesia y la eutanasia, que afecta a los niños, los enfermos, los discapacitados y los ancianos; y tercero, la familia como institución, es sistemáticamente agredida por ideas que intentan vaciarla de significado.
El Papa Francisco señala, que “una sociedad sin madres sería una sociedad deshumanizada, porque las madres siempre saben testimoniar, incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral”. Las mamás transmiten el sentido más profundo de la “práctica religiosa”, porque en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida del ser humano. Y profundiza, en que sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo.
Sobre el aborto, la doctrina de la Iglesia es clara y constante. Se opone a esta práctica, en nombre de la defensa de la vida, desde su inicio hasta su final.
La violación sistemática del derecho a la vida, y de cualquier principio moral fundamental, conduce inevitablemente a una progresiva ofuscación de la conciencia y al materialismo práctico, en el que se alimentan y difunden el individualismo, y el utilitarismo.
Los valores del ser son sustituidos por los del tener, o los del placer. El único fin que cuenta es el bienestar material, la calidad de vida, interpretada como eficiencia económica, consumismo desenfrenado, rechazo de toda forma de sufrimiento, para terminar instrumentalizando la sexualidad, la convivencia y, en definitiva, a la persona humana.
La Iglesia considera que el aborto sigue siendo un mal y que en ningún caso puede ser apoyado o fomentado. Esta posición fue especialmente desarrollada en 1995, en la encíclica Evangelium vitae, de Juan Pablo II.
En 2002, el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, formalizaba por primera vez varios “puntos no negociables”, entre ellos la protección de la vida, en una nota doctrinal concerniente a ciertas cuestiones sobre el compromiso y el comportamiento de los católicos en la vida social.
Aunque algunos imaginaban que Francisco –“el reformista”– moderaría la posición de la Iglesia sobre el aborto, pero el Papa argentino se ha mantenido igual de firme.
Francisco ha reinscrito estos principios en una visión más amplia de la enseñanza de la Iglesia: “Esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano”, escribe en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Para el Papa, ningún valor sería más negociable que otros: la defensa de la vida no es más que la acogida al refugiado.
Reitera la enseñanza y la postura de la Iglesia ante la vida por nacer es una afirmación eminentemente positiva y constructiva: un homenaje a la obra más grande de la creación: dar la vida, sacar vida de la nada.
Con información de ArquiMedios/Editorial