Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de la Sagrada Familia.
Hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia, formada por Jesús, María y José. Es el modelo de toda familia cristiana, donde se puede encontrar luz para vivir de acuerdo con la vocación que se ha recibido. El hombre y la mujer unidos en matrimonio, forman la familia, a la cual, Dios encomienda la misión de procrear y educar a los hijos.
La familia perfecta no existe, porque toda familia está compuesta por personas con defectos y virtudes; pero sí existen familias en camino de perfección que, a la sombra de Dios, luchan por el bien de todos. Familias que no están exentas de dificultades y problemas, pero guiados por la luz del Espíritu Santo, buscan asemejarse más al modelo de la Sagrada Familia.
En el Evangelio escuchamos el pasaje donde se narra “La presentación de Jesús en el templo”. Recordemos que, a los ocho días de nacido, todo niño judío debía ser circuncidado, y a los cuarenta días, debía ser presentado al templo y su madre debía realizar el rito de purificación para poder participar de las reuniones en el templo y en la sinagoga. Jesús es del pueblo judío, José y María son practicantes de su religión, así que podemos decir que se esperaron en Belén hasta que se cumplieran los cuarenta días de nacido para presentarlo en el templo de Jerusalén. Y así, pasaron esos cuarenta días en la normalidad, sin milagros, sin apariciones de ángeles, sin sueños, sin nada extraordinario que indicara alguna novedad acerca del Niño. Tal vez, las preguntas debían rondar en la mente de José y de María: ¿Qué iba a ser de aquel Niño? Su nacimiento, un evento tan importante para la humanidad, ¿por qué se dio en el anonimato? ¿qué esperaba Dios de ellos como padres? Preguntas que no encontraban respuestas. Así, a los cuarenta días se encaminaron a Jerusalén y allí aquellas dudas empezarían a aclararse de una manera desgarradora.
No se dice nada de la purificación de María; un silencio cargado de misterio envuelve aquel momento. María debió subir aquella escalinata del templo, para ofrecer el sacrificio con sus dos pichones en sus manos; debió sentirse bendecida por aquel Hijo, que le seguía siendo un misterio. Había que pagar cinco ciclos por el rescate del primogénito. María sabía que su Hijo no era suyo, era mucho más grande que Ella, ¿cómo podía rescatar lo que siempre ha pertenecido a Dios? Pero el centro es Jesús y no María. Entran en escena aquellos dos ancianos: Simeón y la profetiza Ana.
El anciano Simeón se acerca, y como si conociera a la familia, toma al Niño en sus brazos y estalla en un cántico de júbilo donde agradece a Dios, reconociendo en aquel Niño al Salvador del mundo. Un anciano que vive en la esperanza, él tenía la certeza de que no moriría sin ver antes al Salvador, había envejecido esperando; de allí la grande alegría, el gozo de poder morir en paz. Aquel estallido de alegría de Simeón no queda allí, sino que se convierte en profeta y con sus palabras quita el velo a muchas dudas que José y María guardan en su corazón.
¿Qué devela el anciano Simeón?:
1o- Que aquel niño es la salvación de todos los pueblos: “Mis ojos han visto a tu Salvador”, dice. El corazón de María y de José debieron de latir más aprisa, ya que
aquel anciano desconocido les aseguraba que Dios no los había abandonado a pesar de
aquel silencio. Debieron sentir cierto orgullo escuchar los elogios dirigidos a su Hijo. 2o- Que aquel Niño será: “signo que provocará contradicción”. Jesús será el Salvador, pero sólo de aquellos que acepten su salvación. Será resurrección para unos, y para otros ruina. Ante Él, los hombres tendrán que apostar y muchos lo harán contra de Él. Ante Él, los pensamientos de los hombres quedarán al descubierto: estarán a su
favor o en su contra, pero nunca tibios.
3o- “A ti una espada te atravesará el alma”, le dijo a María. Aquel anciano fue cruel
con aquella joven, ¿por qué anticipar el dolor?, el dolor tiene que llegar, pero ¿por qué anticiparlo? El anciano Simeón muestra a José y a María, la alegría de tener a Jesús entre ellos, pero además el dolor. Hermanos, Dios es fuego que alumbra, pero también quema. No podemos reusar el dolor. Las palabras que hacen alusión al dolor debieron doler y ser incomprendidas, y más al ver la cara de aquel Niño indefenso.
Mamás, papás, traer un niño al mundo siempre es motivo de alegría y de gozo; para las mujeres judías, era una bendición de Dios y un orgullo de poder ser madres. Aquellas mujeres sabían que junto a las alegrías que propiciaba un hijo, estaba unido al cúmulo de sufrimientos causados por el mismo niño, pero eso no las hacía desistir de traer niños a la vida. Pareciera que, en nuestra cultura actual, muchos esposos sólo se fijan en los sufrimientos que puede causar un niño, exigirá cosas materiales y tiempo; coartará la libertad de los papás; vendrá a un mundo marcado por los sufrimientos; si se trae, que sea sólo uno para darle todo, como si los hijos fueran sólo caprichos de los papás. Algunas parejas deciden no tener hijos, y hay quienes prefieren comprar un perrito o un gatito.
Toda persona encierra un misterio y una misión escondida a los ojos humanos. Los papás, tienen la obligación de educar y formar a sus hijos para que descubran su vocación en la vida. Allí en la monotonía de la vida, es donde se crece y se cumple la misión. Jesús creció en una familia, allí aprendió todos los valores humanos; desde el punto de vista humano, Jesús fue lo que fue, gracias a la familia en que nació y creció.
Padres de familia, el hijo no es para uso de sus padres, no está a disposición de su familia, ha de estar a disposición de una vocación concreta pero secreta, insustituible y deben ayudarle a descubrir progresivamente tal vocación, que luego será la tarea seria que ha de desarrollarse en la vida.
Concluye el Evangelio: “El Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”. Miren, un hijo crece y se hace fuerte, no sólo engullendo alimento y practicando deporte, un niño crece y se hace fuerte, si es alimentado y robustecido con un cuidado a base de valores, de ideales, de ejemplos. La verdadera educación debe llevar al joven a salir de su capullo individualista y protegido, para abrirse a los demás, de tal manera que su centro de interés esté en aquello que debe dar a los demás y no en aquello que tenga derecho a tener; porque crecer, no significa acumular, sino capacidad de darse y dar a los demás.
Papás, pregúntense: ¿Cómo están educando a sus hijos? ¿Qué testimonio están dándoles? ¿Cómo ayudan a sus hijos a que descubran su vocación en la vida?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo de la Sagrada Familia!.