Hoy escuchamos, cómo un doctor de la ley se acerca a preguntar a Jesús, sobre el mandamiento más importante de la ley. Los fariseos al ver que Jesús había dejado callados a los saduceos con su doctrina de la resurrección, vuelven a entrar en escena a través de un doctor de la ley, y el tema a discusión será: El mandamiento más importante de la Toráh.
Los mandamientos dados a Moisés y plasmados en aquellas tablas, son para que el pueblo de Israel viva de la mejor manera. Es fácil constatar que se dividen en dos direcciones, pero que apuntan al mismo fin. Los tres primeros se dirigen a Dios de manera vertical y los otros siete se dirigen al otro, al hermano, de manera horizontal. Las dos tablas o el conjunto de los mandamientos apuntan al “amor”, no se quedan en la práctica de oraciones o rezos.
Dios, a través de Moisés, le dio al pueblo los diez mandamientos para que rigieran su vida. A esos mandamientos se les fueron agregando preceptos, y en tiempos de Jesús se contaba con una lista larga de 613. Se tenían 248 preceptos positivos, es decir: “has esto”, y 365 preceptos negativos: “no hagas esto”. Ante tantos preceptos o mandamientos, existía confusión en cuál era el más importante; ni los estudiosos de la ley se podían poner de acuerdo. Aquel maestro de la ley, con alevosía se acerca a Jesús y con palabras lisonjeras, dándole el título de “Maestro”, le hace la pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”. Y Jesús, le contesta con claridad, citando la parte central del texto que todo judío recitaba por las mañanas y lo encontramos en Dt.6,5: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Jesús les recuerda y nos recuerda a todos, que “amar” no es cuestión de emoción o sentimiento, sino de voluntad y de acción; es un camino de vida. Además, menciona las tres facultades: corazón, alma y mente, que hacen alusión a la persona entera, a toda la persona. Jesús ve sintetizada la ley en este mandamiento, que es el corazón de toda la ley; todo lo demás se deriva de este principio. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina y es que el amor es la única certeza y garantía de ser verdaderamente felices aquí en la tierra, y más adelante, heredar el cielo. Sin amor, todo se vuelve obscuro, estéril, vacío.
Sin que se lo hayan pedido, Jesús les habla del segundo mandamiento, que es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús cita al Lv. 19,18, es un texto menos central, pero que a partir de Jesús se vuelve importante. La combinación de los dos preceptos no se encuentra en las fuentes rabínicas. Jesús dio a estos dos mandamientos la primacía. Estos dos mandamientos, a partir de Jesús, están unidos, no se pueden entender de manera separada. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios, por un camino
individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos ahora, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas al templo, sacrificios costosos. Sin embargo, los profetas les enseñaban, que para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo hacia el prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa, en paz. Dios y el prójimo no son realidades separadas. Decimos que a Dios lo amamos, cuando mostramos ese amor a los demás; no bastan las oraciones de piedad, hay necesidad de realizar la caridad, demostrar la preocupación por el otro, buscar la manera de apoyarlo.
Hermanos, Jesús nos advierte del peligro de una fe centrada en los actos de piedad solamente, en esa relación sólo con Dios y que olvida al hermano. Aquellos escribas y fariseos, habían caído en esa actitud: muchas oraciones, sacrificios dirigidos a Dios, pero muy lejos de las necesidades de los demás. No es que debamos olvidar la relación con Dios y nos volquemos al hermano, sino es darnos cuenta que debemos llevar estas dos acciones juntas, ya que Dios ha querido identificar el amor hacia Él y el amor al hermano, metiéndose en el hermano: Dios está en el enfermo, Dios está en el hambriento, Dios está en el migrante, en el necesitado. Si en el Antiguo Testamento, el amor al prójimo era entendido solamente a otro israelita, para Jesús, prójimo es todo aquel que está a mi alrededor, sobre todo el que sufre, sin limitación de raza, religión, cultura o sexo.
Jesús nos muestra el camino, Él se daba tiempo para hacer oración; no importaba la hora, aprovechaba las madrugadas para orar, pero durante el día se preocupaba y se ocupaba de los problemas de las personas: Les hablaba del amor de Dios, curaba enfermos, realizaba señales prodigiosas para despertar el amor a Dios; criticaba lo negativo de los conocedores de la ley, siempre con la intención de que recapacitaran. El amor, como Cristo lo entendió, es auto donación, es decir, entrega de uno mismo. Un amor que es “ágape”, fraternidad.
Al querer amar como nos lo pide Jesús, solemos encontrar no pocas resistencias. No olvidemos que el amor humano es reactivo; esto significa que, cuando no nos hemos sentido amados de un modo incondicional, nuestra propia capacidad de amar ha podido quedar bloqueada y nosotros mismos atrapados en diferentes mecanismos de defensa, al tratar de protegernos del sufrimiento generado por aquella carencia.
Hermanos, como cristianos contamos con una fe que no se agota en los rezos y oraciones que recitamos cada día, pero en ellos encontramos la fuerza, para que la fe se vuelva acción a favor de los necesitados. Recordemos que en la Eucaristía celebramos el amor de Jesús para con la humanidad, y cada que terminamos la Eucaristía, el sacerdote nos dice: “Pueden ir en paz, a hacer vida lo que aquí hemos celebrado”. Nos queda muy claro que el amor no lo agota la Eucaristía, ha de mostrarse en nuestra vida ordinaria, en nuestra vida diaria. La Eucaristía, así como la alabanza a Dios, nos dispone para vivir el amor con los hermanos.
Pensemos: ¿Me sé de memoria los 10 mandamientos? ¿Cómo los cumplo? El amor a Dios ¿cómo lo demuestro? ¿y el amor al prójimo?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!