En un movimiento inédito, el presidente de México presentó un paquete de iniciativas constitucionales y legales que reitera lo que quiso ser su frustrada transformación.
En un día significativo, el del 5 de febrero, las reformas enviadas a la Cámara de Diputados pretenden cambios sustanciales a la Constitución, las más destacables, la desaparición de los organismos autónomos, desestabilizar al Poder Judicial para convertirlo en una entidad política donde la presidencia de la República tenga injerencia absoluta, la militarización de la Guardia Nacional, al sistema eléctrico y de distribución de energía que fue desestimada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el dispendio de recursos, a través de programas asistencialistas a jóvenes desempleados y adultos mayores, jornales a campesinos que trabajen sus tierras, cambios al sistema electoral y de partidos políticos así como la reducción de legisladores, además de otra serie de garantías que, en la realidad, ya se encuentran como parte de los derechos humanos consagrados en el texto de 1917, estos son el derecho al agua, a la salud, al internet y una cuestionada reforma al sistema de pensiones que pretende revertir las promovidas en las presidencias de Ernesto Zedillo y Felipe Calderón porque los trabajadores “fueron afectados por reformas neoliberales”.
Aparte de otras reformas secundarias, esta jugada del presidente, en realidad, es una copia de su testamento político y del deseo del país que jamás logró. Una herencia en dos vertientes que viene a enrarecer el clima político electoral y que, prácticamente, obliga a su potencial sucesora a adoptar un plan de gobierno que es el de López Obrador sin más margen de maniobra que aceptar, sumisa y abnegada, estas reformas.
La otra vertiente es evidente. AMLO tiene ahora su mirada puesta en el Congreso de la Unión como el principal objetivo electoral para tener mayorías absolutas. No tiene un pelo de ingenuidad. Sabe que todas esas reformas serían rechazadas de plano y, salvo una discusión al sistema de pensiones, los partidos de oposición en el Senado y la Cámara de Diputados, no le estarán haciendo comparsa ni dando el tono como el presidente lo quiere. En el fondo, sabe bien que esas reformas están muertas de discutirse en la actual legislatura.
De tener la mayoría absoluta, después de la jornada electoral, López Obrador podría cerrar su sexenio con esta consigna del sistema de la “dictadura perfecta” recargado y encarnado en un hombre cuyo pensamiento, tras el velo del demócrata, esconde la cara más siniestra de una dictadura que es lo que realmente es el movimiento que representa López Obrador.
No obstante, la ciudadanía tiene en cuenta lo que han representado cinco años de gobierno. Y los más avezados saben lo que implican estas iniciativas. AMLO deja un testamento político de observancia obligada y no habrá más que aceptarlo si MORENA logra ganar la presidencia de la República.
Sabe muy bien que su transformación ha sido una profunda decepción que ha desmantelado, polarizado y consumido la marcha de un sistema republicano que se iba construyendo. La corrupción no ha desaparecido, la violencia sigue dictando la pauta, los militares han capturado todo lo que se ha podido, el gobierno es ineficaz y el crecimiento se ha quedado en el cómodo enanismo.
De ganar la presidencia, MORENA no tendría a una mandataria libre ni auténtica, sino el remedo de un hombre que ha fijado su ambición en la tiranía. López Obrador así “amarra” a su posible sucesora sometiéndola de tal forma que su programa de gobierno ya es una burda maniobra que se asoma con estas reformas. Por eso, el voto es esencial. Sufragar en conciencia dándonos cuenta de que, para vencer al autoritarismo, se requiere el equilibrio de poderes. De eso depende nuestro futuro y libertad.