Hoy la Iglesia celebra un gran acontecimiento, el advenimiento del Espíritu Santo sobre los apóstoles. El evangelio de Juan nos narra que el mismo día de la resurrección por la tarde, Jesús se aparece en medio de sus discípulos que están encerrados por miedo y, soplando sobre ellos, les dice: “Reciban al Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados, pero a quienes no les perdonen, se quedarán sin perdonar”.
La misión principal de Jesús fue perdonar los pecados, arrancar al hombre del dominio del demonio y reconciliarlo con Dios y ahora que ha resucitado, a sus discípulos les da el mismo poder que él tiene: Perdonar los pecados, arrojar al demonio del mundo, reconciliar a los hombres con Dios.
Es verdad que ningún hombre puede perdonar los pecados porque el pecado es una ofensa grave a Dios y solo el ofendido puede perdonar, pero Jesús, que es Dios verdadero, le da a sus apóstoles este poder; no serán ellos que perdonen en cuanto a hombres, sino que será Dios que perdonará a través de ellos.
Cuando tú te acercas al sacramento de la confesión, no abres tu conciencia a un hombre que quizá es más pecador que tú, sino que te confiesas ante Cristo que se hace presente a través de la mediación del confesor que por eso te puede decir “yo te absuelvo de tus pecados”.
El Espíritu Santo no es otro que la tercera persona de la Trinidad. Él vino a ti el día de tu bautismo y más plenamente, el día de tu confirmación. Eres en tu cuerpo como en su templo, por eso debes cuidar que sea un templo digno del Espíritu Santo. Lo que debes hacer es recibirlo, hacer que se sienta a gusto, permitir que realice su misión en ti.
Lo primero que hace es inundar tu corazón del amor de Dios, te hace sentir que estás en el amor de Dios como si te sumergieras en un océano, todo Él te rodea, te invade, te inunda; el Espíritu Santo, que es el amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, hace que tu corazón se dirija lleno de amor y gratitud a la persona del Padre y del Hijo; en otras palabras, no puedes amar con tu amor y tu corazón a Dios, eso sólo es posible si interviene el Espíritu Santo y llena tu corazón de su amor divino para que ames a Dios y para que ames también a tu prójimo.
“Espíritu Santo, hoy es pentecostés, tu fiesta sagrada. Ven a mí, ven y rompe la dureza de mi corazón. Ven y hazme arder en el amor de Dios, ven y dame consuelo, ven e ilumina mi mente, ven y dame fuerza y valentía para dar testimonio de mi fe.
Ven Espíritu Santo y transfórmame, ven y renuévame, ven y dame un amor apasionado por Dios y su Iglesia, ven y lávame de toda inmundicia, ven y dame un amor que sea una caridad constante con los demás, un amor delicado y solícito por los más pobres, una disposición de mi persona para amar a todas tus criaturas como tú las amas. Ven Espíritu Santo y apiádate de mí que soy miserable y necesitado, ven, invade mi vida, hazme arder en el amor a ti y hazme dócil a tus inspiraciones, amén”.
Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!