Homilia de la diócesis de Campeche del domingo XXVI T.O.

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Un peligro constante para el sacerdote, aun si es apostólico y celoso, es sumergirse de tal manera en el trabajo del Señor (activismo), que se olvide del Señor del trabajo (cf. S. Juan Pablo II, Irlanda, 1 noviembre 1979). Un autor contemporáneo escribe: “El sacerdote dedicado a la pastoral puede volcarse en un activismo desenfrenado, por lo que es bueno, que se inicie con seriedad en la vida de silencio y de oración, para que conozca, por experiencia, los caminos por los que se avanza en el arte espiritual, a veces no muy atendidos”.

Sacerdote que ora y contempla no se cansa de amar al Señor ni de su apostolado. En contraste, sacerdote que se amarga y se lamenta de todo es porque no estrechó amistad con Jesús en la oración.

San Carlos Borromeo, obispo de Milán (Italia) decía a sus sacerdotes: “¿Ejerces la cura de almas?, no por ello olvides la cura de ti mismo. Sepan, hermanos, que nada es tan necesario para los clérigos, como la oración mental. Ella debe preceder, acompañar y seguir nuestras acciones”.

La intimidad con el Sagrario, la actitud de adoración, son indispensables para el sacerdote, discípulo que ha sido llamado a “estar con Él” (Mc 3,13). Sin cortapisas, un cardenal contemporáneo, R. Sarah, asevera: “el principal afán de cualquier discípulo de Jesús debe ser la santificación. La prioridad de su vida tiene que ser la oración, la contemplación silenciosa y la Eucaristía, sin lo cual todo lo demás no sería más que un ajetreo inútil”14.

Un aspecto importante para proseguir en la vida de oración es la pureza de intención. Evocativa es la bienaventuranza en San Mateo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). La oración no es autocomplacencia, sino la decisión de complacer a Dios. Cuando el sacerdote se busca a sí mismo, abandonará la oración porque la siente árida, aburrida y no satisfactoria. La pureza de intención hace que la oración sea exigente, pero liberadora y apaciguadora.

La oración nos hace amigos de Cristo. El sacerdote amigo de Jesús ama también a María, establece con ella una relación verdadera de filiación. Un sacerdote la recibió como Madre, en representación de todos, en la hora suprema del Calvario. Cada uno de nosotros la ha recibido como Madre verdadera en la persona de Juan. ¡Pongan en manos de María su sacerdocio, desde hoy, en su inicio! Ella formará sus corazones sacerdotales. Ella será evangelizadora junto con ustedes. Ella cuidará, como toda mamá, su vida sacerdotal para que llegue a plenitud. Ella contribuirá a que su amistad con Jesús no tenga eclipse ni fractura. Ella, en fin, les conducirá de la mano, al gozo eterno del Padre. Paz y bien.

Mons. Francisco Gonzalez Gonzalez
Obispo de Campeche 

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