El jactancioso Milei, enemigo de la verdad

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En “La Nación” diario de ayer, aparece un artículo de Sergio Suppo titulado “Las batallas que gana y pierde Milei”. El mismo, comienza así:

“Javier Milei no ahorra en definiciones, empeña su patrimonio político en adjetivos extremos y gasta lo que no tiene en elogios para sí mismo. ‘Soy el mayor exponente de la libertad en el mundo’, dijo esta semana a su regreso del viaje a Madrid… que electrocutó en sociedad con el premier Pedro Sánchez, la relación de la Argentina con España”.

Existe un vicio practicado por nuestro presidente que se llama jactancia, una de las enemigas de la veracidad, junto a la mentira, la simulación, la hipocresía y la ironía en sentido clásico, que es rebajarse, ostentar una falsa humildad, a veces, para engañar mejor al prójimo.

Continúa Suppo su artículo así: “Maravillado por la repentina fama global que alcanzó tan rápido como resultó su vertiginoso ascenso a la presidencia, dijo también haber sido considerado como “el segundo líder del mundo”; y calificó al ajuste de su gobierno como “el más grande en la historia de la humanidad”.

Más adelante, el periodista parece sumarse al coro de admiradores cuando escribe: “Milei tiene el magnetismo de los grandes oradores, aquellos a los que se veneraba más por el modo que por lo que decían”.

¡Tiemblan Demóstenes, Cicerón, Hitler o Perón desde sus tumbas! ¡Ha surgido un nuevo competidor! Pero, aquí no estamos de acuerdo con Suppo. Este gritón, maleducado, ignorante del idioma, de la dialéctica y de la retórica, no es un gran orador, como tampoco es el mayor exponente de la libertad en el universo, ni el segundo líder mundial.

Esto nos recuerda a su antecesor Menem cuando apareció como el presidente más elegante del mundo, lo que llevó al periodista de “El Mercurio” de Santiago de Chile, Lafourcade a interrogarse: ¿Es un nuevo príncipe renacentista? ¿Es un arbiter elegantorum? O ¿Es un montoncito de carne morena?

El ridículo se manifiesta en ambos casos y es producto de la jactancia. 

Santo Tomás de Aquino se ocupa de este vicio en la Suma Teológica y escribe que “consiste en ensalzarse a sí mismo, con sus propias palabras, como a los objetos que se quiere ‘lanzar’ lejos se los eleva, primeramente. El elevarse a sí mismo se realiza cuando uno habla de sí por encima de lo que es en realidad” (2-2, q. 112, a. 1). Las causas de la jactancia pueden ser la soberbia, la arrogancia o la vanagloria.

Si la jactancia es un vicio por exceso, debemos mostrar el vicio por defecto: la ironía o falsa humildad también tratada por el Doctor Angélico; con ella, “uno se finge menos de lo que es en realidad” y como bien aclara San Agustín, “cuando por humildad mientes, si no eras pecador antes de mentir, te haces mintiendo”.

Como bien aclara Santo Tomás:

uno se puede despreciar de dos modos.

Primero, salvaguardando la verdad, pero callando las buenas cualidades propias y manifestando otras de menor importancia que realmente posee. Semejante reticencia no es pecado alguno, a no ser que alguna circunstancia ocasional, la convierta en pecado.

Otro modo es no respetando la verdad; así, cuando se afirma de sí un defecto que no se tiene realmente o cuando se niega poseer una cualidad contra la realidad misma. Entonces, es verdadera ironía y siempre importa pecado” (2-2., q. 113 a. 1).

La jactancia y la ironía “adulteran la verdad sobre uno mismo

Aristóteles dice que la jactancia es pecado más grave que la ironía. Sin embargo, puede darse una ironía para engañar y hacer daño, en cuyo caso es pecado más grave” (a. 2).

Ambos extremos viciosos son corregidos por el término medio virtuoso, la veracidad, en virtud de la cual concuerda la manifestación exterior, de palabra y de obra con el pensamiento.

Zuppo en su artículo sostiene que “entre el Milei que habla y el Milei que gobierna empieza a notarse una brecha importante” y pone varios ejemplos, como la virtual regulación que impuso después de liberar los precios a las empresas de medicina prepaga; el freno a la eliminación de subsidios a los servicios de transporte, gas y electricidad y “el aumento de impuestos a contramano de la promesa de eliminarlos”.

Esto es así, porque las palabras grandilocuentes y vanas de un compadrito libertario y simplista, que quiere acabar con el Estado, chocan con la realidad que muestra que la sociedad política es necesaria; por eso la clave es que sea una persona de bien y no un gran corruptor de los hombres.

Por Bernardino Montejano.

Buenos Aires, mayo 26 de 2024.

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