Vivir sin alegría es un contrasentido. Un niño para crecer con normalidad no puede estar sometido a un alto nivel de desafección y sufrimiento, pues de ser así las enfermedades de todo tipo harán presa en él. La alegría continua de la que habla san Pablo no es un entusiasmo permanente, pues nuestra condición no está hecha para ese estado. La alegría que produce beneficios llega al alma y no se queda en la vertiente de los sentidos o en las reacciones bioquímicas de las hormonas de la felicidad, que pueden ser estimuladas por meros agentes químicos como las drogas. La práctica de la virtud puede llenar de felicidad porque establece la paz en el corazón mismo, y su efecto es mucho más duradero que el estímulo sensorial, que después de cumplir con su objetivo hace decaer el ánimo en el vacío, y se experimenta como soledad, hastío o aburrimiento. El hombre, y de forma especial el cristiano sólo va a encontrar la alegría en JESUCRISTO. La alegría que nos da el crecimiento debido nace de adentro y se establece en nuestros niveles más externos. La alegría es una manifestación de la felicidad a la que aspiramos porque el CREADOR nos ha hecho para vivirla. DIOS es lo más íntimo de nuestro ser y es nuestra fuente de Vida y alegría. San Pablo nos dirá en otro lugar: “no pongáis triste al ESPÍRITU SANTO” (Cf. Ef 4,30). El ESPÍRITU SANTO vive realmente en el corazón del cristiano desde el momento mismo del Bautismo. Nos constituye, por tanto, una condición psicofísica, en la que han participado nuestros padres, con la presencia de la Gracia de DIOS. El niño está contento cuando juega y siente que es querido por sus padres especialmente. El niño soporta pequeñas frustraciones, que lo hacen sufrir, pero también esas experiencias son necesarias para forjar una personalidad equilibrada. A medida que nos vamos haciendo adultos vemos que tanto las alegrías como las penas se viven de forma compartida, y a cada uno le corresponde una parte en todo ello. De forma ejemplar, san Pablo nos ofrece su testimonio cuando se dirige a los hermanos de Corinto: “bendito sea DIOS y PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, PADRE de las misericordias y DIOS de toda consolación; que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación con el consuelo con el que nosotros somos consolados por DIOS. Así como habitan en nosotros los sufrimientos de CRISTO, abunda igualmente por CRISTO nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra. Si somos consolados, lo somos para vuestro consuelo, que os hace soportar con paciencia los sufrimientos, que también nosotros soportamos” (Cf. 2Cor 1,3-6). En estos versículos, san Pablo señala uno de los aspectos cruciales del evangelizador, que se ve implicado en la vida y destino de los que le son encomendados por el SEÑOR. Recordamos la exhortación del SEÑOR al profeta después de la gran tribulación del destierro: “!Consolad, consolad, a mi Pueblo¡ Habladle al corazón” (Cf. Is 40,1-2). Ahora la fuente de toda consolación viene de la alegría pascual, que nace de la ofrenda de JESUCRISTO en la Cruz y de su Resurrección. El PADRE aceptó la ofrenda de su HIJO y los cielos están abiertos de tal modo que la Gracia desciende en número inagotable de dones para todos aquellos que los pedimos. El ejemplo de san Pablo con respecto a las comunidades de Corinto no está alejado del caso de unos padres con respecto a sus hijos, o de la comunión espiritual establecida entre los componentes de una comunidad cristiana en estos momentos. Los éxitos y los fracasos; los dolores y las alegrías de los hermanos también nos afectan. El hombre de nuestro tiempo necesita que le hablen al corazón, aunque muchos no se den cuenta. Es difícil desistir de la Esperanza. Si se ha renunciado a intentar cualquier salida o alternativa, todavía en lo íntimo del corazón se alberga algo por lo que luchar. La otra vida existe, el Cielo está abierto y el SEÑOR viene. Los cristianos no sólo creemos en la Vida Eterna o en la trascendencia por nuestra condición espiritual, sino que esperamos el encuentro personal con el SEÑOR que viene. Esto último es el motivo central del tiempo de Adviento: ¡Marana-tha!.
El Magnificat
Todos los momentos descritos en la llamada “Visitación de la VIRGEN a su prima santa Isabel” están caracterizados por la efusión del ESPÍRITU SANTO y la alegría como uno de sus efectos visibles. Después del trascendental acontecimiento de la Encarnación anunciada por el Ángel (Cf. Lc 1,26-38), MARÍA “se levanta y se pone en marcha a prisa a la región montañosa de Ain-Karim” cerca de Jerusalén, donde vivían Zacarías e Isabel” (Cf. Lc 1,39). El texto da a entender que pasaron unos días del hecho extraordinario de la Encarnación, pues una cosa de esa magnitud “tenía que ser guardada en el corazón” de forma especial (Cf. Lc 1,66; 2,19). Si las palabras de los pastores y del anciano Simeón no fueron indiferentes a la VIRGEN, la acción especial del ESPÍRITU SANTO realizada en ELLA tenía que ser madurada en el silencio. Después del tiempo preciso, MARÍA se reincorpora a la vida cotidiana, y reconoce el encargo que el Ángel le había formulado, aunque no fuese registrado expresamente: el Bautista habría de ser santificado en el vientre de su madre (Cf. Lc 1,15.41); e Isabel ya estaba con un embarazo de seis meses. La ayuda a Isabel concernía a lo espiritual en primer lugar como se muestra en los versículos siguientes. MARÍA sabía que era portadora del CRISTO y SEÑOR, que debía santificar al Precursor por la acción del ESPÍRITU SANTO. ELLA se había anticipado más de treinta años al Pentecostés que vendría sobre el núcleo inicial de la Iglesia. En el Plan de DIOS estaba que Juan Bautista fuese santificado en el vientre de su madre, y esa transformación sólo la podía llevar a cabo quien iba a bautizar con ESPÍRITU SANTO (Cf. Mc 1,8).
“Juan Bautista saltó de gozo en el seno de su madre, e Isabel quedó llena de ESPÍRITU SANTO” (v.41b). Madre e hijo participan a su manera de la acción del ESPÍRITU SANTO, cumpliéndose así las palabras del Ángel, que el niño sería santificado ya en el vientre de su madre” (v.15). El entusiasmo en el sentido más espiritual del término, se entiende como exaltación movida por la Divina inspiración. La alegría invade a Isabel como a su hijo en el vientre, y ella se convierte en testigo del milagro que se está realizando. Isabel le dice a MARÍA con fuerte voz: ¡Bendita, tú, entre las mujeres…! (v.42). En aquel ambiente de entusiasmo o exaltación espiritual, MARÍA responde con el Magníficat, que se convierte en el canto de MARÍA por excelencia. MARÍA entiende el Plan de DIOS y testimonia que en ELLA se cumplen las promesas hechas a Abraham y a los profetas: “auxilia a Israel su siervo, acordándose de la Misericordia, como lo había prometido a Abraham y a su DESCENDENCIA por siempre” (v.54-55). La Fe de Abraham es el punto de partida para una Historia de Salvación que llega hasta MARÍA de la que nace el que es la DESCENDENCIA de la victoria sobre la serpiente primordial, a la que pisará la cabeza (Cf. Gen 3,15). El Magníficat es un canto profético y de victoria. La Historia de la Salvación ha salido bien, porque DIOS vence sobre sus enemigos: los poderes soberbios están siendo derribados. Para confusión de los Poderes, DIOS busca la colaboración de los que no cuentan. La Fe se vive y mantiene en una lucha espiritual en la que DIOS ha vencido, pero al mismo tiempo acaba de empezar: de generación en generación llamaremos a MARÍA la BIENAVENTURADA, y DIOS irá manifestando su Poder en ELLA en todas las épocas que dure la Historia de la Salvación. Es un hecho que vamos constatando: en los momentos de incertidumbre se multiplican las manifestaciones carismáticas, mediante las cuales la VIRGEN se presenta como especial Mediadora y MADRE para obtener Misericordia y resolver los graves problemas que nos acosan.
Nuevos tiempos
El profeta Isaías examina el presente que le toca vivir, llama a la conversión y mira hacia el futuro con una Esperanza, que rebasa los deseos humanos. El profeta prevé lo que DIOS va a realizar a través de alguien muy especial, que está dotado del ESPÍRITU del SEÑOR (Cf. Is 11,1; 42,1b; 61,1). Por otra parte el profeta anuncia un florecimiento espiritual de Jerusalén, donde brillará especialmente la Gloria de DIOS para todos los pueblos, en la Ciudad Santa de Jerusalén (Cf. Is 2,2;25,6). DIOS se ha comprometido con su Pueblo y su acción es permanente y transformadora: “ved que hago nuevas todas las cosas, ¿no lo notáis?” (Cf. Is 43,19) Ningún profeta como Isaías completa el conjunto de características que acompañarán al MESÍAS en su manifestación varios siglos después. No obstante el cumplimiento total de la restauración del Pueblo es algo pendiente, todavía, pues la Jerusalén de aquí sigue un camino de perfeccionamiento según el modelo dado por DIOS en la revelación de las realidades últimas, en el libro del Apocalipsis. La verdadera Jerusalén renovada y perfecta baja del Cielo adornada como una Novia que se dispone al encuentro con el ESPOSO. El constructor de la Nueva Jerusalén es el “artesano” -tecton-, que vivió en Galilea durante treinta años, y apareció de forma súbita mostrando a los suyos la unción mesiánica recibida del PADRE.
Cinco siglos antes
Estos dos versículos iniciales del capítulo sesenta y uno parecen la noticia de un cronista, que se anticipa cinco siglos a los acontecimientos. JESÚS se identifica sin matiz alguno con este texto de Isaías, y a modo de programa evangelizador lo ejecutará con toda precisión. Dice Isaías: “el ESPÍRITU del SEÑOR YAHVEH está sobre MÍ, por cuanto me ha ungido. YAHVEH me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad. A pregonar el Año de Gracia de YAHVEH” (Cf. Is 61,1-2a) Omite aquí la Liturgia la segunda parte del versículo dos, lo mismo que JESÚS en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su misión (Cf. Lc 4,15). La segunda parte de este versículo continúa: “Día de la venganza de nuestro DIOS”. En ningún momento quiso JESÚS anteponer en su misión la Divina Justicia a la Divina Misericordia; y los numerosos pasajes evangélicos así lo corroboran. No es cierto que en los evangelios sean más numerosas las menciones al infierno, que a los Cielos. En ningún momento JESÚS relata una parábola para hablar del infierno, salvo la del rico que banqueteaba espléndidamente, sin ocuparse del pobre que estaba a su puerta (Cf. Lc 16,19-31); pero incluso esta parábola parece describir la situación de una persona que se encuentra en el purgatorio, pues muestra sorprendentes sentimientos de compasión hacia sus cinco hermanos, que todavía están en este mundo. JESÚS intencionadamente termina su intervención en Nazaret concluyendo con la amnistía de los delitos a los pecadores, y esto resultó blasfemo a los que lo oían, y tomaron la resolución de despeñarlo por un barranco situado en lo alto del pueblo, “pero JESÚS se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Cf. Lc 4,29-30).
El UNGIDO
El ESPÍRITU del SEÑOR llena al profeta de su presencia y lo hace hablar en primera persona: “El ESPÍRITU del SEÑOR está sobre MÍ, por cuanto me ha ungido”. Así JESÚS no tiene dudas sobre el momento en el que el PADRE marca el tiempo de su manifestación pública. Un pueblo de dimensiones pequeñas, de poca extensión en kilómetros cuadrados, va a ser el escenario en el que se producirán los acontecimientos más importantes de toda la historia de la humanidad, porque el UNIGIDO del SEÑOR interviene mostrando un Mensaje de parte de DIOS. Además, el UNGIDO no es un lider religioso o político cualquiera; se trata, por otra parte, del HIJO de DIOS. Su apariencia beneficiará a los sencillos, pero confundirá a los poderosos y engreídos. También esto último estaba anunciado en distintos lugares.
Los pobres reciben el Evangelio
“YAHVEH me ha enviado a dar la Buena Nueva a los pobres”. Estos son principalmente los seguidores de JESÚS y los que salen a su encuentro para remedio de sus males. Ciegos, cojos, tullidos, paralíticos, leprosos o enfermos crónicos formaban parte del grupo de los desheredados de la sociedad y podían ser considerados como dejados de la mano de DIOS. Las palabras y actuación de JESÚS cambian esa perspectiva, haciendo visible en ellos el Amor preferencial de DIOS que los restaura para la vida social y religiosa. Los corazones heridos encontrarán en JESÚS una palabra sanadora y el remedio para sus males si son capaces de perdonar para ser perdonados. JESÚS tiene poder para liberar de la cautividad a las personas sumidas en enfermedades o padecimientos inducidos, que ellas mismas no habían provocado. JESÚS posee una Palabra cargada de Poder, ante la que ningún espíritu demoniaco se puede resistir. También JESÚS tiene Poder para librar a las personas de las grandes esclavitudes y cadenas a las que en ocasiones, ellas mimas se han sometido por una cierta frivolidad. La parábola de “El hijo despilfarrador” (Cf. Lc 15,11ss) ejemplifica muy bien las cadenas con las que el vicio ata arruinando las almas, y el poder de la Gracia otorgada para emprender el camino de retorno a la Casa del PADRE.
Año de Gracia
Cada cincuenta años se celebraba un año jubilar y retornaban las tierras a sus primeros propietarios; y los esclavos eran liberados. El año jubilar era un Año de Gracia, pero nada comparado con el Año de Gracia dado por JESÚS. El PADRE está dispuesto a perdonar toda la deuda de nuestros pecados, porque su HIJO carga con ellos y todas sus consecuencias. La Redención es total y perfecta en JESUCRISTO. Todavía nosotros, después de dos mil años de los hechos históricos que marcaron el inicio de este Año de Gracia, no tenemos una comprensión suficiente. ¿Hasta dónde llegan los méritos y la eficacia de la muerte de JESÚS, el HIJO de DIOS, por todos nosotros? Sin JESÚS no hay Salvación.
Renacimiento de Israel
El Pueblo elegido asistirá a un renacimiento principalmente espiritual y el profeta lo anuncia en clave de Esperanza. La obra de restauración del Pueblo pertenece a la iniciativa de YAHVEH y cada uno de los israelitas tiene que ponerse a disposición del UNGIDO que va delante y trae la renovación para todos. Tanto el Pueblo en general como el fiel israelita en particular pueden recitar los dos versos siguientes: “con gozo me gozaré en YAHVEH, exulta mi alma en mi DIOS, porque me ha revestido en ropas de salvación; en manto de justicia me ha envuelto como el esposo se pone una diadema, o la esposa se adorna con aderezos. Porque, como una tierra hace germinar plantas, y un huerto produce su simiente, así el SEÑOR hace germinar su Justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones” (v.10-11). Algo del contenido de estos versículos se vivió en el tiempo de vuelta del exilio (s. VI-V), en que se llevó a cabo la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén y el Templo. Pero la Salvación de DIOS entra en su fase final y definitiva con JESÚS el UNGIDO -MESÍAS-. Un resto, ese número indeterminado de personas que sólo DIOS conoce, supo de la aparición del verdadero MESÍAS enviado por DIOS y se benefició de la acción de la Gracia, que renovó sus vidas de forma real, pero silenciosa. Los evangelios dan testimonio de los que de forma anónima fueron alcanzados por “el dedo poderoso de DIOS” (Cf. Lc 11,20). Desconocemos los nombres de la mayoría que fueron curados por JESÚS y recibieron gracias espirituales de altísimo valor destinadas a su salvación; pero estas personas podían recitar estos versos del profeta Isaías, porque fueron ataviados con un revestimiento espiritual muy superior a los más costosos de los reyes y principales de este mundo. El MESIAS estaba cambiando los destinos de muchos, que no tenían horizonte alguno. Faltaba que la nación diese crédito al ENVIADO de DIOS, y para ello el MESÍAS tenía que darse a conocer en relación con la Ciudad Santa y el Templo. Llegados a ese momento las cosas se torcieron, pues los que debían reconocerlo cerraron sus corazones y de momento impidieron el pleno cumplimiento de la profecía de Isaías que se cumplirá en su momento. Pero alguien se adelantó a los tiempos, y esta fue la VIRGEN MARÍA. ELLA puede gozarse en YAHVEH y exultar en DIOS; porque el ESPÍRITU SANTO la ha envuelto con un ropaje nuevo, y le ha puesto una diadema de reina (v.10). MARÍA es el Edén perfecto, sin brizna de mal alguno, en el que es gestado el MESIAS que trae la Justicia a todas las naciones (v.11). El canto del Magníficat da cumplida cuenta del “cántico nuevo” de los nuevos tiempos mesiánicos, que están a punto de ser inaugurados.
Testigo de la LUZ
En el Prólogo del evangelio de san Juan se comienza a señalar la misión de Juan Bautista. Junto a las verdades fundamentales sobre la revelación de DIOS aparece Juan Bautista. El Prólogo del evangelio de san Juan ya señala la diferencia entre el VERBO que se va a manifestar y la condición profética de Juan Bautista, que ejercerá como profeta de la LUZ. El Prólogo del evangelio de san Juan quiere dejar sentado, que JESÚS de Nazaret es el VERBO eterno que existe junto al PADRE desde siempre, y viene a este mundo para hacer de los hombres verdaderos hijos adoptivos de DIOS, al ser engendrados por la Gracia; pues “no nacemos de carne, ni de sangre o amor carnal; sino que nuestro nacimiento a la condición de hijos de DIOS es porque el HIJO nos lo concede” (Cf. Jn 1,13). Este nacimiento por Gracia a la filiación divina debía ser preparado, y Juan Bautista fue el elegido. Dice el Prólogo: “en ese tiempo surgió un hombre que se llamaba Juan, que fue enviado por DIOS. Éste vino para dar testimonio de la LUZ, para que todos creyeran por él. No era él la LUZ, sino quien debía dar testimonio de la LUZ” (Cf. Jn 1,6-8). El Prólogo deja asentado que Juan Bautista siendo un hombre excepcional, pertenece al común del género humano; pero la LUZ testificada por Juan Bautista sobrepasa la condición humana, porque está unida de forma íntima y misteriosa al mismo VERBO de DIOS. El VERBO se une a la naturaleza humana de JESÚS de Nazaret “pone su tienda entre nosotros definitivamente” (Cf. Jn 1,14). Pero incluso, habiéndose abajado el VERBO hasta hacerse uno de nosotros, el evangelista confirma que no fue obstáculo para “contemplar su Gloria como HIJO único lleno de Gracia y de Verdad” (Cf. Jn 1,14b). Esta Gloria la recibe el HIJO de las manos del PADRE, para que haya constancia de la singularidad de JESÚS en medio de los hombres. El evangelio de san Juan trae a las primeras líneas de su evangelio las dos figuras, JESÚS y Juan Bautista, contribuyendo a dar una relevancia especial al protagonismo de JESÚS el hombre-DIOS, que nos viene a redimir. Juan Bautista es el Precursor de JESÚS y representa un ejemplo de máximo rango en su unión con JESÚS, aunque no aparezca como discípulo directo. Teniendo en cuenta este Prólogo del evangelio de san Juan, el Bautista se reconoce como el que está en estrecha relación con JESÚS a la hora de encauzar su misión. Juan Bautista profetizó sobre JESÚS y dijo de ÉL que iba a bautizar en el ESPÍRITU SANTO (Cf. Jn 1,33). Sabe de JESÚS que hablará del PADRE al que nadie ha visto, y sólo ÉL puede aportarnos algo con verdadero contenido, porque es el HIJO único, que está desde siempre con el PADRE (Cf. Jn 1,18). Juan Bautista se sintió como discípulo-siervo de JESÚS, al que no era digno de desatar la correa de la sandalia (Cf. Jn 1,27). Juan Bautista aparece como un discípulo que no desea sobresalir por encima de su MAESTRO: “es necesario que ÉL crezca y yo disminuya” (Cf. Jn 3,30).
Los del Templo
El autor del cuarto evangelio intenta que nos fijemos en la postura de Juan Bautista con respecto al Templo y su misión profética, que en cierta medida sigue la trayectoria de los grandes profetas anteriores, al mantener una cierta distancia con la institución religiosa. “Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos mandaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿quién eres tú? Juan confesó y no negó, yo no soy el CRISTO” (Cf. Jn 1,19-20). Juan estaba bautizando en la Betania que está al este del Jordán, que no corresponde con la Betania donde vivían Lázaro, Marta y María. Unos dieciséis kilómetros separaban a Jerusalén, de donde venían los levitas y sacerdotes, del lugar en el que se encontraba Juan Bautista ejerciendo su ministerio. Sabían que Juan Bautista era hijo del sacerdote Zacarías, con toda probabilidad ya fallecido. Juan no estaba vinculado al Templo y esa circunstancia añadía más inquietud a las autoridades religiosas que podían ver un peligro en el modo de proceder el Bautista, que no les rendía cuentas de su actuación en momento alguno. Aquellos del Templo sabían quién era Juan Bautista, pero aquella comitiva inquisitorial quería poner a prueba a Juan sobre su legitimidad y autoridad para realizar la función pública que llevaba acabo, de ahí la pregunta: ¿Quién eres? Juan confesó: yo no soy el CRISTO” (Cf. Jn1,20) Juan declara con claridad, que no viene a realizar mesianismo alguno: su misión es provisional y no tiene intención de modificar las instituciones, no se propone como líder de grupo alguno. Algunos profetas de la antigüedad fueron verdaderos versos sueltos con la misión de llamar la atención sobre distintas desviaciones. Entonces, aquellos siguen preguntando: “¿eres tú Elías o el Profeta? Y Juan respondió: no” (v.21) Juan Bautista no quiere aparecer tan siquiera como profeta, aunque el propio JESÚS hubiese indicado posteriormente, que Juan había desempeñado el papel asignado a Elías para el momento de los tiempos mesiánicos (Cf. Mt 17,12). Como insisten, Juan les da una respuesta con palabras del profeta Isaías: “yo soy la voz que clama en el desierto: preparad el camino del SEÑOR” (v.23). Juan se presenta como un asceta que retirado al desierto se pone en las manos de DIOS para hacer su voluntad, y decir a los hombres el mensaje que sea conveniente según los planes del SEÑOR. Su predicación es una llamada a las conciencias para la conversión, porque el SEÑOR está cerca y los caminos deben estar preparados. Cada persona dispone de acceso al corazón del SEÑOR que llega y debe prepararlo con un cambio de mentalidad y de vida, compartiendo con los necesitados, quien ejerza influencia o autoridad ha de hacerlo con equidad y nadie debe perjudicar a su prójimo (Cf. Lc 3,11). Los enviados insisten: les preocupa que Juan bautice a la gente en el río Jordán, pues aparecía como una alternativa a los sacrificios cultuales para el perdón de los pecados realizados en el Templo. “¿Por qué, pues, bautizas, si no eres ni Elías ni el Profeta? (v.25). De nuevo Juan interviene: “yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (v.27). El que viene está cerca o en medio de nosotros. También para aquellos inquisidores el SEÑOR podía estar cerca si preparaban un camino de sinceridad en su corazón. Juan se anticipa con sus palabras a las posturas que adoptarán las autoridades con respecto a JESÚS: a JESÚS no lo van a conocer, porque sus corazones no tienen preparado el camino de acceso para que entre en ellos el SALVADOR. Nos acercamos a la Navidad y los verdaderos caminos para reconocer al MESÍAS SALVADOR siguen las vías de la humildad o pobreza de espíritu, la compasión y la misericordia, la piedad y la adoración.
San Pablo, primera carta a los Tesalonicenses 5,16-24
Las recomendaciones finales de san Pablo en esta carta siguen la línea de las obras de misericordia. Los hijos de la LUZ deben estar activos en toda obra buena, al contrario de los que viven en las sombras, la oscuridad o la noche. También para san Pablo no sólo JESÚS es la LUZ del mundo, sino que lo es también su Mensaje, que enseña y exhorta. San Pablo se precia entre los suyos de transmitirles el Evangelio completo, para que este anuncio les abra las puertas a una vida santa y no les falte ningún don o bendición de la Gracia.
La alegría cristiana
“Estad siempre alegres” (v.16). Para que algo sea permanente tiene que estar arraigado en lo profundo de nuestro ser; por tanto la alegría tiene que venir de la experiencia misma del hombre que se sabe salvado por JESUCRISTO y ha recibido de ÉL la Paz que supera todo conocimiento (Cf. Ef 4,7). El don de la Paz es la bendición mesiánica dada por JESÚS y encomendada a sus ministros para difundirla por el mundo. La Paz mesiánica es algo del Cielo en este mundo, que nos hace pregustar la bienaventuranza futura. A eso podemos llamarlo felicidad o dicha. Dentro de las contrariedades humanas, que al cristiano tampoco le faltan, es posible la alegría en la Paz y la Esperanza, que nos orienta hacia la Eternidad.
La oración
“Orad constantemente” (v.17). La instrucción se formula con brevedad, y es una meta que merece ser conquistada. Lo mismo que antes, ahora podemos afirmar que hemos sido creados fundamentalmente para orar. Estamos constituidos, o formados en nuestra estructura personal, para el diálogo con DIOS. La gran desgracia del hombre es sentirse ajeno a DIOS, siendo ÉSTE íntimo a nosotros mismos. De nuevo la Gracia viene en nuestra ayuda para arreglar los desperfectos que nos impiden vivir en una Presencia continua de DIOS, que no deja de estar ni un solo instante a nuestro lado, o sosteniendo lo que somos desde lo más central de nuestro ser. Muchos son los textos en el Nuevo Testamento que nos esclarecen el modo de estar con DIOS o en DIOS.
Acción de gracias
“En todo dad gracias, pues esto es lo que DIOS quiere en CRISTO JESÚS, de vosotros” (v.18). La acción de gracias cada vez más frecuente nos dispone crecientemente a una relación de confianza con el SEÑOR. Todo es susceptible de agradecer, también los males, fracasos, frustraciones y alejamientos temporales que acarrearon males de cualquier tipo. JESÚS con su Cruz tiene respuesta cumplida para todo lo negativo de nuestra vida, porque en verdad “sus heridas nos han curado” (Cf. 1Pe 2,24). La EUCARISTÍA es la perfecta Acción de Gracias en CRISTO, a la que debemos acudir siempre que nos sea posible con un carácter intercesor, unidos a la Oración Sacerdotal de JESÚS.
En la comunidad
“NO extingáis el ESPÍRITU” (v.19). Para unas comunidades en las que abundaban los carismas y las manifestaciones del ESPÍRITU SANTO, las actitudes de envidia, celos o rivalidad, debían estar tajantemente desterradas. En comunidades de ese tipo el Cielo se acercaba a la tierra de forma especial, y se faltaba gravemente, si a este tipo de manifestaciones se ponían obstáculos, pues eran dadas para el bien de todos. Hablamos en pasado, lamentablemente, porque esta precaución del Apóstol es innecesaria en la mayoría de nuestras comunidades actuales.
Las profecías
“No despreciéis las profecías” (v.20). La profecía era el carisma más valorado por el Apóstol después de la Caridad. A través de la profecía la comunidad recibía enseñanzas necesarias en ese momento para el crecimiento espiritual. A través de la profecía podían recibirse gracias especiales para la misión y la evangelización. El don de profecía es ejercido, en el mejor de los casos, por los ministros ordenados si es que se abren “aquí y ahora” a la Palabra dada con Poder de parte del SEÑOR.
Discernimiento
“Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (v.21). De forma especial, el Apóstol se refiere en esta instrucción a los mensajes, palabras de sabiduría o conocimiento recibidos en una reunión de la comunidad. El don de discernimiento es del todo necesario, en principio para las cosas referentes a la Fe de forma directa; y en un segundo caso a todas las otras propuestas dadas por el ambiente circundante. En tiempos especialmente controvertidos como los presentes es muy necesario que el SEÑOR nos asista con gracias de discernimiento.
Evitar el mal
“Absteneos de todo género de mal. Que el DIOS de la Paz os santifique plenamente: que todo vuestro cuerpo, alma y espíritu se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (v.23). El Cristianismo no es un programa de espiritualidad o ascesis en sí misma, sino un camino para el encuentro con el SEÑOR que viene o está cerca. El encuentro con el SEÑOR para siempre por toda la eternidad es lo que da sentido al plan de vida trazado, en el que estamos prevenidos sobre el mal que es necesario evitar. El Cristiano no está libre de la influencia del Mal, que está y actúa en el mundo. Con las armas espirituales, el seguidor de JESUCRISTO tiene que demostrar, que su opción fundamental y las acciones particulares están orientadas en el seguimiento al SEÑOR, que vendrá y no tardará.