El evangelio de este domingo Mc 3, 20-35 se cierra con una pregunta y una afirmación de Jesús que tiene que ver con las condiciones necesarias para formar parte de su familia. ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Se pregunta Jesús, y él mismo da la respuesta: los que cumplen la voluntad de Dios.
Con este principio, Jesús manifiesta que existe un vínculo que es más fuerte que aquellos que proceden de los vínculos de la sangre, existe un parentesco que es más fuerte que el que puede darse de forma natural, se trata del parentesco que se funda en el hacer la voluntad de Dios. La familia de Jesús se caracteriza por hacer la voluntad de Dios.
Esta es la imagen que los evangelios nos presentan de Jesús. Él es el modelo perfecto del que hace la voluntad de Dios. Así lo expresa la carta a los hebreos: yo vengo para cumplir tu Voluntad. Cumplir la voluntad del Padre es el programa de vida de Jesús. Por eso él mismo lo dice: “mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado”. Así también lo expresa en el huerto de los olivos: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc 14, 36).
Hacer la voluntad de Dios significa obedecer a Dios. La obediencia al Padre sintetiza toda la vida de Jesús. San Pablo lo expresa de esta manera: Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, por esto Dios lo exaltó” (Fil 2, 8-9). Esta es la condición que Jesús pone a todo aquel que quiere hacerse su discípulo. “no todo el que diga Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi padre”.
Ahora bien, de todos los seres humanos, la discípula más perfecta de Jesús es ciertamente su propia madre, María santísima. Ella está unida a su hijo no solo por los vínculos de la sangre, sino también porque ella ha hecho la voluntad de Dios. María es quien se asemeja más a Jesús, no solo por los vínculos de sangre sino principalmente por su total disponibilidad de hacer la voluntad de Dios.
Desde el momento de la anunciación hasta el calvario, María santísima se distinguió por hacer la voluntad de Dios. En efecto, después del saludo del Angel Gabriel, ella responde: yo soy la sierva del señor, hágase en mí según tu Palabra (Lc 1, 38).
Por esta obediencia perfecta de Jesús y disponibilidad completa de María santísima se supera la desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Jesús y María son la contraparte de Eva y Adán. Con la desobediencia entra la maldad en el mundo, con la obediencia en cambio, nos viene la gracia y la redención.
Es este el camino que nos propone Jesús para formar parte de su familia. Porque alejarse de la voluntad de Dios y seguir otros caminos es posible, sólo que son caminos que nos conducen a nuestra propia ruina. Que como Jesús, podamos decirle a Dios, que no se haga mi voluntad, sino la tuya.