«Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré», homilía dominical del arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

HOMILÍA
III DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo B
Ex 20, 1-17; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25.

Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2, 19).

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ ku ts’o’okol ‘ la Semana de la Familia wey Yucatán, chen ba’ale’ k’a’abet meyaj u laáklo’on yo’olal Familia u ti’al ma’ u p’aatubao yo’olal taak’in. Le yáakunaltaak’ino’ júunpeel bá k’aas yeetel bejlaé xan ku beétal yeetel imagenes católicas. Le o’olale’ to’one’ chen Kultik Yuumtsil, tu láakal ángeles yéetel santos chen ti to’on suku’uno’ob.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este tercer domingo de Cuaresma.

En la lectura del Libro del Éxodo se nos presentan los diez mandamientos, donde el primer mandamiento ocupa el lugar de mayor importancia, y aparece más extenso en su descripción, ordenando que Israel no se fabrique ni adore a otros dioses. Éste es el momento en el que se está estableciendo la alianza entre Dios y su pueblo, por eso debe quedar muy claro que para Israel no deben existir otros dioses. Ellos estaban rodeados de pueblos idólatras, que adoraban las distintas imágenes que fabricaban, de dioses que les daban falsas seguridades a cambio de ofrecerles sacrificios. De hecho, Israel cayó en la idolatría fabricando y adorando un becerro de oro, mientras Moisés estaba en el Sinaí recibiendo las tablas de la ley.

Para poder interpretar este pasaje, debemos situarnos en la época en que sucedía esto, cuando el pueblo apenas nacía. No debe extrañarnos que luego Dios le mandara a Moisés fabricar las imágenes de dos ángeles que custodiarían el arca de la alianza (Ex 25, 16-22). En realidad, no eran imágenes de otros dioses, sino de los ángeles de Dios, a los que no debemos adorar. En otra ocasión le mandó fabricar la imagen de una serpiente de bronce (Num 21, 8-9). Luego el Rey Salomón fabricó las imágenes de otros ángeles de madera de olivo, para el templo de Jerusalén (1 Re 6, 23-27), y fabricó igualmente imágenes de toros y leones (1 Re 7, 28-30).

Entonces nos damos cuenta de que no estaba prohibido fabricar imágenes en absoluto, sino sólo las de otros dioses. Los grandes emperadores de la antigüedad querían ser adorados como si fueran dioses, por eso cuando a Jesús le mostraron una moneda, explicándole que la imagen e inscripción que había en ella era del César, es cuando comentó: “Entonces den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20, 25). En otras palabras, denle al César el dinero de impuestos para que gobierne, pero la adoración es de Dios y sólo a Él se le debe dar. ¿Ya ven por qué el demonio le ofrecía a Jesús todas las riquezas del mundo si se postraba y lo adoraba? El Papa nos ha dicho que el dinero es para servir, no para ser servido. Lamentablemente, hoy, como siempre, no falta la gente que adora al dinero como si fuera un dios.

Al igual que los santos, los ángeles son nuestros hermanos del cielo, pero tenemos un solo Dios verdadero. Las imágenes de los santos en la Iglesia son los retratos de nuestra familia, de los que ya llegaron al cielo para adorar eternamente a Dios. Y por supuesto que, nosotros en la Iglesia no adoramos a nuestros santos; sino que los amamos, tratando de imitarlos, también les pedimos nos ayuden para llegar al mismo lugar donde ellos ya han llegado. Además, nuestros hermanos los santos se unen a Jesús para interceder por nosotros.

Una manera más positiva de presentar el mismo mandamiento, sin hablar de imágenes, es el mandato de amar al Señor, como lo dice el Deuteronomio: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6, 4-5).

La idolatría de dioses falsos persiste en la actualidad. La encontramos en tiendas de artículos de brujería y magia negra, donde hay imágenes de la llamada “Santa Muerte”, de “Malverde” o de algunos otros falsos dioses. No hemos de creer en oraciones supuestamente “milagrosas” con las que podamos conseguir lo que queramos, pues la única oración auténticamente cristiana dirá “hágase, Señor tu voluntad”. Hay quienes adoran al dinero, buscándolo sin ningún respeto a la ley de Dios, sin ningún miramiento a sus hermanos.

Con el Salmo 18 confesamos muy claramente que los mandamientos divinos no nos han de pesar, pues son el camino seguro para agradar a Dios, para vivir una buena vida de respeto al prójimo y de respeto a nosotros mismos. Por eso hemos proclamado: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”; y escuchamos al salmista decir: “La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos”.

En la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, el apóstol nos dice que la predicación de Cristo crucificado significa escándalo para los judíos y locura para los paganos. Los judíos no pudieron aceptar a un Dios hecho hombre que viene a entregar su vida por nosotros, y los paganos en su supuesta sabiduría, no estaban de acuerdo con el mínimo sufrimiento aceptado.

En cambio, quienes creemos y tenemos fe, nos sentimos con esta predicación profundamente amados por nuestro Padre Dios, quien nos dio a su Hijo, y encontramos en el sufrimiento de nuestra cruz, no una forma de vida masoquista, sino una posibilidad de amar sin medida a Dios, así como a nuestros hermanos hasta las últimas consecuencias. El sufrimiento por amor tiene plena cabida en nuestra vida gracias al Señor Jesús que nos lo enseñó con su propio testimonio de entrega plena en la cruz.

En el evangelio de hoy, según san Juan, Jesús expulsa a los vendedores del templo, y esto nos habla del gran respeto que nos merecen nuestros templos. La mejor forma de respetarlos es asistiendo a ellos. Jesús explica que tiene autoridad para hacer respetar este lugar, diciendo: “Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días” (Jn 2, 19). Claro que hablaba del templo de su cuerpo, anunciando así su muerte y resurrección. Esto nos muestra la dignidad de cada cuerpo humano, porque somos templo del Dios vivo, por lo que hemos de respetar nuestro cuerpo y el de los demás, teniendo en cuenta la dignidad de templos en los que Dios habita, con el respeto en todo sentido, además de tener confianza en la esperanza segura de que seremos por él resucitados.

Hemos llegado al final de la Semana de la Familia, pero hay que seguir trabajando en favor de ella. Tristemente, me acabo de enterar de un caso en un pueblo de Yucatán, donde un padre de familia heredó en vida a sus hijos, y luego éstos lo echaron de la casa para empezar a vivir en ella. El padre tiene alrededor de ochenta y cinco años, pero sus hijos, por amor al dinero, lo mandaron a un cuarto mal acondicionado y mal techado, exigiéndole que se llevara sus cosas. Cuántas veces el amor al dinero divide a las familias o lleva a cometer gravísimas injusticias, como la antes mencionada. ¡Cuidemos a los abuelos!

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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