En el evangelio de Marcos de este domingo se nos narra el momento en que Jesús, después que por un periodo de tiempo, se apareció resucitado a sus discípulos, asciende al cielo, vuelve al Padre de donde ha venido, pero no abandona a los suyos, pues les prometió que estaría con ellos todos los días hasta el fin del mundo.
Jesús que subió al cielo da una orden a sus discípulos: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio, bauticen a toda criatura en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. La salvación que trajo debe llegar a toda criatura, a todas las naciones y nosotros, los bautizados, somos los responsables de llevar esta buena noticia del amor de Dios y de su salvación.
Gracias a que los discípulos cumplieron esta orden de Jesús, hoy nosotros estamos aquí profesando nuestra fe en Cristo muerto y resucitado. Jesús subió al cielo y quiere que donde él esté, estemos también nosotros. La Ascensión del Señor nos hace levantar la mirada del suelo, del mundo de nuestra vida diaria llena de preocupaciones, de nuestro apego a las realidades terrenas. Nuestro destino final no está en vivir unos cuantos años en este mundo, nuestro destino final es una vida que no tiene fin al lado de Jesús. No debemos perder de vista que, en esta vida, estamos de paso, que nuestra vida es breve y que nuestra patria definitiva es el cielo. Por eso, la Ascensión del Señor nos invita a levantar la mirada ahí donde está Dios, donde Jesús ha subido para prepararnos un lugar y poder estar siempre con él.
La tragedia del creyente de hoy es que ya no añora el cielo, ya no suspira por él, no anhela irse a reunir eternamente con Dios y se debe a que hemos perdido el rumbo de nuestra fe que apunta al cielo, nuestro destino final. O estamos muy materializados, demasiado apegados a las personas y a las cosas, tanto que no quisiéramos perderlas jamás.
“Señor Jesús, muchas veces me quejo de esta vida, pero cuando pienso en el momento de mi muerte, me lleno de pánico y no quisiera transitar nunca por ese paso amargo y quiero seguir aferrado a esta vida sin tomar en cuenta que tú quieres para mí una vida diferente, mucho mejor, que será eterna, donde enjugarás mis lágrimas y ya no habrá más dolor.
Señor me falta fe, me falta desprendimiento, necesito entender que tú, que el cielo, vale más que todos los bienes del mundo, que tu amor está por encima de todo el amor de las personas que amo. Ayúdame a levantar la mirada para comprender que en el cielo está mi patria verdadera, mi destino final y mi felicidad eterna al lado de ti. Que no deje de tener los pies puestos en la Tierra, pero la mirada puesta siempre en el cielo, el corazón puesto en tu amor y tus promesas, así el día que me mandes ir a ti, iré sin miedo con libertad y con una gran alegría”.
Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!