* Habrán de encontrar en los brazos del Padre Dios la ternura y el calor que nosotros les negamos.
La celebración de la festividad en los “Santos Inocentes” data de la Edad Media y parece que responde a la intencionalidad de cristianizar una festividad pagana conocida como la “fiesta de los locos”, que se celebraba entre Navidad y Año Nuevo; en ella todo estaba permitido, por lo que se cometían muchos abusos, que era preciso cortar de raíz y darle otro giro completamente distinto más en consonancia con el espíritu cristiano.
Fue entonces cuando se pensó que estas fiestas paganas podrían cambiarse por la celebración litúrgica de “los Niños Inocentes”, víctimas de la ira de Herodes, en las que la Iglesia acertó a ver a los primeros mártires del cristianismo que entraron en comunión con Jesucristo por medio del bautismo de sangre.
La festividad de los “Santos Inocentes”, que celebramos cada 28 de diciembre, no es una fiesta jocosa que está ahí para hacer cuantas inocentadas se nos ocurran, sino que tiene un sentido mucho más profundo que nos lleva a pensar que el crimen perpetrado contra personas indefensas, sin culpa alguna, es un delito abominable, lo que se dice un crimen multiplicado por diez.
Esto que pasó hace más de 2000, nos retrotrae a los tiempos modernos y nos hace tomar conciencia de lo que está pasando actualmente en nuestro mundo supercivilizado, en el que cada día mueren miles de niños, víctimas de la falta de solidaridad y del hambre, arma mucho más mortífera que los cuchillos de Herodes, sin que nadie se responsabilice de estas vidas, que están siendo víctimas de tanto egoísmo. Cruel es, sin duda también, el espectáculo al que asistimos cada día viendo morir a criaturitas en el vientre materno, al poco tiempo de haber sido concebidos.
En nuestro mundo deshumanizado cada día mueren una cantidad ingente de niños inocentes, sin darles siquiera la oportunidad de ver la luz del sol. Rechazados por la justicia de los hombres solo les queda la esperanza de ser escuchados por el tribunal de Dios.
De vez en cuando nos sorprende la triste noticia de que en el cubo de basura ha aparecido un feto de seis, siete o nueve meses, sin que se le diera tiempo de esbozar su primera sonrisa. En este mundo nuestro estamos, al amparo de leyes progresistas jurídicamente amañadas, lo que permite que diariamente delante de las clínicas, puedan verse cubos cuidadosamente esterilizados repletos de fetos destrozados.
¿A esto lo llamamos progreso? ¿Es así como defendemos los derechos humanos? ¿Qué derecho tiene alguien a deshacerse de una vida que no le pertenece? A estos seres anónimos les expulsamos, sin haber estrenado todavía una infantil sonrisa, sin saber lo que es una caricia maternal, pero con un alma impoluta, blanca como la misma nieve.
Quién sabe si algún día, aquí en la tierra nos acordaremos de ellos y al igual que celebramos la fiesta de los “Santos Inocentes” se pueda celebrar la fiesta de los “Niños sin rostro” víctimas de nuestros sórdidos egoísmos; tantos son ya, que los días del año, ni siquiera las horas, serían suficientes para hacer memoria de todos ello. La lista innumerablemente larga de países que tienen legalizado el aborto se va agrandando cada vez más. Recientemente hemos sabido que Argentina se suma a los países abortistas, lo cual no es precisamente una buena noticia que nos sirva de consuelo.
No es mi intención juzgar a nadie, entre otras cosas porque de alguna forma todos somos algo responsables, bien por acción, bien por omisión, de todo lo que está pasando lo cual no deja de ser muy triste, pues aunque no lo creamos así, se podían escribir miles de historias especialmente enternecedoras en estos días de Navidad con solo consultar el breve diario de estas vidas en proyecto, que cada minuto que pasa van escribiendo en sus genes una página más en el lento desarrollo hacia su plenitud humana.
Quiero consolarme pensando que los nuevos santos inocentes de nuestro tiempo, al final habrán de encontrar en los brazos del Padre Dios la ternura y el calor que nosotros les negamos. Espero y deseo que sean indulgentes con todos nosotros, que no nos odien; aunque les hayamos dado motivo para ello, que sepan perdonarnos y traten de entender que la violencia desgraciadamente forma parte de muestra condición humana y aún sin conocernos, hagan un esfuerzo por comprender que nosotros los hombres a veces tenemos comportamientos inhumanos que avergüenzan.
Por: Ángel Gutiérrez Sanz.
Catholichnet.