El desalojo. Roma contra los obispos.

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En esta lejana Buenos Aires, el caso apareció en un noticiero de televisión. El Papa desalojó al Cardenal Raymond Leo Burke de su departamento, en un edificio, propiedad del Vaticano en Via della Conciliazione. La noticia, un tanto fugaz, era ilustrada por la imagen de Su Eminencia con hábito cardenalicio. La medida fue una reacción del Pontífice contra uno de sus críticos más constantes. Además, se atribuía la inspiración al Cardenal Prefecto del Dicasterio de la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel “Tucho” Fernández.

         Roma no soporta las críticas; considera que quienes las hacen son enemigos, y contra ellos se aplica el principio peronista: “Al enemigo, ni justicia”. Es así como Monseñor Joseph Strickland fue apartado de su diócesis de Tyler (Texas, Estados Unidos).

         A propósito hay que recordar lo que el Apóstol Pablo refiere en el capítulo 2 de su Carta a los Gálatas. Él, después de su conversión, fue a Jerusalén para ver a Pedro (Gal 2, 1). Pero más adelante, en Antioquía, tuvo que enfrentar cara a cara a Pedro (Gal 2, 11-21) reprochándole la hipocresía en su trato con los paganos cristianizados. La relación entre ambos apóstoles se afianzó en la Verdad. Este modelo debería presidir la relación del Sucesor de Pedro con los Sucesores de los Apóstoles. En cambio, el Papa desconfía de los obispos que aparecen como “tradicionalistas”.

         Algunas interpretaciones, con criterio más político que teológico, presentan a Francisco como asegurando la unidad de la Iglesia con su conducta con respecto a los conservadores –como, por ejemplo, la Iglesia norteamericana- y a los progresistas del Sínodo Alemán. Así lo hace la inefable Elisabetta Piqué, corresponsal en Italia de “La Nación”, de Buenos Aires. Lo que en este planteo se oculta es que, en realidad, el Santo Padre promueve los “nuevos paradigmas”, y empuja a la Iglesia hacia ese lado.

         El desalojo del Cardenal Burke ha sido una medida extrema y antipopular. La mayoría tradicionalista en Estados Unidos se ha visto repudiada en la persona de un eclesiástico admirado y querido. De paso es oportuno recordar que él, junto con sus colegas Meisner, Brandmüller, y Caffarra es el autor de los “Dubia” sobre el capítulo ocho de Amoris laetitia, que el Pontífice no se ha dignado responder. Pero la medida antipática del desalojo es una más de las que expresan la sospecha generalizada contra los obispos que aparecen como “tradicionalistas”. Sospecha de ellos, aceptando las infaltables denuncias, porque en realidad le incomoda la Tradición.

El caso de Mons. Strickland, depuesto como rencorosa venganza, explica que algunos otros sean “misericordiados” dos o tres días después de cumplir los fatídicos 75 años –por supuesto que habían enviado su renuncia mucho antes, según es norma-, y que excluya de este destino a quienes puedan beneficiarse con alguna causa simpática. El problema real está en esa disposición contraria a toda la Tradición, que Pablo VI promulgó en 1969. Hace tiempo ya me he ocupado del asunto en mi artículo sobre “La jubilación de los obispos”.

         Otro recurso de liquidación es que Roma imponga un coadjutor, a quien no lo ha pedido; la finalidad es corregir la orientación de una diócesis floreciente, en la que no entran las novedades progresistas.

         Si se sospecha de los obispos fieles a la Iglesia de siempre, el método es la vigilancia por medio de una “visita apostólica”. Probablemente la medida responde a alguna denuncia; siempre habrá religiosas chismosas que hacen la contra a buenos obispos.

La “visita apostólica” en realidad ofende a la libertad y responsabilidad de un diocesano. Por supuesto que la elección del “Visitador” no se deja al acaso, sino que debe expresar el propósito de la vigilancia. No hace falta registrar ejemplos; la institución de la “visita apostólica” lo dice todo. “Te visito porque quiero averiguar si se confirman las sospechas”; ésta es la razón del frecuente fenómeno.

         Los elementos que he recordado implican que hay un perfil del obispo deseable, según los criterios que imperan en el actual Pontificado. Ese perfil determina la elección de un presbítero para el episcopado; así se quiere unificar el talante de los Sucesores de los Apóstoles a nivel universal. Felizmente, siempre puede filtrarse una buena elección.

         La “sinodalidad” auténtica requeriría que la monarquía papal expresara el modelo de relaciones entre Pedro y Pablo. Este rasgo no contradice para nada la doctrina dogmática del Primado, y el carisma de la Infalibilidad.

         La historia de la Iglesia ha recogido numerosos casos de intromisión del poder secular. Hoy día existe un riesgo nuevo: que la Iglesia se pliegue al mundialismo, y a su agenda, como por ejemplo, a la del 2030; lo cual es temible, y ya se insinúa en la perspectiva adoptada por el Sínodo Alemán. Éste es el camino adoptado por el extraño “sínodo de la sinodalidad”, título que implica una contradictio in terminis.

         Pero el gobierno soberano de Jesucristo sobre su mística Esposa, y la protección del Espíritu Santo, más la intercesión de la Virgen Madre abren para todos nosotros un horizonte de Esperanza.

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

Buenos Aires, jueves 7 de diciembre de 2023.

Memoria de San Ambrosio, Obispo y Doctor de la Iglesia. –

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