Ningún hombre puede eludir las preguntas ¿qué debo hacer? y ¿cómo puedo elegir entre el bien y el mal? En la actualidad se suele escuchar que todo es relativo; no hay bien absoluto y un mal absoluto. Muchas veces lo que parece ser bueno para ti es malo para otra persona y viceversa. Estos comentarios son recurrentes y propician lo subjetivo y relativo en la respuesta ante las incógnitas generadas.
La respuesta se puede encontrar gracias a la luz que se encuentra en lo profundo de tu ser, es la verdad que brilla en la consciencia. En ella se dan los razonamientos de los principios morales que nos guían y testifican como si fueran un juez, antes y después de los actos; esto nos hace valorar y situarnos en la norma universal para considerar la realidad, no obstante, no basta con que la consciencia sea recta, es preciso que la consciencia sea verdadera y que dictamine según la ley moral; no es la conciencia la que determina lo que está bien o lo que está mal, si fuera así, estaríamos fundando una ética individualista, subjetiva y relativista, por ello, es preciso considerar siempre la norma moral que procede de la ley natural misma que tiene su origen en la ley divina.
Si lo hiciéramos así, el hombre no tendría tantas dudas, pues viviría en la verdad y sería capaz de saber qué hacer y cómo tomar sus propias decisiones, por tanto, sí hay una verdad absoluta y un mal definido, según la ley natural y divina.
Mi deseo es contribuir a una mejor comprensión de las exigencias morales en los ámbitos de la familia, de la vida social, económica y política. En particular, los mandamientos, quieras o no, están grabados en el corazón del hombre y son capaces de iluminar las opciones cotidianas de cada persona y de la sociedad entera, pues se encuentran intrínsecamente en el hombre. Es necesario que el hombre de hoy se acerque a Dios para que en Él encuentre la respuesta sobre lo que es bueno y malo; en efecto, solo Dios es bueno porque es la plenitud de la bondad.
Sé que cumplir una serie de preceptos no satisface nuestras almas, en este sentido, puedo decir que la invitación está abierta a madurar en el deseo de perfección, es decir, en la realización del hombre, pero para lograrlo se necesita una libertad madura, ya que la perfección exige el darse a sí mismo, más allá de solo cumplir, porque las obligaciones fatigan y cansan, pero el amor de donarse a los demás satisface el alma.
La vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a ciertas personas, es para todos. Seguir adelante con esta intención afecta al hombre en su interioridad más profunda, pues hacerse servidor de todos, hasta dar la vida, es tarea no fácil, sin embargo, si nos revestimos de un hombre nuevo y caminamos según el Espíritu; no sucumbiremos, pues para Dios todo es posible.
Para concluir, el hombre mismo ha sido confiado a su consciencia verdadera, una capacidad de la razón humana. La Ley moral proviene de Dios y en Él tiene siempre su origen, por tanto, la ley moral es, al mismo tiempo, la ley del hombre. El hombre está llamado a la perfección.
