La fe le da a cada cristiano una luz y una fuerza de voluntad para analizar con todo detalle cada problema que impide a la persona vivir con dignidad y con justicia. Por eso, el mismo san Pablo llegó a afirmar con toda claridad: “El Reino de Dios no consiste en bebidas y comidas, sino en la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo” (Rom 14,17). La justicia y la paz son exigencias específicas para todo creyente que quiere vivir el modo divino de fraternidad, solidaridad y generosidad entre las personas de su contexto.
Los tiempos que nos tocan vivir, por su exigencia de destino común, demandan que nos juntemos con los demás para compartir y vislumbrar un mejor estilo de vida. Vivimos en una sociedad muy desigual. Muchos sectores de la sociedad siguen con sus privilegios, proclamando a los cuatro vientos un progreso, pero mucha gente en México y Veracruz, sigue sin tener lo necesario para vivir. No hay piso parejo para todos.
Es claro para todos los creyentes que no debemos continuar con el estilo de vida egoísta e insolidario que estamos viviendo cada día. Esta forma de vida no ayuda en nada a detener el deterioro del medio ambiente, a conseguir un salario con un poder adquisitivo suficiente para vivir con dignidad, para tener todos, las posibilidades de desarrollo integral. Conviene preguntarnos con seriedad: ¿Por qué dejamos que los demás solucionen los problemas que todos debemos resolver juntos? Todos debemos estar al pendiente de todo lo que es común. Si los problemas los generamos todos, todos debemos resolverlos juntos.
Pbro. Juan Beristain de los Santos