Del 8 al 12 de diciembre, la diócesis de Cuautitlán albergó la celebración del VIII Congreso Eucarístico Nacional. Cerca de 50 arquidiócesis y diócesis del país se congregaron en un lugar histórico de la fe católica, el de la quinta aparición de la Virgen de Guadalupe, en un planteamiento al proponer a san Juan Diego, el vidente, como ejemplo eucarístico.
Y esto se reiteró en un mensaje del Papa Francisco a los asistentes a este Congreso, al invitarlos a construir “una Iglesia donde el Señor se hace presente para nuestra salvación”.
La historia de los ocho congresos eucarísticos nacionales ha vivido momentos muy azarosos como de paz y tranquilidad. En 1906, la efervescencia social y en el mundo laboral de aquel tiempo impregnó la espiritualidad del primer Congreso Eucarístico en Guadalajara. Se habían fundado los Obreros católicos en 1895; el Círculo de Estudios sociales León XIII en 1902 y los Operarios Guadalupanos en 1905. De ese Congreso destacó la obra social poniendo las bases para la construcción de casas para obreros en Zamora y los temas fueron tan novedosos como inusitados: emprendimiento de círculos obreros, pauperismo, alcoholismo, prensa católica y educación de la juventud.
En 1924, el II Congreso Eucarístico en la arquidiócesis de México enfrentó la dura situación de persecución que se presagiaba desatando una guerra civil de 1926 a 1929. Es memorable el estrepitoso fin del II Congreso cuyo cierre no pudo celebrarse en el teatro Olimpia de la Ciudad debido al bloqueo del gobierno. Sus participantes fueron consignados por desacato a las autoridades. Ese momento produjo un prolongado silencio que tuvo su fin en 1976 cuando volvieron los Congresos celebrándose el tercero en la Basílica de Guadalupe en ocasión del Año Santo del Gran Jubileo de la Encarnación Redentora y en vísperas del XLVII Congreso Eucarístico Internacional en Roma.
Posteriormente, la recuperación de los Congresos Nacionales ha tenido mayor consistencia con este propósito de exaltar la Eucaristía y recordar a los católicos cuál es el centro y culmen de la vida cristiana. Así, el IV Congreso se realizó en Morelia en 2008, el V en Tijuana, 2011; el VI en Monterrey, 2015; Yucatán, 2019 y Cuautitlán, 2023.
En Cuautitlán, después de la magna procesión, la misa presidida por el nuncio Joseph Spiteri, destacó esta importancia de recobrar la eucaristía como sacramento de la fe que nos abre las puertas al paraíso y contemplar al Padre de Nuestro Señor Jesucristo. A pesar de los problemas y desafíos de la vida, la Eucaristía es propicia para reconocernos como hermanos. Según el nuncio Spiteri, la voluntad de Dios se cumple cuando cada católico es testigo del amor y de la justicia.
No obstante la trascendencia de este Congreso, ahora bajo la perspectiva de la llamada “sinodalidad”, la Iglesia de México debe recuperar sectores que, visiblemente, poco les importa el significado de la eucaristía. Se trata de los jóvenes. Es de llamar la atención que, en un gran porcentaje, los asistentes al Congreso de Cuautitlán eran personas mayores, “veteranos” adoradores nocturnos y miembros de pías cofradías. Sin lugar a duda es de reconocerse su fe, pero es preocupante el envejecimiento del catolicismo mexicano. Y esto parece ser de los principales propósitos por los que el nuncio apostólico en México recuperó la imagen de una santa joven, Santa Teresita, quien murió en 1897, a los 24 años.
En adelante, la perspectiva del próximo Congreso Nacional verá una fe más erosionada y escasamente renovada. “Sencillez”, reiteró el representante papal, sencillez de una fe que debe convencer a los jóvenes en base al testimonio de los mayores que, al parecer, muchas veces les han decepcionado. Y esta es la vía urgente antes de que la Iglesia pierda la vitalidad de la juventud. La historia lo enseña. En otras épocas, perdió sectores completos a causa de un vacío que no supo llenar por no centrar su vida en el “sacramento de nuestra fe”.