Francisco presidió en la basílica vaticana la misa del V Domingo de la Palabra de Dios, que instituyó en 2019. En su homilía, invitó a los fieles a llevar siempre un Evangelio en el bolsillo o en la cartera y les preguntó: «¿he leído entero al menos uno de los cuatro Evangelios?». El Pontífice confirió los ministerios de Lector y Catequista a laicos y laicas.
Volvamos a las fuentes para ofrecer al mundo el agua viva que no logra encontrar; y, mientras la sociedad y las redes sociales acentúan la violencia de las palabras, aferrémonos a la mansedumbre de la Palabra que salva.
Lo afirmó el Papa Francisco al presidir esta mañana, 21 de enero, en la Basílica Vaticana, la Misa del V Domingo de la Palabra de Dios. Dirigiéndose a los fieles presentes, los invitó poner la Escritura en el centro de nuestra vida personal y comunitaria.
Durante la celebración, que contó con la participación de 5000 fieles, el Papa confirió a dos mujeres laicas el ministerio de Lector y a nueve fieles laicos el de Catequista. Proceden de Brasil, Bolivia, Corea, Chad, Alemania y las Antillas. En sus manos, el Pontífice les entregó una Biblia y una Cruz, símbolos del mandato de proclamar y anunciar esa Palabra que, como subraya en su homilía, «atrae a Dios y envía a los demás”.
“La Palabra de Dios despliega la potencia del Espíritu Santo”, afirmó el Santo Padre. “Es una fuerza que atrae hacia Dios, como les sucedió a los jóvenes pescadores, que quedaron impresionados por las palabras de Jesús. Es una fuerza que nos mueve hacia los demás”.
La Palabra, por tanto, nos atrae hacia Dios y nos envía hacia los demás, ese es su dinamismo. No nos deja encerrados en nosotros mismos, sino que dilata el corazón, hace cambiar de ruta, trastoca los hábitos, abre escenarios nuevos y desvela horizontes insospechados.
Vidas transformadas por la Palabra de Dios
La Palabra «suscita la llamada de Jesús», «suscita la misión», nos hace mensajeros y testigos de Dios para «un mundo colmado de palabras pero sediento de esa Palabra que que frecuentemente ignora. La Iglesia vive de este dinamismo, es llamada por Cristo, atraída por Él, y enviada al mundo para testimoniarlo”.
Para los discípulos como también para muchos santos que son «amigos de Dios» y «testigos del Evangelio en la historia», “la palabra ha sido decisiva”, dijo el Papa, citando a san Antonio, «que, impresionado por un pasaje del Evangelio mientras estaba en misa, lo dejó todo por el Señor»; san Agustín, «cuya vida dio un vuelco cuando una palabra divina curó su corazón»; santa Teresa del Niño Jesús, «que descubrió su vocación leyendo las cartas de san Pablo»; san Francisco de Asís, «que, después de haber rezado, leyó en el Evangelio que Jesús enviaba a los discípulos a predicar y exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica».
No ser “sordos” a la Palabra
«Muchas veces -observó el Papa- escuchamos la Palabra de Dios, nos entra por un oído y nos sale por el otro». Porque «no debemos ser ‘sordos’ a la Palabra». “Es elriesgo que corremos, ya que, abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar por ella para cambiar». Sobre todo, señaló Francisco, «la leemos, pero no la hacemos oración».
En cambio, «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre». Esta oración tiene dos dimensiones constitutivas, de las que habla el Evangelio de hoy al citar dos gestos de la Palabra de Jesús: «Dejaron las redes y le siguieron».
Muchas veces nos cuesta dejar nuestras seguridades, nuestros hábitos, porque permanecemos atrapados en ellos como los peces en la red. Pero quien está en contacto con la Palabra se libera de las ataduras del pasado, porque la Palabra viva descifra la existencia, cura también la memoria herida implantando el recuerdo de Dios y de las obras que ha hecho por nosotros.
Cristo y su Palabra en el centro
Los discípulos, explicó el Santo Padre, dejaron; y después siguieron. “Detrás del Maestro dieron pasos hacia adelante. Efectivamente su Palabra, mientras libera de los obstáculos del pasado y del presente, hace madurar en la verdad y en la caridad, reaviva el corazón, lo sacude, lo purifica de las hipocresías y lo llena de esperanza”.
“El Domingo de la Palabra de Dios nos ayuda a volver con alegría a las fuentes de la fe, que nace de la escucha de Jesús, Palabra de Dios vivo”, señaló el Papa a continuación y añadió:
Mientras se dicen y se leen constantemente palabrassobre la Iglesia, que Él nos ayude a redescubrir la Palabra de vida que resuena en la Iglesia. De lo contrario terminaremos por hablar más de nosotros que de Él; y al centro quedarán nuestros pensamientos y nuestros problemas, en vez de Cristo con su Palabra.
Llevar siempre el Evangelio con nosotros
De ahí algunas preguntas para todos los creyentes: “¿Qué puesto reservo yo a la Palabra de Dios en el lugar donde vivo? Allí habrá libros, periódicos, televisores, teléfonos, pero ¿dónde está la Biblia? En mi cuarto, ¿tengo el Evangelio al alcance de la mano? ¿Lo leo cada día para orientarme en el camino de la vida?”
Esta es precisamente la invitación que el Papa dirige al final de su homilía, ya reiterada muchas veces a lo largo de los años: lleva siempre contigo el Evangelio, en el bolsillo, en el bolso, en el móvil. Por último, una pregunta final: «¿He leído entero al menos uno de los cuatro Evangelios?
El Evangelio es un libro de vida, es sencillo y breve, y sin embargo tantos creyentes nunca han leído uno de principio a fin. La Escritura dice que Dios es “principio y autor de la belleza” dejémonos conquistar por la belleza que la Palabra de Dios trae a nuestra vida.