España: «Madre Patria» hay una sola

acTÚa Hispanidad
acTÚa Hispanidad

Por: P. Christian Viña

Aunque invadidos, especialmente desde las dos últimas décadas, por la totalitaria ideología de género, y la sistemática destrucción del matrimonio, y la familia, los argentinos seguimos conservando, gracias a Dios, el amor a la Madre. A la Madre del Cielo, la Santísima Virgen María, y a la madre de la Tierra que, también, el mismo Señor nos dio. Ambas, claro está, son únicas e irrepetibles. Y, por eso, cuando en vano se buscan, aunque más no sea remotísimas comparaciones, somos categóricos: “¡Madre hay una sola!”. Sí, y como conservadores que somos –y a mucha honra-; llamados a conservar y a trasmitir el Depósito de la Fe, vemos en la Madre el Rostro más tierno de Dios. Y, lejos de rubornizarnos por ello, o de confundirlo con “mera sensiblería”, como con desprecio la califican los enemigos, nos arrojamos a la Santa Madre Iglesia para encontrar, en nuestra filiación, la fortaleza para el “buen combate” (2 Tm 4, 7). Ella será siempre el reposo del guerrero; especialmente, en las horas en que parecen temblar las fuerzas naturales.

Desde niños hemos aprendido, en nuestros hogares, y en nuestros buenos colegios de entonces –porque, en aquellos tiempos, en casi todos se respetaban el orden natural y la historia-, que España es nuestra “Madre Patria”. Y nos emocionábamos hasta las lágrimas cuando nuestros padres, nuestros sacerdotes y nuestras maestras, con inocultable pasión, hacían referencia a esa Madraza; a quien le debemos nuestra fe en Cristo, la lengua, y una herencia riquísima de conventos, iglesias, universidades, misiones, pueblos y ciudades que llevan el sello inconfundible de la Hispanidad. Jamás caímos, entonces, en las falsas “leyendas negras”, de cuño marxista, que caratulan a España, sin más, como la expoliadora de nuestro Continente, y la autora de masacres varias de los pueblos precolombinos; mal llamados “originarios”. Sabemos, perfectamente, que toda esa campaña propagandística –hoy fogoneada por el mundialismo ateo, y de inspiración masónica- no tiene, en absoluto, fundamento en la realidad. Y que, más allá de hechos muy puntuales, y bien delimitados de la humana naturaleza caída, gracias a España, todo nuestro subcontinente, poblado hasta entonces por tribus infieles y hasta antropófagas, y saqueadoras, fue ganada para Cristo.

¿Cómo olvidar que la paciente, tesonera y hasta martirial epopeya de los evangelizadores peninsulares terminó con los sacrificios de niños, ofrendados a los “dioses”? ¿Cómo no agradecerle a Dios por aquellos curas, frailes, monjas y seglares que vinieron a dejar aquí sus huesos, para mostrar que el único Sacrificio es el de Cristo? ¿Y que, en cada Santa Misa, se actualiza el Pago que Él hizo ante el Padre por todos nosotros? ¿Cómo no expresar nuestra gratitud al Señor del Universo por tantos hijos de la amada Iberia –una tía muy querida llevaba ese nombre-, que regaron nuestro suelo con su sangre, sudor y lágrimas, y que contribuyeron a la grandeza de nuestras naciones? Sí, es de hijos bien nacidos ser siempre agradecidos. Y, por eso, jamás saldrá de nuestras bocas una palabra de reproche a esa Madre que tanto nos dio, nos da, y nos dará. Y, a la hora de sus faltas, con pudor y respeto trataremos de cubrir su desnudez con un manto, como lo hicieron los hijos de Noé, con su padre (cf. Gn 9, 23). Bien lejos de nosotros, entonces, cualquier rapto de soberbia o de presunta superioridad frente a la Madre en dificultades.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria, no confundimos su augusta majestad con efímeros candidatos a tiranuelos, que pasarán sí, pero a lo más bajo de su historia. Y a los que nadie recordará como hoy se recuerda, por caso, a San Fernando, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, y a la mismísima Isabel la Católica, entre tantos otros.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria no caeremos en la trampa de quienes se hacen los legalistas a la hora de las venganzas. Y no trepidan, en absoluto, al momento de las acusaciones falsas, los agravios, y el desprecio a todo lo que huele a fe, cristianismo, y hasta a la más elemental y sana antropología.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria jamás saldrán de nuestros labios palabras insultantes para ella. Y sí expresiones bien claras de advertencia a quienes, valiéndose de un poder artificial, para el que jamás fueron elegidos, pretenden venir a darnos lecciones de moral, y de derechos; cuando cargan en su historial funestos récords de crímenes, violencia y atrocidades varias.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria no dejaremos de darle gracias a Dios por los abnegados monjes del Valle de los Caídos que –me consta por haber estado allí hace casi cinco años- ofrecen sus oraciones, sacrificios y penitencias por la paz y la reconciliación entre españoles. Y seguiremos advirtiéndoles a los revanchistas profanadores de tumbas, y blasfemos por donde se los mire, que nada podrán contra la Cruz del Señor.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria seguiremos defendiendo, con todas nuestras fuerzas, sus tradiciones. Y ante quienes quieren suprimir las “corridas de toros, por sangrientas”, los llamamos a que primero supriman la carnicería provocada por el abominable crimen del aborto, desde hace cuarenta años.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria, recordamos desde esta “España de la otra orilla”, que la Hispanidad seguirá intacta; más allá de gobiernos “comecuras”. Mientras haya un español bien nacido, en la península, o en este lado del Atlántico, nuestras raíces gozarán de buena salud; y estarán siempre listas para reverdecer.

Y porque amamos, con toda el alma, a nuestra Madre Patria por muchísimas otras razones –imposibles de relatar por los límites de un artículo-, somos capaces también de reírnos con nuestros “cuentos de gallegos”. Como nos reímos de nosotros mismos cuando, por ejemplo, decimos que “a un argentino hay que comprarlo por lo que es, y venderlo por lo que se cree que es” …

Sí, no pasarán los que se creen con derecho a eliminar cualquier vestigio de Hispanidad; que tiene, por supuesto, a la Iglesia, como su columna vertebral. A Dios rogando, y con el mazo dando. Y mientras rezamos por la conversión de nuestros enemigos, como el mismo Señor nos manda (cf. Mt 5, 21-24), le pedimos también al Dios de los Ejércitos que nos colme de sabiduría y coraje. Y a Nuestra Señora de Covadonga, nuestra amada Santina, que interceda para que, en cada español, de allí y de aquí, haya un valiente guerrero para la Reconquista. Y lo hacemos en el día en que celebramos a Santa Rita de Cascia, patrona de los imposibles. Porque no hay nada imposible para Dios (Lc 1, 37). Y porque Él, de las piedras, puede sacar hijos de Abraham (Mt 3, 9). ¡Arriba España! ¡Arriba Argentina! ¡Arriba Iberoamérica!

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