La Palabra de este domingo X del tiempo ordinario revela un hecho por demás misterioso y que parece desafiar el perdón infinito de Dios: Quien blasfeme contra el Espíritu Santo será reo de condenación, no tendrá perdón ni en esta vida ni en la otra.
¿Qué son estas blasfemias contra el Espíritu? ¿Cuáles son esos pecados gravísimos? “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta, es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”, dice el Catecismo de la Iglesia católica.
Teniendo en cuenta que es una “falta contra la razón y la verdad”, el pecado es una condición de ofensa a Dios, “una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal” como lo establece el Catecismo.
Y ¿cuáles son esos pecados graves contra la tercera persona de la Santísima Trinidad? Hay diversidad de pecados, depende de su gravedad. Veniales o mortales, la Escritura y los mandamientos ofrecen una lista que nos puede dar luz sin ser limitativa al respecto: “La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5)” (CIC No. 1852)
En 1990, Juan Pablo II, en una audiencia general, pronunció una catequesis acerca de la balsfemia y el pecado contra el Espíritu Santo. Las palabras, decía el santo pontífice, de la Escritura crean un “un problema de amplitud teológica y ética mayor de lo que se pueda pensar considerando sólo la superficie del texto”. Con esto, el problema no es sólo una cuestión espiritual o moral, también metafísica. Y esto es una perseverencia constante en el mal.
Así lo describe: “Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura es porque esta ‘no remisión’ está unida como causa suya la ‘no penitencia’ es decir, al rechazo radical del convertirse… Ahora bien, la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre que reivindica un pretendido ‘derecho’ de perseverar en el mal ―en cualquier pecado― y rechaza así la redención… (Ese pecado) no permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de la purificación de las conciencias y remisión de los pecados”.
Así la blasfemia contra el Espíritu Santo es una posición radical de empecinamiento al mal. “No todo el que me diga, ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos…” Bajo estas condiciones y dadas las difíciles circunstancias que vivimos, cabe esa pregunta que resuena en Mt 19, 25: “Entonces, ¿Quién puede salvarse?”