En la imagen de la izquierda vemos una misa pontifical, celebrada por algún obispo que desconozco. A la enorme mayoría de los católicos les parecería una ceremonia bellísima y sublime; estar en un templo cuyas columnas se elevan al cielo, arropados por la música del órgano o del canto gregoriano, con el perfume del incienso embargando la atmósfera y con los colores de los ornamentos y las luces de las velas atrayendo las miradas.
Era, como todos sabemos, una ceremonia a la que los católicos de los últimos mil quinientos años —poco más, poco menos— podían asistir con cierta regularidad.
La Iglesia del Vaticano II destruyó en menos de un un lustro ese edificio de belleza que llevó siglos construir. Y nosotros tan campantes, como si nada hubiera pasado. Más aún, la jerarquía eclesiástica, con el Papa a la cabeza, han prohibido del modo más terminante la celebración de esa misa.
En cambio, esos mismos obispos no tienen reparo alguno en profanar la eucaristía y protagonizar los espectáculos más zafios como vemos en las otras dos fotografías.
En la de arriba, Mons. Eduardo Castanera, obispo auxiliar de Quilmes, celebra la misa el 29 de diciembre de 2023 en ocasión de un encuentro los jóvenes voluntarios de Cáritas. Tirado en el piso, con una ¿estola? multicolor, con un mate junto al cáliz y con una imagen de la Ssma. Virgen, que es un muñeco de trapo.
En la de abajo, el cardenal Ángel Rossi S.J., arzobispo de Córdoba (Argentina), el día 5 de marzo, en ocasión de su visita al decanato de la ciudad de Córdoba, imparte la bendición con el Santísimo Sacramento, sin ningún tipo de ornamento —peor aún, en mangas cortas— y con el único signo de reverencia de Mons. Horacio Álvarez, uno de sus auxiliares, que está de rodillas. El resto de la asistentes —sacerdotes y obispos— permanecen sentados. Cabe mencionar que el cardenal Rossi es miembro del dicasterio para el Culto Divino.
Los cardenales y obispos pueden hacer lo que se les ocurre en materia litúrgica. Y los sacerdotes también. Saben que no serán sancionados; que el cardenal Arthur Roche no dirá nada. E incluso es probable que el mismo pontífice romano alabe su creatividad pastoral.
Sin embargo, esos mismos cardenales y obispos, y el mismo cardenal Roche, prohiben del modo más arbitrario y tajante la celebración de la misa que la Iglesia celebró durante más de mil quinientos años, y persiguen del modo más cruel a los sacerdotes que la celebran e, incluso, a aquellos que aún celebrando la misa de Pablo VI, osan incluir algún canto en latín o alentar a los fieles a comulgar de rodillas y en la boca.
Hay que ser ciego, estúpido, cínico o extremadamente hipócrita para no darse cuenta de lo que está ocurriendo.
Usquequo, Domine, oblivisceris me in finem?
usquequo avertis faciem tuam a me?
Quamdiu ponam consilia in anima mea; dolorem in corde meo per diem?
Usquequo exaltabitur inimicus meus super me? (Ps. 12, 1-3)
WANDERER.
BUENOS AIRES, AGENTINA.
CAMINANTE WANDERER.