* Si de verdad deseas que tu corazón reaccione de un modo seguro, yo te aconsejo que te metas en una Llaga del Señor: así le tratarás de cerca, te pegarás a Él, sentirás palpitar su Corazón…, y le seguirás en todo lo que te pida. (Forja, 755)
Quienes sostienen una teología incierta y una moral relajada, sin frenos;
Quienes practican según su capricho personal una liturgia dudosa, con una disciplina de hippies y un gobierno irresponsable…
No es extraño que propaguen contra los que sólo hablan de Jesucristo, celotipias, sospechas, falsas denuncias, ofensas, maltratamientos, humillaciones, dicerías y vejaciones de todo género.
Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas.
Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder…
- Necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos.
- Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura, se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad.
Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso, porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna.
No pensemos que, en esta senda de la contemplación, las pasiones se habrán acallado definitivamente.
Nos engañaríamos, si supusiéramos que el ansia de buscar a Cristo, la realidad de su encuentro y de su trato, y la dulzura de su amor, nos transforman en personas impecables.
Aunque no os falte experiencia, dejadme, sin embargo, que os lo recuerde:
El enemigo de Dios y del hombre, Satanás, no se da por vencido, no descansa. Y nos asedia, incluso cuando el alma arde encendida en el amor a Dios. Sabe que entonces la caída es más difícil, pero que -si consigue que la criatura ofenda a su Señor, aunque sea en poco- podrá lanzar sobre aquella conciencia la grave tentación de la desesperanza.
(Amigos de Dios, nn. 301-303)
Por SAN JOSEMARÍA.